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A Castells le gustan los granujas que copian y odia a los buenos estudiantes
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Alberto Olmos

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A Castells le gustan los granujas que copian y odia a los buenos estudiantes

La regulación educativa parece preocupada en exclusiva en hacer felices a los que desprecian la propia educación

Foto: Los malos estudiantes se creían guais.
Los malos estudiantes se creían guais.

En segundo de BUP, Melchor, mi profesor de Literatura en el colegio Claret de Segovia, un centro por aquel entonces privado, consultó a sus 30 alumnos la fecha más adecuada para realizar un examen. Unos preferían el lunes y otros el jueves. Como no había acuerdo, Melchor tuvo una idea brillante, dado que era antidemocrática. Dijo: “La fecha la deciden los buenos estudiantes, los que vais a suspender no tenéis derecho a voto”. Y así fue como los buenos estudiantes, entre los que por supuesto me encontraba, votamos el lunes, votamos el jueves, votamos, en fin, lo mejor para todos.

Me he acordado de este lance al tratar de digerir sin demasiados espasmos el titular educativo de septiembre: el Ministerio de Educación ha decidido eliminar los exámenes de recuperación en la ESO, siglas que ahora cobijan entre otras cosas lo que antes era, en efecto, segundo de BUP. Entiendo que si Paquito, el hijo del adinerado carnicero de Sepúlveda, compañero mío entonces, suspendía, como era previsible, Literatura con Melchor, Melchor no le pondría ya un nuevo examen, a realizar en septiembre, sino que, simplemente, Paquito pasaría a tercero de BUP graciosamente aprobado o, muy excepcionalmente, repetiría curso, lo que debería considerarse un gran fracaso del sistema.

La ocurrencia ministerial señala que los alumnos “con dificultades” deben ser tratados con cariño. Si suspenden, el problema es coyuntural. Como es obvio, ningún alumno suspende porque no estudia, desprecia el conocimiento o tiene otros planes, como heredar la red de carnicerías de su familia. Nunca se suspende, en fin, a sabiendas y con total indiferencia, sino contra la propia voluntad y de una forma muy dolorosa. Reducir los dolores que provoca el suspenso a los estudiantes a los que suspender les da lo mismo es un poco el motivo de que estemos en la educación removiendo Roma con Santiago.

Un mal estudiante es, casi siempre, una mala persona

No me gustan los malos estudiantes. Siento, de hecho, desprecio preventivo por ellos. Un mal estudiante es, casi siempre, una mala persona. Si recuerdo —como me estoy obligando a hacer ahora mismo— mi itinerario educativo, desde el colegio público de mi pueblo, donde éramos nueve alumnos en clase, a la facultad de Ciencias de la Información de Madrid, pasando, como les digo, por el colegio Claret de Segovia, y pienso en qué estudiantes hostigaban a los demás, pegaban al débil, saboteaban la convivencia, violentaban a las chicas y emponzoñaban el rutinario transcurrir de las clases, casi todos los que me vienen a la cabeza eran estudiantes que suspendían. No recuerdo ningún estudiante que sacara todo sobresalientes que, luego, en el patio, se liara a puñetazos con un chico más pequeño. No recuerdo a ninguna alumna brillante que no fuera, además, educada y amable. Se creían muy guais los malos estudiantes, como recordarán; se molaban, por reincidir en el lenguaje de la época. Pero algo que sucede con el paso de los años y los cursos y las licenciaturas, de la vida, en fin, es que todos los que disfrutaban de determinada aura acorde con su desprecio por los estudios, de cierta popularidad a consecuencia de su impunidad a la hora de humillar a los demás, acabaron, si acaso te los cruzabas por la calle, convertidos en caricatura. Ya no le hacían gracia a nadie.

placeholder 'Corrupción escolar absoluta'.
'Corrupción escolar absoluta'.

No se me escapa que la medida del ministerio hace pie en el mito dickensiano del alumno pobre o familiarmente dañado que, con todo lo que tiene en casa, no puede afrontar en justa condición exámenes y exigencias intelectuales. Esto de creer que los niños de barrio, del cabrero, de la costurera, no saben estudiar, no les dejan en casa estudiar, no pueden sacar sobresaliente porque hay borrachos toda la madrugada debajo de su ventana es la coartada moral de una medida que beneficia exactamente a los otros niños. En el Claret no había pobres. El más pobre era yo. Y a los malos estudiantes les daba igual estudiar no porque fueran pobres, sino porque eran ricos. No porque pensaran que estudiar no les iba a sacar de la pobreza, sino porque sabían que suspender no les iba a sacar de la riqueza. Para ningún niño es un regalo tan incalculable la educación como para un niño cuyos padres no fueron a la universidad o no llegan a fin de mes. No solo es el futuro mejor que el de sus padres lo que se trabaja esa niña en la escuela, es también su autoestima, construida sobresaliente a sobresaliente. Ahora, con esta medida propia de cavernícolas, se deja al albur del claustro si un niño suspenso puede pasar de curso, con base en irrisorias “expectativas favorables de recuperación”. Se lo traduzco: corrupción escolar absoluta.

Leer 'Ruptura' es como ver salir agua del grifo: incolora, inodora e insípida

La universidad

Pero saltemos a la universidad, donde la destrucción de la educación, gracias al ministro Manuel Castells, parece aún más entretenida. Aureolado por Berkeley y varios eslóganes instantáneos, hay que leer 'Ruptura' (Alianza), su libro sobre nada, para saber qué clase de inteligencia, fuera del mito promocional, dirige la cartera de Universidades. Una inteligencia muy limitada, ya se lo digo yo. 'Ruptura', en fin, nos muestra un personaje sin ideas, referencias culturales propias o sabores intelectuales excitantes. Leer 'Ruptura' es como ver salir agua del grifo: incolora, inodora e insípida.

Repasando qué disparates contra los buenos estudiantes se han ido imponiendo en estos últimos dos años, me encontré con Manuel Castells defendiendo que se pueda copiar en los exámenes o, en todo caso, que copiar durante una prueba no sea falta académica. “Es un reflejo de una vieja pedagogía autoritaria”, esto decía en mayo de 2020 sobre copiar y, ahora, para empezar septiembre con ilusión, la medida ha tomado cuerpo. Imaginen qué carrerón: poder pasar la ESO suspendiendo hasta llegar a la universidad, donde te podrás licenciar copiando.

La universidad, con Castells, es de los malos estudiantes

Manuel Castells imita con verdadera precisión la figura del tío medio 'hippie' que viene por casa y solo desea caerle bien a los niños. Les da caramelos, les da galletas de chocolate bajo cuerda, les defiende ante sus padres en toda ocasión. Los niños pueden llegar a pensar que es mejor que sus padres, por supuesto. Luego resulta que su tío medio 'hippie' es millonario y no sabría convivir con un niño más allá de las dos horas que suelen durar sus visitas.

El ministro, o sea, siempre se pone, según él, de parte de los estudiantes. “La universidad es de los estudiantes”, proclama. No. La universidad, con Castells, es de los malos estudiantes, que no es lo mismo. Es como si el Ministerio de Igualdad fuera de los violadores.

Así, copiar en un examen, una de las trapacerías intelectuales más miserables entre ciertos alumnos, es ahora una cuquería sin importancia. La visión que se ha dado de este fraude es como de un Tony Leblanc timando un par de pesetas a unos suecos. Hombre, que no es para tanto, que es un vistacillo al compañero, que “copiar bien” es “prueba de inteligencia” (sic!).

placeholder El ministro de Universidades, Manuel Castells. (EFE)
El ministro de Universidades, Manuel Castells. (EFE)

A veces tengo la sensación de que Manuel Castells cree que habla para completos idiotas. Cree, en fin, que una frase como “copiar bien es prueba de inteligencia” nos va a descolocar, nunca hemos oído nada parecido, viene el Mesías moderno a darnos la buena nueva plagiarista. Kenneth Goldsmith, el escritor norteamericano, tiene todo un taller de escritura creativa donde los alumnos no deben hacer otra cosa que plagiar. Es genial. Pero eso no hace menos ridícula e inmoral la medida de Castells.

Porque hay que pensar, no en el mal alumno que cree que puede aprobar copiando al compañero; hay que pensar en ese compañero. La alumna que ha estudiado durante toda la noche y va perfectamente preparada para aprobar el examen de Semiótica de la Comunicación de Masas, ¿por qué tiene que aguantar a un imbécil que no deja de mirar lo que ella escribe? ¿Por qué tiene que preocuparse de ir ocultando sus propios folios sobresalientes o, por el contrario, de permitir que el otro se los copie? ¿Por qué el reglamento universitario ampara al que copia en detrimento de la tranquilidad del alumno que estudia?

Son esos granujas, no nos engañemos, los corruptos de ahora

Recuerdo que los que copiaban en la universidad tenían una filosofía muy clara de su proceder, mayormente en aquello que se conocía como “dar el cambiazo” (llevar escrito un tema y, si caía, sacarlo ya escrito y entregarlo como si lo acabaran de redactar en clase). Su idea era (literalmente, aún me acuerdo): “Si tú no copias es porque no tienes cojones”. Es, amigos, tan triste volver 20 años atrás para comprobar cómo todo un ministro de Universidades de hoy da la razón a los granujas del ayer; que son, esos granujas, no nos engañemos, los corruptos de ahora.

En segundo de BUP, Melchor, mi profesor de Literatura en el colegio Claret de Segovia, un centro por aquel entonces privado, consultó a sus 30 alumnos la fecha más adecuada para realizar un examen. Unos preferían el lunes y otros el jueves. Como no había acuerdo, Melchor tuvo una idea brillante, dado que era antidemocrática. Dijo: “La fecha la deciden los buenos estudiantes, los que vais a suspender no tenéis derecho a voto”. Y así fue como los buenos estudiantes, entre los que por supuesto me encontraba, votamos el lunes, votamos el jueves, votamos, en fin, lo mejor para todos.

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