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Ser hombre en una guerra: piénsalo bien
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Alberto Olmos

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Ser hombre en una guerra: piénsalo bien

Un conflicto armado como el que ha desatado la invasión de Ucrania por Rusia nos devuelve a la implacable razón biológica que nos define

Foto: Soldados ucranianos se calientan cerca de Kiev. (EFE/A. Yakubovych)
Soldados ucranianos se calientan cerca de Kiev. (EFE/A. Yakubovych)
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Aunque no le habías dado mucha importancia a lo largo de tu vida, eres un hombre. A veces te veías haciendo cosas de hombres y a veces las cosas que hacías no te parecían particularmente masculinas. Pongamos que tienes mujer e hijos, un trabajo, que te gusta el fútbol, pero no los coches. Que cuidaste tú de los niños cuando eran pequeños. Que, en efecto, te gustaría acostarte con otras mujeres a espaldas de tu mujer. Hay en tu hombría cierta intermitencia, a veces te acuerdas de que eres un hombre y otras lo consideras irrelevante.

Llega una guerra. La guerra eran películas y libros de historia, alguna pistola de juguete en el pozo de la infancia, el Risk, si quieres. Pero esta guerra es de verdad. Que se dé una guerra en pleno siglo XXI en tu país no es algo que ahora mismo tengas tiempo de explicarte: ya están cayendo las primeras bombas.

La fuerza del acontecimiento se cifra en su condición inhibidora: mientras estás en una guerra, no la puedes pensar. Es la tiranía de lo real, el día a día de la supervivencia. De pronto, eres un hombre en medio de una guerra y se abre paso en tu carne un asombroso sentido del deber.

Porque hay soldados, sí, profesionales, un ejército que desfilaba por la tele algunos días, que costaba mucho o poco, un ejército, en fin, que parece que tiene ahora la tarea más coherente: guerrear de verdad.

Sin embargo, el otro ejército es más fuerte, inmensamente más poderoso, de modo que todo tu país va a ser arrasado. Eso, para alguien como tú, que no eres nacionalista, que no piensa en términos de patria, conceptualmente te da igual. Pero sucede que, en medio de la devastación de tu país, se producirá necesariamente la devastación de tu ciudad, de tu barrio, de tu casa y de las casas de todos tus amigos y familiares. El Gobierno llama a los hombres a unirse a la defensa del país, cosa que obviamente sobre el papel te trae sin cuidado: “La defensa del país”; pero lo que no te trae sin cuidado es la defensa de tus hijos y de tu mujer.

Antes que tus hijos, tienes que morir tú. Y antes que tu mujer, también tienes que recibir un tiro en la cabeza tú

¿Qué te está pasando? Incluso: ¿qué cojones te está pasando? Tú estabas hace una semana resolviendo palabritas en el Wordle, haciendo pilates y llevando a los niños al cine. El último fin de semana era tu turno de quedarte en casa mientras tu mujer salía con sus amigas. Y, de pronto, sabes que si alguien tiene que morir en esta guerra eres tú.

O sea, antes que tus hijos, tienes que morir tú. Y antes que tu mujer, también tienes que recibir un tiro en la cabeza tú. Realmente no lo has leído en ninguna parte, no tienes en casa bibliografía masculinista, no sabes que existe 'Why men are the disposable sex' (1993), tampoco te suena que lo ponga en una viñeta de El Roto. ¿Dónde lo pone? Has escuchado cientos de veces 'La Marsellesa', pero no sabes francés y nunca consultaste la traducción de la letra por la parte que dice: “Vienen a degollar a vuestros hijos y a vuestras mujeres”. Vienen a degollar a tus hijos y a tu mujer, a violarlos. Sabes lo que es una guerra, sin saber lo que es una guerra.

Foto: Un voluntario de las Fuerzas de Defensa Territorial ucranianas, durante sus primeros entrenamientos. (Reuters/Gleb Garanich)

Leíste muchas noticias sobre la guerra de Ucrania y te desconsolaba este titular: “Miles de mujeres y niños huyen de Ucrania en colas de 100 kilómetros”. Pero no pensaste en los hombres, porque los hombres eran invisibles en la noticia y no había fotos de miles de cadáveres puestos en fila de hombres muertos hasta ocupar 100 kilómetros de cuerpos inanimados.

Oías: “Las mujeres son las que más sufren en la guerra”. Y era verdad, porque había una cola de 100 kilómetros de mujeres que lo habían perdido todo, salvo a los hijos que llevaban abrazados. Pero entre lo que habían perdido, entre lo realmente importante, no figuraban sus casas o sus coches, sino sus maridos, sus hermanos, sus padres, sus hijos mayores de edad, sus compañeros. Todos estaban dispuestos a morir por ellas, por los niños. Si no estuvieras en medio de una guerra, comprenderías de pronto que ponerse a considerar siquiera quién sufre más en ella, si los hombres o las mujeres, es de una imbecilidad rayana en la psicopatía.

Considerar quién sufre más en una guerra, si los hombres o las mujeres, es de una imbecilidad rayana en la psicopatía

Así que ahí estás, en la cola de un cuartel donde te van a dar un arma y a enseñar durante cuatro días a pegar tiros. Luego irás a matar gente que te quiere matar. Verás morir a tu lado a otro hombre que, hace solo dos semanas, también empezó a jugar al Wordle. No será el único al que veas recibir un tiro en la cara. Otros serán desmembrados por la artillería. La cabeza se te llenará de muerte, de balas, de bombas, de sangre, de vísceras, de horror. A lo mejor te matan. Piensas que es mejor que te maten a que te hagan ver cómo matan a los demás, cada día.

¿Por qué tienes que ir tú a la guerra? ¿Por ser hombre? Hay algunas mujeres luchando contigo, y hubo algunos hombres que se fueron antes de que estuviera prohibido abandonar el país a mayores de edad, hasta los 60 años (¿un hombre de 61 años ya no era lo suficientemente hombre para morir?); pero, mayoritariamente, la guerra la hacéis los hombres, en ambos bandos. Todo el mundo sabe que es vuestro deber. No lo hacéis por gusto. A nadie le apetece morir con 20 años.

Pegando tiros que no sabes pegar, nada te queda tan lejos ahora como la posmodernidad, lo líquido y lo fluido, los estudios de género y la nueva masculinidad. La guerra ha vuelto inútil lo complejo, y es, en su horror, increíblemente sencilla.

A saber: los niños no pueden morir, porque son el futuro, y tampoco pueden quedarse solos, sin un adulto que los guarde. Las mujeres son también el futuro (el viejo planteamiento de primero de biología: una comunidad formada por 20 mujeres y un hombre tiene más posibilidades de sobrevivir que una comunidad formada por 20 hombres y una mujer), así que parecen las más indicadas para sobrevivir junto a los niños. Tú no eres el futuro; no eres nada. ¿O acaso creías que la orden 'mujeres y niños primero' en los naufragios tenía algo que ver con la caballerosidad?

Es una guerra, y se impone la razón biológica, con una contundencia tan impresionante que nadie necesita la menor explicación. Todo el mundo sabe que los hombres vais a ser exterminados. Porque debajo de todo el sedimento cultural que llevas encima, y al margen de la vida que hubieras tenido si no fueras a morir en esta guerra, vida frustrada en cuyo transcurso normal nunca hubieras llegado a sospecharlo, a palpar la enzima misma de tu identidad, como hombre nunca fuiste otra cosa que el animal que puede ser sacrificado.

Aunque no le habías dado mucha importancia a lo largo de tu vida, eres un hombre. A veces te veías haciendo cosas de hombres y a veces las cosas que hacías no te parecían particularmente masculinas. Pongamos que tienes mujer e hijos, un trabajo, que te gusta el fútbol, pero no los coches. Que cuidaste tú de los niños cuando eran pequeños. Que, en efecto, te gustaría acostarte con otras mujeres a espaldas de tu mujer. Hay en tu hombría cierta intermitencia, a veces te acuerdas de que eres un hombre y otras lo consideras irrelevante.

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