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Pedro Sánchez y los juegos del hambre: la aritmética del huevo frito
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Alberto Olmos

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Pedro Sánchez y los juegos del hambre: la aritmética del huevo frito

Empieza el año con rebajas en los alimentos básicos y muchas elecciones en el calendario

Foto: Nuevos precios de los alimentos básicos sin IVA. (EFE/Zipi Aragón)
Nuevos precios de los alimentos básicos sin IVA. (EFE/Zipi Aragón)
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Como en 2022 le venía mal a Pedro Sánchez que los españoles tuviéramos que comer tres veces al día, prefirió obviarlo. En 2023, al presidente le viene mejor el hambre, así que llevamos cuatro días con los precios de los alimentos básicos posibilitados de rebaja. Los huevos y otras cosas sencillas y poéticas tienen ahora un IVA invisible, un cero muy patatero. La pasta y el aceite, por su parte, han pasado de un 10% a un 5%. Se nos permite comer, en Carabanchel. No caviar, pero sí huevos fritos y macarrones. Esto es sin duda una gran noticia para las familias humildes, los pobres, la gente normal y el votante mayoritario. La gente con hambre vota cosas rarísimas, y es por eso que Pedro Sánchez se ha preocupado justo el 1 de enero de 2023 de que podamos comer, porque poco después habrá que votar. Sánchez se hace un lío increíble con eso de que la gente coma tres veces al día; son muchas veces, muchos días, quién lo entiende. La aritmética que sí le entra en la cabeza es que, una única vez cada cuatro años, le votamos.

Nada menos que el 10 de mayo del año pasado, los supermercados (Asedas) pidieron al Gobierno una rebaja en el IVA de los alimentos de primera necesidad. Seguramente la solicitud era en propio beneficio, no ayudaba nada a la gente y lo hacían por joder. Siete meses después, el Gobierno ha visto bien lo que durante medio año se entendió como un disparate. Pasarse siete meses sin permitir que la fruta baje de precio no lo hacía ni Stalin. Bueno, quizá sí lo hacía, pero no con tanta soltura argumental. El Gobierno ha estado siete meses haciéndonos pagar de más por las cosas de comer, por las más básicas y nerudianas (Odas elementales, ay), la leche, un pimiento, una manzana. Estuvimos, esa segunda mitad del año 2022, castigados por tener hambre, penando de nuestro bolsillo cada plátano que le dábamos al niño, cada fresa, cada mandarina. Nos ha salido caro comer espaguetis porque al Gobierno le salía barata nuestra digestión. ¿Qué vas a hacerme, una revolución?

Foto: Portada de 'Donde viven los monstruos'

Yo desearía ver esas reuniones íntimas y diabólicas donde se deciden estas cosas. Me gustaría que estuvieran grabadas. Porque, en algún momento, a Pedro Sánchez le llegó la (entonces) ocurrencia de que si todo estaba más caro que el azafrán, siendo pan, quizás era buena idea bajar el IVA del 4% a 0%. En ese instante, Pedro Sánchez no vio familias pagando precios propios de la cafetería del Ritz por una botella de aceite, no vio niños teniendo que comerse toda la zanahoria del plato porque la madre había dejado de comprar Mistol, y se había pasado a la marca blanca, para que en ese plato hubiera zanahoria; no vio, en fin, el rejonazo diario al presupuesto doméstico que iba provocando la subida secuencial de los precios. Solo vio esto: ¿a mí qué me importa? ¿Acaso es tan malo el lavavajillas líquido del DIA? ¿Acaso no sabe mejor el melón cuanto más caro te lo venden?

¿Es tan malo el lavavajillas del DIA? ¿No sabe mejor el melón cuanto más caro te lo venden?

Mientras, Alberto Garzón se dejó diluir. Después de subir los precios de los donuts y de la Coca-Cola por hacer algo con el ministerio decorativo que le habían inventado, y de que pareciera muy gracioso y ecolojeta lo de encarecer los vicios dulces de la vida a gente que no puede permitirse vicios de verdad, esas subidas a lo tonto de las cosas sencillas ya no computaban en intrascendencia, y había que jugar al escondite con la irresponsabilidad. Se sumaban, los céntimos del mal de Garzón, a los céntimos del mal generalizado de la crisis energética, y se revelaba, al fin, la increíble majadería que supone subirle por capricho la cesta de la compra a la gente, solo porque a ti te parece que come mal y hay una ballena tragándose un plástico no sé dónde.

El presidente que tenemos

Únicamente Gabriel Rufián se acordó en esos siete meses del precio de los melones y de las sandías, una tarde en el Congreso. Pero Pedro Sánchez ya había organizado (en el momento demoníaco que les digo) sus particulares juegos del hambre, y no había nada que hacer. Si Gabriel Rufián pide un referéndum para Cataluña, podemos hablarlo; si pide bajar el precio de la fruta a los niños, no. Ese es el presidente que tenemos, por si no se han enterado ustedes todavía.

Los juegos del hambre era ver a familias enteras pagando de más por alimentos de primera necesidad durante seis o siete meses, incluida la Navidad. Todo lo que hemos gastado de más por un simple litro de leche, una naranja o un bote de lentejas ha sido la dosis de dolor que Sánchez calculaba necesaria para revertir las pocas ganas que tenemos de votarle. Un poquito más de hambre, se decía Sánchez, solo un poquito más, y serán míos.

Familias enteras pagaron más por alimentos de primera necesidad durante seis o siete meses

Porque, en algún tramo de ese momento mefistofélico donde Sánchez decide no bajar los precios del pan de tus hijos, alguien (él, seguramente) debió de pronunciar la frase fatal, la pregunta poderosa: ¿qué gano bajando el IVA a cero antes de 2023? Nada, señor presidente, debió de contestarle algún viscoso diablillo con gafas. Nada. ¿Quién se va a acordar, a la hora de votar en las autonómicas y en las generales, de que redujimos el IVA al aceite en septiembre de 2022? Había que esperar hasta el 1 de enero para la correcta ideologización de los jugos gástricos del votante, para que comer y votar coaligaran.

¿No se vota con las vísceras, al cabo? Lo malo para Sánchez es que, en efecto, se vota con ellas.

Como en 2022 le venía mal a Pedro Sánchez que los españoles tuviéramos que comer tres veces al día, prefirió obviarlo. En 2023, al presidente le viene mejor el hambre, así que llevamos cuatro días con los precios de los alimentos básicos posibilitados de rebaja. Los huevos y otras cosas sencillas y poéticas tienen ahora un IVA invisible, un cero muy patatero. La pasta y el aceite, por su parte, han pasado de un 10% a un 5%. Se nos permite comer, en Carabanchel. No caviar, pero sí huevos fritos y macarrones. Esto es sin duda una gran noticia para las familias humildes, los pobres, la gente normal y el votante mayoritario. La gente con hambre vota cosas rarísimas, y es por eso que Pedro Sánchez se ha preocupado justo el 1 de enero de 2023 de que podamos comer, porque poco después habrá que votar. Sánchez se hace un lío increíble con eso de que la gente coma tres veces al día; son muchas veces, muchos días, quién lo entiende. La aritmética que sí le entra en la cabeza es que, una única vez cada cuatro años, le votamos.

IVA Pedro Sánchez
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