Mala Fama
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Ahora me entero de que en Carabanchel y Usera vivimos 400.000 camareros
El oportunismo, la condescendencia y el topicazo se suceden después de los confinamientos selectivos en la capital de España
En el colegio, los niños de entre tres y cinco años entran a clase atravesando un patio semitechado donde, a lo largo de toda la pared, varias mamparas cuentan la historia del centro educativo. Hay muchas imágenes y mapas, y algunos recortes de prensa. En una de las láminas se informa a padres y alumnos de que en la margen derecha del Manzanares, ahí al lado, es donde se solía fusilar a la gente.
Ya Elena Fortún en 'Celia en la revolución' narraba los avistamientos de cadáveres que se producían cuando uno cruzaba el puente de Toledo en dirección a Los Carabancheles, durante la Guerra Civil. Los Carabancheles es como llama Agustín de Foxá al sur en 'Madrid de corte a checa'; o sea, como lo llamaba todo el mundo.
Desde los años 50 y 60, la margen izquierda del río fue modernizándose y los poblados y barriadas marginales dieron paso a fábricas y almacenes y luego a las grandes urbanizaciones de Imperial y Acacias, donde hoy un piso normalito no baja de 400.000 euros. Lo malo de Madrid arrancaba ya al otro lado del río, con pisos colmena asomados a la M-30 que a su vez discurría paralela al Manzanares. Fueron muchos años de salir a la ventana o al balcón a tragarse el humo de varios cientos de miles de vehículos.
Ahora esos pisos también cuestan 400.000 euros. Dan a Madrid Río, un parque variado y figurativo con toboganes de acero inoxidable y parterres laberínticos y barcos pirata para los niños. La M-30 nadie se acuerda de que está debajo.
Aunque Madrid Río llenó de puentes y pasarelas el vuelo del Manzanares, ningún madrileño los cruza si no tiene que arreglar su coche en los talleres de Carabanchel o Usera. Hay, realmente, un campo de fuerza sociocultural que impide a los madrileños, cuando llegan a Madrid Río, ver siquiera que Madrid sigue del otro lado.
Semáforos paritarios
Es quizá el mismo campo de fuerza que impidió a Manuela Carmena y a su equipo poner semáforos paritarios en aquellas calles, o poner cualquier cosa. Supongo que les parecía irrelevante plantar semáforos con falda en lugares donde a nadie le importan los semáforos. Se supone que poemitas sí pusieron ('Versos al paso'), según dice la web de esta acción culturalmente crucial, pero yo nunca los he visto.
Almeida, nada más llegar al sillón, puso una bandera de España en marqués de Vadillo tan grande que casi nunca sopla viento suficiente para levantarla.
Hace más de un año, pregunté a una amiga que vive desde siempre en Almendrales (Usera) cómo estaba el barrio, pues hacía tiempo que no me pasaba por allí. Me dijo que todo estaba igual que siempre, y añadió: “Eso sí, ahora me cuesta mucho aparcar”. Semanas después, vi a otra amiga que vive en Las Vistillas, y hablamos de la suerte que tenía de que justito su casa quedara dentro de uno de los caprichosos picos que dibujaba Madrid Central. Y me dijo: “Además ahora es facilísimo aparcar”. Que no se pudiera discutir lo bueno que Madrid Central era para Madrid ya dejó claro qué era Madrid y qué no; y quién tenía que seguir jodiéndose.
Administrativamente, no hay nadie que odie Madrid como odia el centro de Madrid su periferia; el sur es especialmente denostado
La capital de España sufre odios bursátiles con el paso de los años, y ahora toca odiarla un poco más que antes. Sin embargo, administrativamente, no hay nadie que odie Madrid como odia el centro de Madrid su periferia. El sur es especialmente denostado, se ve como un puñado de barrios de migraciones rurales que ahora habitan los chinos y latinoamericanos, amén de todos los españoles que han fracasado en la vida. Yo mismo.
No hay que llorar. El sur de Madrid lo lloran sobre todo los que no viven aquí y nunca se pasarán por aquí, salvo para pedir el voto o, va dicho, un precio asequible para el delco. A mí me encanta el sur de Madrid. Lo que no sabía era que los 400.000 desgraciados que vivimos entre Usera y Carabanchel fuéramos todos camareros.
Con los confinamientos selectivos que empezaron este lunes, mucha gente se ha lanzado a describir el Sur mientras lo llora. Así me he enterado de que el 100% de su población pone copas en el centro de la ciudad. Yo vivo en un inmueble donde no dejan de entrar Audis y BMW, así que debe de pagarse muy bien esto de la hostelería. También conté en treinta segundos con ayuda de mi novia roja cuántos profesores de primaria o secundaria vivían por estas calles, y nos salieron ocho o nueve enseguida. A lo mejor la enseñanza es una suerte de taberna del saber, qué sé yo. El caso es que la izquierda refitolera habla de oídas de sus propios votantes, deseando conseguir su voto a fuerza de caricaturizarles. Suerte con ello.
Vamos a ver
Junto al parque infantil donde solía llevar a jugar a mi hija antes de los rebrotes, hay un campo de baloncesto y otro de fútbol sala. Todos los sábados y domingos estas dos canchas se llenaban de dominicanos que jugaban muy apasionadamente entre ellos. Sus amigos, amigas, otros equipos en espera y curiosos en general se agolpaban alrededor del perímetro del campo, con mucha algarabía y sabrosura. A lo mejor había setenta personas ahí. Hace dos semanas, apareció la pasma, cuatro agentes muy serios, que parecía que iban a detener a un Bin Laden o a un Pablo Escobar. Se acercaron a los diversos grupos de jóvenes y les fueron diciendo que se subieran la mascarilla. Luego uno se dirigió a la cancha de baloncesto y meditó unos segundos. “Vamos a ver”, dijo —y yo memoricé exactamente lo que dijo—, “sé contar. ¡Estáis jugando seis contra seis! ¡Se juega cinco contra cinco!”.
A esto, ay, se debía de referir la pobre Ayuso cuando hablaba de las costumbres de las colonias migrantes. Sonó mal cómo lo dijo, pero me da a mí que los españoles no tienen por norma y ley juntarse todos en un parque los domingos alrededor del deporte. Esto pasa mucho también en Prado-Longo, el gran parque de Usera. Ecuatorianos, colombianos, bolivianos; deporte, comida y familias. Viéndolos, uno entiende que esas reuniones hermanas del día no laboral les dan literalmente la vida.
La colonia del Tercio y Querol, donde ahora viven actores comunistas, tampoco ha sido confinada
Las costumbres de los latinoamericanos poco tiene que ver con las de los chinos, que ante la pandemia han sido los más cautos y avispados, ni con las rutinas de los gitanos, que se concentran por la linde del Prado-Longo y en el Alto de San Isidro. Unos han sido confinados y otros no. La colonia del Tercio y Querol, levantada por Regiones Devastadas para la soldadesca heroica y donde ahora viven actores comunistas (deliciosa evolución), tampoco. Sin embargo, los habitantes de los bellos chalés 'art decó' de la colonia La Prensa, arriba en Puerta Bonita, sí han visto restringida su movilidad. Les hago este resumen para que vean la obscenidad con la que se ha hablado a bulto de Carabanchel estos días: ni han mirado la Wikipedia.
Una curiosa fábula para acabar. En los años noventa, en la calle Dolores Barranco, Almendrales, había un quiosco de prensa muy feo y estrecho, que atendía un señor regordete y nada simpático, donde yo solía comprar los periódicos. Ya en el nuevo siglo, un día bajé y lo habían arrancado de cuajo. Cerró. Impresionaba ver lo poco que era el quiosco, apenas 20 baldosas rotas sobre el suelo. Pasados no pocos meses, el ayuntamiento tuvo a bien clavar ahí mismo un banco nuevo, de madera. Y desde el primer día de estreno del banco, todas las mañanas, a la misma hora en la que abría el quiosco, el quiosquero jubilado se bajaba a la calle y se sentaba en ese banco que ocupaba ahora exactamente el mismo trozo de suelo que ocupó durante décadas su negocio, y desde ahí siguió viendo pasar la vida.
Bien, pues eso es el sur.
En el colegio, los niños de entre tres y cinco años entran a clase atravesando un patio semitechado donde, a lo largo de toda la pared, varias mamparas cuentan la historia del centro educativo. Hay muchas imágenes y mapas, y algunos recortes de prensa. En una de las láminas se informa a padres y alumnos de que en la margen derecha del Manzanares, ahí al lado, es donde se solía fusilar a la gente.