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Javier Marías y el arte de ser olvidado
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Alberto Olmos

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Javier Marías y el arte de ser olvidado

Se cumple un año del fallecimiento del autor de 'Corazón tan blanco'

Foto: Javier Marías en 2015 (EFE)
Javier Marías en 2015 (EFE)

Cuando un escritor muere, es inevitable despedirse de él con un chiste: seguiremos leyéndolo. En rigor, un escritor al morir impide muy precisamente que lo sigas leyendo, pues morirse genera cierta dificultad para seguir escribiendo. La obra se detiene, el corpus se cierra, la promoción cesa y uno deja por siempre de ser novedad. "Seguiremos leyéndolo" sólo sería posible si nunca lo leíste, y lo más exacto sería decir: "Te leeremos otra vez, volveremos a tus libros y revisaremos tu legado. No te preocupes, te pondremos en un libro de texto de instituto".

También es habitual caer en cierto humor eucarístico: "Sigue vivo en sus obras", muy comúnmente. La obra, escrita vivo, si algo dice una vez que mueres es que estás muertísimo. Cada palabra de una novela habla de un tiempo en el que se escribía así, de un hombre o de una mujer que veía el mundo de esa manera desusada. No hay mucha diferencia entre una novela cuyo autor ya no existe y las cartas de los difuntos encontradas en un cajón: dicen cosas que generalmente no van dirigidas a nadie.

Foto: Javier Marías. (Carmen Castellón)

Hoy se cumple un año de la muerte de Javier Marías, a los 70 años. Fue un autor afortunado. La mayor suerte de un escritor es escribir lo que quiera y que la gente, de forma masiva (dentro de lo masivo que puede ser el acto de leer) compre sus libros. Poner de acuerdo crítica y público, libros de texto de instituto y cajas registradoras, no pasa casi nunca. Marías hacía novelas difíciles que, no se sabe por qué, la gente compraba. A partir de mil o dos mil ejemplares, ya te está leyendo gente para la que no escribes. Vender cien mil ejemplares es como que te han confundido por la calle y tú les sigues el juego. "La fama es un malentendido", dijo el poeta.

placeholder Javier Marías, en 2008. (EFE/Chema Moya)
Javier Marías, en 2008. (EFE/Chema Moya)

Cuando un autor está vivo, y publica regularmente, parece que empujara sus obras hacia adelante. Vivir es estar promocionándose, aunque no se haga nada salvo salir a comprar el pan y dar alguna entrevista. Estar vivo es proponer diálogos. Lo escrito es palabra reciente, replicable. Le puedes enviar cartas al autor diciéndole cosas, le puedes parar por la calle, le puedes pedir autógrafos. Eso hace que sus libros alberguen actualidad, un cierto calambre.

Pero cuando te mueres tus libros se desenchufan del día a día, son piezas del pasado. El pasado si de algo carece es de electricidad. Hace falta parar el mundo entero a tu alrededor para prestarle la más mínima atención a lo que ya fue.

Los que más prisa tienen en esto del olvido literario son sus enemigos. Una vez muerto, sentencian: "¿Veis como ya no lo lee nadie?"

Los que más prisa tienen en esto del olvido literario son los enemigos del autor. Una vez muerto, enseguida sentencian: "¿Veis como ya no lo lee nadie?" Pasó con Camilo José Cela y pasó con Francisco Umbral, más o menos 48 horas después de desaparecer. No se sabe muy bien con qué comparan esa no lectura fatal. Obviamente, nadie te lee si llevas cinco años sin publicar un libro porque estás muerto.

Otros que tienen prisa en olvidar a un autor son sus editores. Algunos escritores consiguen ponerse por fin por encima de sus editores y, por tanto, les obligan a perder dinero con ellos. Esto hace que su obra esté disponible, toda entera, en librerías. Pero, al fallecer, el editor por fin puede creerse muy importante y poderoso, y enseguida vuelve inencontrable casi todos los libros de su, hasta ese momento, estrella. Los apresurados olvidadores colaboran entre sí, pues puede decirse: "¿Veis como ya nadie lee a este autor cuyos libros, de hecho, ni siquiera puedes encontrar?".

Finalmente, la gente se olvida del autor. Pero eso no tiene mucha importancia. La mayoría de las calles con nombre de persona, o de las estaciones de Metro con nombre de persona, nadie sabe qué persona recuerdan o celebran. Podrías poner una calle a Ted Bundy con toda tranquilidad. Si hay una forma efectiva de olvidar a alguien, es ponerle una calle.

placeholder El escritor Javier Marías durante la lectura de su discurso de ingreso en la Real Academia Española en 2008. (EFE)
El escritor Javier Marías durante la lectura de su discurso de ingreso en la Real Academia Española en 2008. (EFE)

Al final, la posteridad con los escritores consiste en esas mil o dos mil personas para las que escribías, reencarnadas generación a generación. Si yo leo a Javier Marías otra vez mañana, eso es mucho más importante que si Javier Marías ocupa un tema entero en un libro de texto. Después, alguien nacido en el año 2000 leerá a Javier Marías. Y luego alguien nacido en 2025. Son mil personas las que resisten por Javier Marías. Pasa, por ejemplo, con Helena o el mar del verano (Acantilado), de Julián Ayesta. A Julián Ayesta se le lee mucho más que a Juan Benet.

Con todo, hay algo en la resolución de una carrera literaria (muerte y olvido) que nos devuelve a los comienzos. "En mi final está mi principio", que dijera Eliot. Si nos paramos a pensar en los olvidos, en los enterramientos intelectuales y en las vigencias de las firmas muertas es porque de eso iba a todo en primer lugar. Estas estimaciones de preterición señalan por qué se escribe: sí, se escribe para eso, para quedar después de muerto.

De hecho, todo autor queda después de muerto. Hay como tres ejemplares de sus libros en la Biblioteca Nacional, que seguirán ahí después de cien años. Sólo tres. Pero es mucho, muchísimo más de lo que queda de nadie transcurrido un siglo desde su muerte.

De la mayoría de la gente, no queda absolutamente nada.

Cuando un escritor muere, es inevitable despedirse de él con un chiste: seguiremos leyéndolo. En rigor, un escritor al morir impide muy precisamente que lo sigas leyendo, pues morirse genera cierta dificultad para seguir escribiendo. La obra se detiene, el corpus se cierra, la promoción cesa y uno deja por siempre de ser novedad. "Seguiremos leyéndolo" sólo sería posible si nunca lo leíste, y lo más exacto sería decir: "Te leeremos otra vez, volveremos a tus libros y revisaremos tu legado. No te preocupes, te pondremos en un libro de texto de instituto".

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