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No me metí a escritor para ser un gánster
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Alberto Olmos

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No me metí a escritor para ser un gánster

Quizá los premios literarios que se declaran desiertos suponen un paréntesis de dignidad en un sector altamente corrompido

Foto: Una pila de libros en la Feria del Libro de Fráncfort. (EFE)
Una pila de libros en la Feria del Libro de Fráncfort. (EFE)

Hace algunos años, en la fiesta de una pequeña editorial madrileña, un corrillo de escritores estuvo a punto de publicar un tuit. Durante algunos minutos, la vida de esos escritores merodeó la heroicidad y el desastre, y quizá el destino mismo de la literatura española se vio amenazado como nunca antes en la historia de nuestra democracia. Entre copas, alguien había revelado el nombre de la escritora que iba a ganar ese otoño el premio Herralde. Ella misma lo iba diciendo por ahí. Era junio y hacía un calor muy revolucionario. "Pues yo lo voy a tuitear", afirmó de pronto un escritor y periodista, poseído por el espíritu del momento. "Venga", animó un compañero. "¿Por qué no? ¡Ya está bien!", dijo otro. Nos fuimos viniendo todos muy arriba, con los móviles en la mano. Pero al final nadie tuiteó en junio quién iba a ganar el premio Herralde en noviembre.

Llegado otoño, la ganadora fue, en efecto, la que todos sabíamos antes del verano que iba a ganar.

Foto: Carmen Urbita (izquierda) y Ana Garriga (derecha). (Ana Prado)

¿Qué hubiera sucedido si aquel tuit no se nos hubiera desinflado justo antes de hacerlo público? Es algo que he seguido preguntándome durante todo este tiempo.

Cuestión de matemáticas

El año pasado, el premio Herralde quedó desierto por primera vez en su historia. Como supondrán, esta noticia me interesó mucho más que la rutina anual de su designación. En el siglo XXI, ningún premio literario ha aportado nada a la literatura española; ninguna novela premiada es señalada por nadie entre las mejores de nuestro tiempo. Que no hubiera ganador era incluso fascinante. Ahí, amigos, debía de haber sucedido algo singular, la descomposición de un engranaje.

En principio, no ser capaz de dar un premio que convocas tú mismo es como no ser capaz de celebrar tu cumpleaños: ridículo. Dar un premio literario es sencillo, a fuer de matemático. Quien cuenta con más votos gana. Puedes ganar por unanimidad (5 votos), por mayoría amplia (4 a 1) o por mayoría justita (3 a 2). No tiene mayor misterio. Lo que pasa es que los premios pactados, dirigidos o amañados tienen sus propias matemáticas.

El jurado hizo público un comunicado donde reducían su impericia aritmética a un melifluo "no haberse puesto de acuerdo". Era enternecedor cerrar el documento con la frase "el año que viene esperamos hacerlo mejor". Quizá iban a aprender a sumar.

placeholder El editor Jorge Herralde, fundador de la editorial Anagrama y de quien toma nombre el Premio Herralde. (EFE)
El editor Jorge Herralde, fundador de la editorial Anagrama y de quien toma nombre el Premio Herralde. (EFE)

Pregunté por ahí qué había pasado en el premio Herralde 2022, edición número 40. Nadie sabía nada. Hice mis suposiciones demenciales, mis cálculos siniestros, pero no contaba con testimonio alguno que los validara.

Como estuve varios años en el espantoso mundo de los escritores, he visto algunas cosas. He visto declarar premios desiertos, claro. En el descargo del jurado siempre se utiliza la palabra "higiene". Como hay muchos libros, ¿para qué publicar uno más, si no es extraordinario? Queda elegante aligerar las librerías.

Sin embargo, un jurado de un premio desierto me contó muchos años después por qué no habían premiado a nadie. El jurado se había enterado de que el ganador obligatorio (basta con poner la novela que quieres que gane junto a un montón de basura, y decirle al jurado que elija con toda libertad entre esa novela y un montón de basura), el ganador obligatorio, digo, "era el novio de la jefa de prensa de la editorial. Y por ahí no pasamos".

El jurado se había enterado de que el ganador obligatorio "era el novio de la jefa de prensa de la editorial. Y por ahí no pasamos"

Ya se me había olvidado todo este asunto del Herralde baldío cuando quedé con una antigua amiga muy parlanchina. Casi sin darse cuenta, me soltó: "Pues Fulano de Tal se fue de su sello diciendo que le iban a dar el Herralde".

"Fulano de Tal", nuevamente.

Hace meses les di algunos apuntes sobre el aquelarre español en Frankfurt. La feria del libro germana tenía a España como país invitado, y la lista de autores agraciados con viaje, hotel y dieta (supongo) era realmente caprichosa, como hecha por el enemigo. Fulano de Tal daba tres charlas, casi más que nadie. Una de las personas en las que el ministerio de Cultura había delegado la tarea de armar la nómina de autores invitados era, a la sazón, la esposa de Fulano de Tal (en concreto: "Responsable de contenidos del programa literario de España en la Feria del Libro de Frankfurt"). Parece que la pareja no dudó ni un segundo en poner fondos públicos y la estructura del Estado a favor de la obra de Fulano de Tal, presentándolo en Alemania como si fuera Javier Marías. Si les dijera el nombre del autor, ustedes no sabrían quién es.

placeholder El ministro de Cultura, Miquel Iceta, el año pasado en la Feria del Libro de Fráncfort. (EFE / Borja Sánchez-Trillo)
El ministro de Cultura, Miquel Iceta, el año pasado en la Feria del Libro de Fráncfort. (EFE / Borja Sánchez-Trillo)

La mujer, por su parte, gestora cultural de profesión, tiene 400 seguidores en Twitter. La literatura española está en manos de una desconocida con 400 seguidores en Twitter, y menos escrúpulos que seguidores.

Ni uno solo de los autores (algunos de fuste) que yo sé que no se llevan nada bien con Fulano de Tal fue invitado a la Feria de Frankfurt. Es la otra cara de la frenética autopromoción y cabildeo de los matones culturales: sabotear de paso la carrera de los otros. Cuando les pregunté a estos amigos por qué creían que no habían ido a Frankfurt, ni siquiera sabían qué persona elegía quién iba a Frankfurt. Así funciona. Hay que conseguir administrar el prestigio, y dártelo a ti mismo.

A mí este éxito de escayola me parece tristísimo. Nada es legítimo, todo se consigue como en los cuartos oscuros de un club de alterne.

Yo no me metí a escritor para ser un gángster, para estar todo el día chantajeando y traficando con mi talento, de presentación en presentación

Sinceramente, yo no me metí a escritor para ser un gángster, para estar todo el día chantajeando y traficando con mi talento, de presentación en presentación, de librería en librería, lisonjero y capcioso, malmetiendo y engañando, con una hoja de servicios manchada de miseria hasta su última página. A mí no me merece la pena una profesión así, sucia, corrupta y estúpida; yo vengo por la pureza, la elegancia, el talento, la calidad, la hermandad, la lectura, el reconocimiento sincero. Quiero ganar todos los premios literarios, pero sólo si la deportividad es diamantina.

La trayectoria de autores como Fulano de Tal me recuerda a la de esos hombres que durante décadas se sobrepasan (sin ser casi delito) con las mujeres de su entorno, y quedan impunes. ¿Para qué se va a complicar uno la vida denunciando lo que (casi) no es delito?

Quizá el año pasado los miembros del jurado del premio Herralde vieron esto mismo: que era ya demasiado obsceno premiar la incansable abyección de un fulano. Si este hubiera sido el caso, habría que darles las gracias.

La dignidad, aunque sea puntual, no deja de ser matemática pura.

Hace algunos años, en la fiesta de una pequeña editorial madrileña, un corrillo de escritores estuvo a punto de publicar un tuit. Durante algunos minutos, la vida de esos escritores merodeó la heroicidad y el desastre, y quizá el destino mismo de la literatura española se vio amenazado como nunca antes en la historia de nuestra democracia. Entre copas, alguien había revelado el nombre de la escritora que iba a ganar ese otoño el premio Herralde. Ella misma lo iba diciendo por ahí. Era junio y hacía un calor muy revolucionario. "Pues yo lo voy a tuitear", afirmó de pronto un escritor y periodista, poseído por el espíritu del momento. "Venga", animó un compañero. "¿Por qué no? ¡Ya está bien!", dijo otro. Nos fuimos viniendo todos muy arriba, con los móviles en la mano. Pero al final nadie tuiteó en junio quién iba a ganar el premio Herralde en noviembre.

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