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La seducción en peligro: ¿es condenable mentir para obtener sexo?
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Alberto Olmos

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La seducción en peligro: ¿es condenable mentir para obtener sexo?

Elizabeth Hardwick analizó el asunto en los años setenta con 'Seducción y traición', ahora publicado en España

Foto: Michelle Pfeiffer y John Malkovich en 'Las amistades peligrosas'.
Michelle Pfeiffer y John Malkovich en 'Las amistades peligrosas'.
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Las relaciones entre hombres y mujeres van simplificándose en este siglo XXI en el que hemos descubierto que todo lo hacíamos mal. Ligar estaba mal, tratar de besar estaba fatal; equivocarse se ha vuelto inadmisible y seducir habrá que ver. Este camino de purificación moral apunta sin duda hacia un formato para las relaciones amorosas del futuro totalmente único, moderno e impecable: el matrimonio de conveniencia. Al final del camino, estos jóvenes que ya ni saldrán de casa ni hablarán en persona entre ellos tendrán a sus padres diciéndoles con quién se tienen que casar, y ahí ya no habrá peros que valgan. Puedes decir lo que quieras del matrimonio de conveniencia, pero no que te haya molestado en una discoteca. Tinder es sólo el paso atrás previo al gran alejamiento que supondrán los matrimonios concertados: distanciarse por completo para quererse.

Mientras, tenemos la seducción. De los últimos señalamientos propagados en redes sociales de mujeres hacia hombres me quedé con la curiosa acusación de una joven hacia el presentador de un podcast de cierto éxito. Dijo la joven (entre otras cosas): "Me sedujo".

placeholder Fotograma de la película 'La seducción', de Sofia Coppola. (Universal)
Fotograma de la película 'La seducción', de Sofia Coppola. (Universal)

Me llamó la atención ese "me sedujo", junto a diversas expresiones más turbias o tóxicas o incómodas. No añadía nada a ese "me sedujo" ("con artimañas", "vilmente", "aprovechándose de..."), que, por tanto, sonaba como "me violó".

He vuelto a estos fangos al echarle un ojo a Seducción y traición (Navona), de Elizabeth Hardwick, publicado originalmente en 1974 y aparecido este mismo año en España. Leemos en el breve ensayo que da título al volumen: "La seducción puede ser funesta, incluso trágica, pero el seductor en acción es en esencia cómico". Y después: "Los seductores más interesantes son en realidad violadores: por ejemplo, don Juan".

placeholder Portada de 'Seducción y traición', de Elisabeth Hardwick.
Portada de 'Seducción y traición', de Elisabeth Hardwick.

Sobre la seducción pesa una evidencia que la expulsa de todo territorio moral: se seduce para obtener sexo, y luego correr hacia la seducción siguiente. Del seductor se da por hecho que miente, que emplea trucos, incluso que recicla patrones de comportamiento que sabe efectivos. "Eso se lo dirás a todas", opone la posible seducida, si tiene mundo.

Sí.

El correlato moral del seductor es el pretendiente. El pretendiente es honrado, aburrido, y todo el mundo prefiere que le seduzcan a que le aburran. Por eso el pretendiente sólo tiene una oportunidad de éxito después de mucha seducción ajena, infeliz y disciplinante. Tras abundantes seductores fugaces, ya toca que te quieran por más de dos semanas.

Seducir, según detecta implacablemente Hardwick, supone siempre "adulación", "engaño" e "insistencia". El seductor es un vendedor puerta a puerta de un producto que no es otro que aquella persona que le ha abierto la puerta. Seducir es venderle a una persona una imagen extraordinaria de sí misma. "Eres maravillosa": de ahí para arriba. La seducción busca crear adicción, y después de los primeros chutes de autoestima, el vendedor/camello empieza a cobrar por sus halagos. El cobro es tener sexo.

Y, luego de tener sexo, se va. Todo fue mentira, teatro, carne.

Seducir es venderle a una persona una imagen extraordinaria de sí misma. La seducción busca crear adicción

En este punto, podemos preguntarnos: ¿no es ilegítimo, ilegal, casi delito, un poco de agresión, este "teatro"? ¿En qué medida la joven que denunciaba públicamente el comportamiento del famoso presentador de pódcast no estaba diciéndolo todo con "me sedujo"?

Hardwick recupera un pasaje muy llamativo de Clarissa (Samuel Richardson, 1747), novela epistolar sobre el deseo frenético de un libertino por una joven dama. Opina el libertino: "Todo lo que le hecho se consideraría solo un jueguecito, una travesura, y nueve de cada diez personas de su mismo sexo se lo habrían tomado a risa. Cuanta más importancia le dé, más doloroso será para ella, y también para mí."

En el teatro clásico español, no se dejaba dudas sobre el fondo verdadero de un seductor, pues se le llamaba "burlador". Su objetivo, en efecto, es burlarse de las mujeres, pues por burla debemos entender prometer amor eterno cuando sólo se busca aguantar una noche (o media).

placeholder Fran Perea en el papel de Don Juan Tenorio y Luz Valdenebro como Doña Inés. (EFE/Fernando Villar)
Fran Perea en el papel de Don Juan Tenorio y Luz Valdenebro como Doña Inés. (EFE/Fernando Villar)

Por decirlo todo, quizá el "piropo" (ya delito) era la versión brusca e indocumentada, cruda y sin arte, de la seducción.

Y quizá la seducción sobreviva como fracaso, como el puro juego de dejarse seducir sabiendo que nada va a suceder, porque siempre es placentero oír mentiras o exageraciones sobre las propias cualidades, tontear por arriba, verbalizar un ideal.

Lo arriesgado estará en esa seducción que aún tenga éxito, en el "we did the deed" shakespereano. La mujer burlada que ahora denuncia.

Tal vez pronto sea delito decirle a alguien que tiene los ojos muy bonitos.

Las relaciones entre hombres y mujeres van simplificándose en este siglo XXI en el que hemos descubierto que todo lo hacíamos mal. Ligar estaba mal, tratar de besar estaba fatal; equivocarse se ha vuelto inadmisible y seducir habrá que ver. Este camino de purificación moral apunta sin duda hacia un formato para las relaciones amorosas del futuro totalmente único, moderno e impecable: el matrimonio de conveniencia. Al final del camino, estos jóvenes que ya ni saldrán de casa ni hablarán en persona entre ellos tendrán a sus padres diciéndoles con quién se tienen que casar, y ahí ya no habrá peros que valgan. Puedes decir lo que quieras del matrimonio de conveniencia, pero no que te haya molestado en una discoteca. Tinder es sólo el paso atrás previo al gran alejamiento que supondrán los matrimonios concertados: distanciarse por completo para quererse.

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