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Soy español, ¿a qué quieres que te reviente?
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Alberto Olmos

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Soy español, ¿a qué quieres que te reviente?

Sorprende el entusiasmo campeón que llenó España cuando Ilia Topuria conquistó un torneo de artes marciales mixtas de la UFC

Foto: Ilia Topuria golpea al australiano Alexander Volkanovsk. (Getty Images/Chris Unger)
Ilia Topuria golpea al australiano Alexander Volkanovsk. (Getty Images/Chris Unger)
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Media España (casualmente la media España cristiana y familiar) gozó de lo lindo viendo cómo un georgiano nacido en Alemania le partía la cara a un australiano de origen macedonio y conseguía para nuestro país su primer campeonato UFC. Que la gente ignorara a qué obedecen exactamente las siglas UFC daba igual, frente a la alegría de vernos campeones de algo otra vez, gracias a Ilia Topuria, alias el “matador”, residente en nuestro país desde los quince años de edad. Soy español, ¿a qué quieres que te reviente?

Yo pienso que golpear a otra persona hasta que pierde el conocimiento no es un deporte. De hecho, normalmente es un delito.

Ser el único hombre que acaba en pie después de salir a matarse con otros hombres de pesaje parecido en un “octágono” (el ring de la UFC) es más o menos equivalente a ser el mejor portero de discoteca del mundo. También podría considerarse a un campeón de la UFC como el mejor matón de patio de colegio del planeta. No siempre ser el mejor en algo, ni tu esfuerzo físico por serlo -incluso con medalla o cinturón o diploma de por medio-, te convierte en deportista. También habrá un pirómano mejor que todos los demás pirómanos, pues quema bosques y no le pillan nunca, y seguramente entrena duro y acredita mucha técnica.

La UFC (Ultimate fighting championship) es el sueño sobrehormonado de la adolescencia masculina, una especie de película de Jean-Claude Van Damme con Bruce Lee, Swarzenegger y Chuck Norris haciendo cada uno su cameo macarra. Es Operación Dragón quitándole los diálogos. Es, en fin, la UFC, el OnlyFans de los chicos, donde pueden hacer mucho dinero con su propia degradación corporal para que lo vean también los chicos. Todo es para que lo vean los chicos.

La UFC es el OnlyFans de los chicos, donde pueden hacer dinero con su propia degradación corporal para que lo vean también los chicos

En cualquier deporte, el espectador se perturba por una lesión, un golpe o un mal comportamiento; es como un fallo de raccord en una película: destruye el espectáculo. Cuando un futbolista se desvanece, los otros jugadores lo rodean para preservar su debilidad e intimidad. Todo eso, en la UFC, es precisamente el espectáculo: desvanecerse, golpear y sangrar; lesionar y lesionarse. Es como fútbol donde el verdadero objetivo fuera la tarjeta roja. Tienes que conseguir muchas tarjetas rojas para ser el mejor en un deporte fundamentado literalmente en la anti-deportividad.

Es que no lo veo, amigos.

He visto, sí, el K.O. de Torupia a Volkanovski, y eso en la calle, en una incidencia de tráfico, te pone mal cuerpo para todo el día, y se habla de inseguridad en las calles y del alcalde, que no hace nada, y la ciudad sale con un punto negro en las guías turísticas. Sin embargo, si lo ponen en la tele y hay tías buenas y champán, mola mucho.

placeholder El luchador australiano Alexander Volkanovski en un momento de su pelea por el título de peso pluma contra el hispanogeorgiano Ilia Topuria. (EFE/Armando Arorizo)
El luchador australiano Alexander Volkanovski en un momento de su pelea por el título de peso pluma contra el hispanogeorgiano Ilia Topuria. (EFE/Armando Arorizo)

Que los tiempos han cambiado significa que los hombres ya no nos pegamos entre nosotros. Hubo un momento en el que podías pegar a otro tipo, sí, porque la masculinidad sacrificial consentía la agresión como parte del juego de rivalidades. Hasta los años 90, nadie se iba a comisaría por una pelea en un bar, un empujón o un “te voy a arrancar la cabeza”. Ahora se denuncia todo esto, no nos pegamos y la testosterona la dejamos para cuando nos apuntemos al Brooklyn FitBoxing.

Así, por aquellos años 90, y, claro, antes, había boxeo y esa payasada llamada wrestling, y Steven Seagal hacía películas que no acababan directamente a Trece TV. Incluso los empresarios le daban puñetazos a los ministros (Ruiz Mateos vs. Miguel Boyer). Eran otros tiempos y de todas las cavernas se sale.

Sin embargo, una empresa ha sabido sortear la ley y crear un espectáculo con las escabechinas que normalmente se celebran debajo de los puentes y en los descampados (De óxido y hueso, Jacques Audiard, 2012) o en los áticos de los ricos (Puños de asfalto, Dito Montiel, 2015), y esto es un poco como organizar unos juegos olímpicos donde se roban bolsos a las viejas, se atracan bancos, se hacen butrones cronometrados y se viola a las mujeres. Y luego se dice quién viola mejor a las mujeres.

Yo, ver pegar a un hombre, por mucho que se deje pegar, lo entiendo igual que ver violar

Yo, ver pegar a un hombre, por mucho que se deje pegar, por mucho que haya firmado que ha ido allí a expensas de acaparar lesiones cerebrales, lo entiendo igual que ver violar a alguien.

Que la gente, parece ser que de derechas, considere súbitamente más español que nadie a un georgiano porque pega bien dice mucho de su desesperación racial. Falta patria, falta pasión nacional, y la hemos tenido que importar. Un georgiano que recogiera mandarinas no sería tan español como un georgiano que revienta la cara a otro inmigrante de otro país con una misma familia numerosa que mantener.

Porque la UFC consiste en poner a los pobres del mundo a arrancarse la cabeza, y no sólo es la fuerza física o el entrenamiento lo que los hace campeones, sino la profundidad del hoyo del que tratan de salir.

Obviamente, Ilia Topuria nos cae bien a todos, pues teniendo malas cartas ha ganado cientos de miles de euros agarrando a la vida por el cuello. Él está haciendo lo correcto. Los que no estamos haciendo lo correcto somos nosotros, disfrutando de la cuesta arriba romana y gladiadora que tiene que subir un muchacho para sobrevivir.

Media España (casualmente la media España cristiana y familiar) gozó de lo lindo viendo cómo un georgiano nacido en Alemania le partía la cara a un australiano de origen macedonio y conseguía para nuestro país su primer campeonato UFC. Que la gente ignorara a qué obedecen exactamente las siglas UFC daba igual, frente a la alegría de vernos campeones de algo otra vez, gracias a Ilia Topuria, alias el “matador”, residente en nuestro país desde los quince años de edad. Soy español, ¿a qué quieres que te reviente?

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