Es noticia
800 páginas: la hazaña fallida de Sara Barquinero
  1. Cultura
  2. Mala Fama
Alberto Olmos

Mala Fama

Por

800 páginas: la hazaña fallida de Sara Barquinero

'Los escorpiones' es un apreciable intento de super-novela, pero acaba revelándose como el camino de aprendizaje de una escritora

Foto: Portada de 'Los escorpiones', la novela de 800 páginas de Sara Barquinero.
Portada de 'Los escorpiones', la novela de 800 páginas de Sara Barquinero.

Las novelas largas se escribían en el siglo XIX porque no había Netflix, y se escriben ahora porque de Netflix también te aburres. Quiere decirse que en el XIX no había nada mejor que hacer que leer Guerra y paz, eran libros para los lectores, mientras que en el XXI es el autor el que no sabe a qué dedicar la tarde, y de pronto se pone a teclear su propio Guerra y paz, sabiendo que no lo va a leer nadie. Muy poca novela literaria de más de seiscientas páginas es leída íntegramente, y ya dijo el escritor y crítico Andrés Ibáñez que La broma infinita, de David Foster Wallace, era un libro que no había que leer, "pero (sí) hablar mucho de él". Son 1.200 páginas.

Sara Barquinero (Zaragoza, 1994) acaba de publicar Los escorpiones (Lumen), de 800 páginas y letra muy menuda. Es un libro del que se hablará todo el rato sin haberlo leído.

Con toda lógica, la editorial ha elegido para promocionar la obra un blurb de alguien experto en no leer libros y hablar mucho de ellos. Nos dice Elisabeth Duval desde la faja: "La novela española de mayor ambición en los últimos años. La anhedonia y el escapismo se encuentran aquí con lo mejor de David Foster Wallace y Don DeLillo, con los ecos de Roberto Bolaño, Ottessa Moshfegh, Mariana Enríquez o Michel Houllebecq". Entendemos que Duval, a sus 23 años, ha leído La broma infinita (1.200 páginas) entre plató y plató; y Submundo (900 páginas), entre charla y charla; y toda la obra de los demás autores, entre mitin y mitin de Sumar. Si hay algo a lo que te lleva el arte de hablar de libros que no has leído es a la política, en efecto.

Anoten por favor que a ustedes pueden engañarles siempre, porque tampoco leen, pero no puedes engañar a alguien que lee de verdad. La lectura requiere miles de horas, y en plena juventud, eso significa quedarse en casa. Alguien que está todo el tiempo fuera de su casa y en la tele y en las redes sociales, no lee. A la edad que tiene Duval más o menos, yo me estaba leyendo página a página y sin saltarme una coma la trilogía Esferas (Siruela), de Peter Sloterdijk: 2400 páginas de filosofía dura. ¿Se creen que me dio tiempo a hacerme un selfie?

placeholder Elizabeth Duval en una imagen de archivo. (Ana Beltrán)
Elizabeth Duval en una imagen de archivo. (Ana Beltrán)

La promoción de Los escorpiones se adereza con numerosos elogios añadidos, en la segunda solapa, desde Elvira Navarro a Andrés Barba, que giran en torno a la anterior (casi primera) obra de la autora, Estaré sola y sin fiesta (Lumen). Nuevamente, este despliegue ornamental a usted debe sugerirle que el mundillo literario lee, que ha leído a Sara y que le gusta. Dense cuenta, sin embargo, de que un libro excelente como Gente que ríe (Caballo de Troya), de Laura Chivite, no lo ha leído nadie, no cuenta con decenas de padrinos y adhesiones. ¿Por qué? Pues porque estos apoyos no nos hablan de un mundillo donde todos leen a todos y se interesan por los jóvenes autores, sino de un entorno (muy Duval) donde la habilidad social y la autopromoción son la única forma de recabar reconocimiento. Cuando alguien tiene súbitamente muchos blurbs muy pintones, no es un gran escritor (pudiendo serlo), sino un gran relaciones públicas.

Dicho esto, acompáñenme en un viaje fascinante por la novela de ochocientas páginas que, si todos nos empeñamos en no leerla, acabará siendo un best seller.

Tinder, orfidal y cabify

Principia la obra con una breve introducción donde vemos a Sara y Thomas en cautiverio. Como por la publicidad y la contracubierta sabemos que Los escorpiones trata de conspiraciones y métodos de control masivos, interpretamos muy peliculeramente que esta pareja ha sido capturada por los malos y están a punto de matarlos. Es un incipit comercial como de novela de Juan Gómez-Jurado.

Enseguida (página y media) entramos en materia con la parte titulada Cambiatuvida.exe, centrada en el personaje de Sara. Es una novela posmoderna al uso, que incluye chats, mails, foros, notas al pie y todas esas cosas que hacen que una obra envejezca antes que un geranio. Los geranios no envejecen; lo moderno, siempre.

Se trata, en fin, de un pecado de extrema juventud (hablo desde la experiencia), fallido en todos sus órdenes, juvenil y superficial, amén de exasperante: ver a gente dándose aires existencialistas a base de orfidal, Tinder y cabify. Es lo que escribes cuando no tienes que trabajar.

La prosa es muy pobre: "Cuando regreso, la casa es un desastre absoluto, mi cuarto carece de sentido y, al arrastrarme a la cocina, veo que anoche dejé las cosas de cualquier manera. Seguro que Alba está enfadadísima".

Más Tinder, más orfidal, más cabify

Cien páginas después, empieza la segunda parte, El perro mexicano. Aquí conocemos a Thomas, el otro cautivo. Increíblemente, Thomas también tiene muchos problemas imaginarios, y consume ansiolíticos en cada párrafo para sobreponerse a una vida burguesa y artística, que viene a ser lo mismo. Aquí el gran error de la autora es crear a un segundo personaje prácticamente indistinguible del primero: más orfidal, más Tinder, más cabify.

En esta segunda obrita posmoderna hay texto partido en dos columnas, partituras y letras del revés. Junto a la primera parte (llevamos ya 262 páginas) diría uno que las resonancias de la obra apuntan más a Chuck Palahniuk y al Bret Easton Ellis de Lunar Park (2005; o sea, el influido por Stephen King), que a Foster Wallace o DeLillo. Es todo como de volver a escribir El informe pelícano (John Grisham), pero con emoticonos.

Mi generación

Cuando llega el primer interludio (Los escorpiones reúne cinco novelas no muy largas y tres interludios de unas 40 páginas cada uno), uno está ya bastante en contra del libro, de modo que le da tiempo de percibir algo extraño: parece escrito por alguien de mi generación (nacidos en los años 70). La mayoría de los referentes de Barquinero son muy años 90: "...le recomendó que viera películas como La posibles vidas de Mr. Nobody, Submarine, El club de la lucha o Donnie Darko" (p. 268); Pesadilla antes de Navidad (p. 269); y más adelante: Massive Atack, Videodrome, Depeche Mode, Pj Harvey…

De hecho, no sólo parece escrito por mí o cualquier autor nacido en los 70, sino que parece escrito por un hombre. No hay discurso feminista por ningún lado, "temas femeninos" obligados, sumatorio de victimismo al victimismo. Obviamente, esto último es muy de agradecer: una mujer que escribe lo que quiere y, en ocasiones, justo lo que los hombres ya no se atreven a escribir.

Por ejemplo: "Michaela parece divertida, es una de esas zorritas que disfrutan cuando se les lleva la contraria" (p. 571) O: "-La chica de ayer, ¿es tu novia? -No (…) -Menos mal. No era muy guapa". (p. 487)

Esta masculinidad (por decir) se pone más interesante dentro de un rato.

Camino de perfección

Con la tercera novela, Bajo astral. Una novela de Marguerite Vitale, uno ya se irrita: ¿qué hacemos de pronto en la Italia de los años 20? Se trata formalmente de un diario femenino que compone una suerte de pastiche de novela romántica, donde he querido ver un clasicismo novelístico tipo Somerset Maugham. ¿Por qué?

El hecho de que esta sucesión de novelas abiertamente incongruentes se nos presenten bajo palio de un "proyecto" unitario se nos revela de pronto como una insensatez y un capricho. En realidad, Sara Barquinero ha ido escribiendo libros, como cualquier joven, y, en lugar de desechar algunos y apostar por otros, ha decidido que todo lo escrito en los últimos diez años (según ha declarado) vale y sirve y funciona, y además todo junto y amontonado. No funciona.

Que un personaje de una novela salga en otra, o se repita un signo, o veamos ahora al hijo de, no hace de estas novelas disímiles algo así como un mundo o universo coherente. Aquí ya leo el libro como el disco duro hecho público de una escritora, que parece que no tuvo a nadie a su lado que le dijera que muchos manuscritos deben quedarse en el cajón.

Bajo astral me lo salté casi íntegramente, aunque hay una frase chula: "El calendario es un hombre, la memoria una mujer".

Gracias a Dios

De Italia años 20 pasamos a Bilbao años 20, pero del siglo XXI, y a las siglas MDMA. O sea. Se trata de un segundo interludio (pags. 449-465), y de una vuelta al lloriqueo generacional: "Si no fuese por mi tendencia a lo obsesivo y a la autodestrucción, seríamos felices" (p. 453).

Y de pronto, gracias a Dios, llega Tarde para nada (págs. 473-559), la cuarta novela. Es una excelente nouvelle de campus, que he leído con enorme placer y admiración (nota para el departamento de prensa de la editorial Lumen: no me pongan que he leído "con enorme placer y admiración" la novela Los escorpiones de Barquinero, que nos conocemos: sólo estas 90 páginas). El protagonista y narrador es un hombre, Seymour, y la precisión y la expresividad con el que se sigue su evolución psicológica me han parecido de primer nivel. La masculinidad está primorosamente retratada. Diría que tiene en sus bases fundamentales algo del Franny y Zooey, de JD Salinger. Es, en definitiva, una novela como Dios manda.

Lo malo: se acaba; se acaba muy pronto, y nos quedan aún doscientas cuarenta páginas de conspiraciones, distopía y orfidal

Lo malo: se acaba; se acaba muy pronto, y nos quedan aún doscientas cuarenta páginas de conspiraciones, distopía y orfidal, que ya se le hacen a uno totalmente insoportables.

La sensación que he tenido leyendo/no leyendo Los escorpiones es la de ver a una autora probando cosas, cayendo en los errores habituales (la novela guay), buscando salidas y encontrando finalmente maestría y sentido en únicamente 90 de sus 800 páginas.

Y alguien le tendría que haber dicho que esas son las 90 páginas que debería haber publicado. Pero fíate tú de tus amigos.

Y de tus editores.

Las novelas largas se escribían en el siglo XIX porque no había Netflix, y se escriben ahora porque de Netflix también te aburres. Quiere decirse que en el XIX no había nada mejor que hacer que leer Guerra y paz, eran libros para los lectores, mientras que en el XXI es el autor el que no sabe a qué dedicar la tarde, y de pronto se pone a teclear su propio Guerra y paz, sabiendo que no lo va a leer nadie. Muy poca novela literaria de más de seiscientas páginas es leída íntegramente, y ya dijo el escritor y crítico Andrés Ibáñez que La broma infinita, de David Foster Wallace, era un libro que no había que leer, "pero (sí) hablar mucho de él". Son 1.200 páginas.

Libros Literatura
El redactor recomienda