Mala Fama
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Nada, un rasguño: el asesinato fallido de Donald Trump
El atentado amenaza con desbordar la polarización política de Estados Unidos
Se comprende la prudencia de la prensa en los primeros minutos del tiroteo en Pensilvania, cuando informó de un "aparente atentado" o de un "aparente intento de asesinato". Trump sangraba por la cabeza, los guardaespaldas lo rodeaban y lo sacaban del estrado. Enseguida, en X, circularon imágenes y vídeos. Había fotos de un muerto llevado en volandas por miembros del equipo de seguridad, grabaciones del francotirador federal disparando al francotirador homicida, numerosas fotografías de Trump herido, sangrando, llevándose la mano al costado de la cabeza, tirado en el suelo. También enseguida aparecieron primeros planos del francotirador muerto. Hasta había una imagen increíble donde podía verse la bala que acababa de herir a Trump, el trazado de su camino imparable a sus espaldas.
Hemos de entender que, cuando disparan contra alguien y no lo matan, es un "aparente" intento de asesinato. Si lo matan, suponemos que ya no hay dudas de que lo han querido matar.
La polarización, la militancia y el fanatismo son así: incluso con imágenes casi en directo de un asesinato fallido, se hacen cálculos escalofriantes. Aquí el cálculo era manifiesto: Trump arrasará en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos si esto es un intento de asesinarlo. Hay que ser muy desalmado para no votar a un tío al que han estado a punto de volarle la cabeza.
Para animar todos los extremismos, la parte más patriota de las redes sociales empezó a hacer cábalas sobre magnicidios, a lo JFK; o sea, con más personas implicadas que el habitualmente infeliz ejecutor del atentado. Todo el mundo está en el ajo, aseguraban. La prueba era que el servicio de seguridad de Trump, dependiente del gobierno federal, no había eliminado la amenaza antes de que se produjeran los disparos. Como es obvio, si eres un francotirador que debe detener a otros francotiradores, disparas antes de que el otro apriete el gatillo, y no después. Si disparas después, puede parecer que estabas esperando a que el asesino hiciera "su trabajo", y luego tu disparo sólo busca borrar el rastro hacia las altas esferas de todo el asunto, silenciando al único que puede delataros.
A estas cábalas ayudaba una entrevista realizada por la BBC a un lugareño, que declaró haber visto al francotirador subirse al tejado, con su rifle, y haber avisado enseguida a los policías que velaban por la seguridad del mitin, que no le hicieron caso.
Hay, sin embargo, un vídeo donde se ve a Trump dando su discurso y, detrás, encima de un tejado, a dos francotiradores de su servicio de protección. Es un vídeo alucinante. Trump habla, el francotirador mira por el visor de su rifle. Todo parece normal. Trump se lleva la mano a la oreja, el francotirador que debe protegerle dispara. Primero ha disparado el asesino (mató a una persona, al cabo), y luego el francotirador, pero lo hacen en tan poco espacio de tiempo que podemos interpretar que el francotirador iba a abatir al asesino antes de que disparara.
Precisamente porque no es tan fácil matar a alguien a 125 metros de distancia, el francotirador profesional acierta un nano-segundo después de que el francotirador aficionado falle. Se ha tomado el tiempo justo, experto, técnico para dar en el blanco. Sea quien sea el tirador contra Trump, no era un tirador de élite, como es obvio.
Debemos imaginar por un segundo que ahora mismo Donald Trump, antiguo presidente de los Estados Unidos y actual candidato a reeditar el cargo, estuviera muerto. Por asesinato. Imaginar, con estupor, que hubiera en efecto decenas de imágenes donde una bala le atraviesa la cabeza y lo derriba, y toda la sangre y todo el espanto y todo el escalofrío. No sé qué hubiera sido de nosotros, no sólo de Estados Unidos.
Pero, nada, ha sido sólo un rasguño, oímos decir.
El atentado contra Trump es un aviso para todos de que algo estamos haciendo mal, algo estamos pudriendo en el corazón de Occidente
Evaluar una acción por su fracaso es deshonesto. La acción debe evaluarse por sus intenciones, hayan sido alcanzadas o no. Han intentado matar, en el año 2024, a una persona importante con un rifle y a la vista de todos, como si fuéramos esos salvajes del siglo XX que tanto miramos por encima del hombro, con nuestra superioridad moral, nuestra tolerancia y nuestro ecologismo.
Muchos líderes en todo el mundo podrían sufrir un atentado similar, porque por todo Occidente se inflaman desde las tribunas y los periódicos los ánimos y las vísceras, se propaga el odio al adversario, un odio cavernícola, lleno de muros, estigmas, cordones sanitarios y todo tipo de prejuicios. El atentado contra Donald Trump no debería ser (aunque no haya la menor posibilidad de que no lo sea) un arreón electoral para la derecha americana, legitimada a su manera para ganar a cualquier precio en noviembre, sino un aviso para todos de que algo estamos haciendo mal, algo estamos pudriendo en el corazón de Occidente, y algo nos va a castigar finalmente por ello.
Se comprende la prudencia de la prensa en los primeros minutos del tiroteo en Pensilvania, cuando informó de un "aparente atentado" o de un "aparente intento de asesinato". Trump sangraba por la cabeza, los guardaespaldas lo rodeaban y lo sacaban del estrado. Enseguida, en X, circularon imágenes y vídeos. Había fotos de un muerto llevado en volandas por miembros del equipo de seguridad, grabaciones del francotirador federal disparando al francotirador homicida, numerosas fotografías de Trump herido, sangrando, llevándose la mano al costado de la cabeza, tirado en el suelo. También enseguida aparecieron primeros planos del francotirador muerto. Hasta había una imagen increíble donde podía verse la bala que acababa de herir a Trump, el trazado de su camino imparable a sus espaldas.
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