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Abuelo, ¿tienes por ahí esa 'Playboy' de 1980?
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Alberto Olmos

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Abuelo, ¿tienes por ahí esa 'Playboy' de 1980?

El certificado digital en adultos para ver pornografía sugiere infinitas contradicciones y sinsentidos

Foto: Portadas de la revista Playboy en una exposición en Londres. (Getty Images/David Westing)
Portadas de la revista Playboy en una exposición en Londres. (Getty Images/David Westing)
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Antes, cuando no había Internet, la Iglesia y el porno eran complementarios, cada uno hacía su trabajo en la educación sexual de los adolescentes. El catecismo ponía una parte y la revista guarra, la otra. Había ahí una lucha civilizada, entre el pecado y el vicio, entre la admonición y la rebeldía, que prevenía el exceso y daba a los cuerpos sexuados una condición sagrada, principio de dignidad. Los adolescentes sabían lo que era la intimidad, mientras se encaminaban hacia la destrucción del secreto de la carne, que luego no era para tanto, apenas cuatro cosas y posturas, repetidas sin cesar.

Lo cierto es que porno ha sido todo siempre. ¿Qué es el porno? Creemos saberlo, pero para el niño y el joven, para la niña y la adolescente, porno es una profesora de inglés, un profe de matemáticas, una escena de Arma letal IV, el pecho de Sabrina en la Nochevieja de 1987; las minifaldas, Maribel Verdú siempre, New Kids on the block, el actor que ponías en la carpeta y una tarde en la piscina municipal. Pensar en sexo y enloquecer con ello se daba igual en los años 20, tras el avistamiento de un tobillo, que en 2022, con Chanel en Eurovisión, pasando por los toreros en los años 50, María Jiménez en los 70 o cualquier película de Vicente Aranda en la que saliera, sí, Maribel Verdú.

Denominamos porno a la estación término del deseo, cuando el ojo ya no puede ver más cosas. El porno, obviamente, es mucho menos excitante que tu crush comiendo helado o cambiándose la camiseta, porque el porno es el mercado de abastos de la sexualidad, un reino de explicitud y asquito, que sirve para poner a cero las calderas incandescentes, antes de volver al mundo real, donde todo es mucho más erótico que en el porno. Los cuerpos crudos y viciados son al deseo lo que la última copa a una noche de fiesta. Luego piensas que te sobró esa última copa.

El caso es que Internet trajo opiniones y pornografía, lo primero de todo, y ahí vimos que no podíamos encajar tantas opiniones ni pinchar eternamente tantos coitos. Para el adulto, la pornografía en Internet era inabarcable, innecesaria, y los portales del tema pronto diseccionaron su material para que cada uno encontrara rápidamente su pequeño territorio de perversión, fuera el BDSM, fuera el Japanese Scat. Ver porno y votar en las elecciones generales es un poco lo mismo.

Foto: El ministro para la Transformación Digital y de la Función Pública, José Luis Escrivá. (EFE/Mariscal)

Pero el niño, el adolescente, sí tenía un problema, porque aún no sabía qué le gustaba más, ni que siempre hay algo que te pone más que otra cosa. Le llegaba todo de golpe, como una avalancha de todos los números de la Playboy de la historia. Un jaleo.

Tu padre tiene que pedirle permiso a la Administración Pública para ver porno a fin de que tú no lo veas

Para que los adolescentes no se nos pierdan en un aquelarre de sudor y succiones, la mejor medida es prohibirles el móvil. Esto lo sabe todo el mundo, lo entiende todo el mundo, pero, quizá porque hace falta vender muchos móviles, estamos destrozando su vida con un Samsung precipitado, con un iPhone que no toca. Un smart phone sólo hace de la vida de un adolescente un completo infierno, no ya por el porno; literalmente por todo. Según yo lo veo, dejar fumar a los niños y muchachos es mucho menos dañino para su salud que darles un teléfono móvil. Antes se dejaba fumar a los niños, pero a nadie se le ocurría meterlos en el dormitorio de los padres cuando practicaban sexo.

Foto: Una adolescente baila un TikTok junto a su teléfono móvil. (EFE/Luis Tejido)

Entonces, porque algo hay que hacer, preferentemente que no sirva para nada, el señor Escrivá ha presentado su plan para evitar que los jóvenes vean tanto porno, y es obligar a los adultos a reconocer que ven porno. Tu padre tiene que pedirle permiso a la Administración Pública para ver porno a fin de que tú no lo veas. Ni a los curas más imaginativos se les ocurrió nunca limitar el acceso de los adultos a la pornografía.

El disparate es de mucho desarrollo. Pienso, como siempre, en cocaína. Ahora mismo conseguir cocaína por el móvil es tan fácil que parece legal. Hay una app, una web, qué sé yo, un botón, que lo aprietas y una chica viene a tu calle y te dice hola, y te da tu gramo. Que sea menos engorroso comprar cocaína por el móvil que ver porno no sé qué les parece a ustedes. A mí me parece salvaje. Han llegado antes las medidas contra el porno que las medidas contra la cocaína. De hecho, contra la cocaína no se toma nunca medida alguna, que casi parece agua potable para la nariz.

Luego, pensemos que, subliminalmente, se entiende que esta burocratización del vicio va dirigida hacia los hombres, pero en la explicación de Escrivá nada se dice de hombres o mujeres, y sólo se habla de “adultos”. Debemos preguntarnos entonces qué fue del “porno para mujeres”, qué fue de la igualdad y qué tal nos suena este titular: “El Estado controlará el porno que ven las mujeres”. Ya digo, ni los curas se pusieron a controlar nunca el porno que veían las mujeres.

placeholder Un ejemplar de la revista 'Playboy. (Getty Images)
Un ejemplar de la revista 'Playboy. (Getty Images)

La gestión lasciva se hará con Cl@ve, un endiablado sistema de vacaciones encubiertas para el funcionariado español. Como el funcionario español no hace nada, se le pide al ciudadano que lo haga todo él, a través de esta aplicación certificada. Para los adultos de más de cincuenta años, Cl@ve es prácticamente chino mandarín, un cubo de Rubik para manos atadas. Así que acuden todos a la gestoría. El caso es que las gestorías van a tener que pasarse el día dando acceso al porno a todos los ancianos de España, y a no pocas viejecitas. ¿Renta o porno?, te dirá la chica de la recepción, cuando pidas hora con tu gestor.

No me imagino a mucha gente pidiendo permiso a Escrivá para ver porno. Es, sí, antierótico. Es antierótico hacer un trámite administrativo cada vez que quieras hacer un trámite carnal, porque no se puede estar a todo a la vez. El porno es inmediato, y la administración pública es, desde luego, cualquier cosa menos inmediata. A lo mejor te lleva cuatro horas entrar en tu plataforma de pornografía favorita, y pasadas cuatro horas ya pa qué. Con los curas te confesabas después; el Estado te está pidiendo que confieses tus pecados antes. ¿Eso es progreso?

Dejemos de lado, por supuesto, que si aceptamos al gobierno dándonos permiso para ver porno, lo siguiente será que nos tenga que dar permiso para comernos un donut de chocolate.

Con los curas te confesabas 'después'; el Estado te está pidiendo que confieses tus pecados 'antes'. ¿Eso es progreso?

Porque lo sustancial es la inutilidad de la medida, que hace aguas por todas partes. En Japón, el país más mojigato del mundo, está prohibida (se pixelan) la exhibición de genitales. La consecuencia de esta mojigatería nipona es un país medieval en lo sexual, reprimidísimo, donde tienen que habilitar vagones de metro sólo para mujeres y se inventan una perversión sexual cada semana. Por ejemplo, lamer los pomos de las puertas (en serio).

Así las cosas, si Escrivá no reflexiona y reconoce su delirio, España estará camino de un desastre intercrural de padre y muy señor mío. Como pasa siempre con esta gente, lo que tratan de evitar se verá incentivado y engrandecido, y muy seguramente todo será peor de lo que era.

Quizá sólo nos salvemos gracias a las revistas que los abuelos guardaron en lo alto de los armarios, esas enternecedoras publicaciones de los años 70, compradas en quioscos a la caída de la tarde.

Nuestra salud mental/sexual depende ya de la Playboy del abuelo, octubre de 1980.

Antes, cuando no había Internet, la Iglesia y el porno eran complementarios, cada uno hacía su trabajo en la educación sexual de los adolescentes. El catecismo ponía una parte y la revista guarra, la otra. Había ahí una lucha civilizada, entre el pecado y el vicio, entre la admonición y la rebeldía, que prevenía el exceso y daba a los cuerpos sexuados una condición sagrada, principio de dignidad. Los adolescentes sabían lo que era la intimidad, mientras se encaminaban hacia la destrucción del secreto de la carne, que luego no era para tanto, apenas cuatro cosas y posturas, repetidas sin cesar.

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