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Mala Fama
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Hacer feliz a la gente en las bodas: ¿a quién le importa Julio Iglesias?
Ignacio Peyró narra con brío y humor la vida insaciable del cantante
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Julio Iglesias no nos importa, pero Ignacio Peyró ha escrito un libro.
Peyró mismo no parece tan fan del cantante madrileño, no acaba uno de verle una gran afición a Bamboleo o Hey, una especie de placer culpable de pronto destapado. Ve uno, eso sí, una continuidad estamentaria, de Madrid bonito, de clase alta, de lujo rancio y desusado. El autor dedica el libro a sus padres, y por ahí vemos que lo que busca es revivir infancias sonoras, aromas de época, eso que fue ser español cuando Julio Iglesias lo era por todos nosotros.
La técnica de esta biografía es leer el trabajo de otros, muchas entrevistas y el ¡Hola!, y ponerlo todo seguido para saber por qué hemos perdido tanto el tiempo con eso. Peyró trató de hablar con Julio Iglesias, y éste le hizo el favor de ignorarle. El libro sólo hubiera sido peor, vagamente autorizado por el testimonio de quien todo lo que sabe sobre sí mismo lo ha leído también en el ¡Hola!.
Julio Iglesias y el Real Madrid son para Ignacio Peyró "la única expresión cultural de la derecha madrileña"; la única exitosa, con arraigo en toda la pirámide social, se entiende. Sin embargo, ya decimos, Julio Iglesias no nos importa, ahora que nos importa Raphael, y Lola Flores y Karina y hasta Nino Bravo. Incluso Camilo Sesto rejuveneció hace no tanto gracias al programa Cachitos. De Julio Iglesias no tengo noticias de que le maraville a nadie, salvo alguna versión fantástica que he escuchado de La vida sigue igual, canción que ni siquiera parece de Julio Iglesias, siendo la primera suya, cuando aún no era ese maniquí latino difusamente exótico y confusamente capilar.
Peyró trató de hablar con Julio Iglesias, y éste le hizo el favor de ignorarle. El libro sólo hubiera sido peor
Todo empezó en Madrid, cuenta Peyró, con Julio de portero del Real y un coche que se sale de la carretera. Su padre era médico afamado; su madre, una madre preceptiva. Al joven le da por cantar, cuando Franco. Una cosa buena de triunfar con Franco era que luego, en democracia, te guardaban el triunfo, sin rencores. Pasó con Lola Flores, con Raphael y con Gloria Fuertes. Todo el mundo ignora sagazmente lo bien que le fue a Gloria Fuertes en el franquismo, que la sacaban en la única tele que había, por favor.
Para mejorar el franquismo se hizo el festival de Benidorm, que Julio Iglesias ganó con La vida sigue igual, en efecto. Año 1968, "por fin amanecía en España, con un año de retraso, el verano del amor". Peyró va punteando página a página ese país, Peñíscola, ese diccionario, Torremolinos, esa cultura de clase media macerada en Madrid, las suecas, Casa de Campo, clínica Ruber… Hay aquí un gusto muy del autor por ese alcanfor social, como quien mira una vida disecada que le fascina más cuanto más endurecido se encuentra el formol.
Una cosa buena de triunfar con Franco era que luego, en democracia, te guardaban el triunfo, sin rencores. Pasó con Lola Flores, con Raphael y con Gloria Fuertes
Pero a Julio Iglesias se le queda pequeña España, y el libro deja Madrid y se va por todo el mundo, buscando el secreto del éxito del cantante. Todo fueron contactos, teléfonos, primero los que tenía el papá en la agenda y luego los que tenían y conseguían diversos agentes y mánagers. Esta es una historia de entramados, estrategias, publicidades, supongo que algo de talento también. Julio Iglesias conquista señoras, de oído, digo, señoras de Cáceres, y luego ya señoras de Latinoamérica, y luego finalmente Estados Unidos, desde mansiones en Miami y Malibú (o cerca). Es todo una sed de éxito entre Camilo José Cela y las Kardashian. Porque, para mí y para muchos otros (por eso no nos importa), Julio Iglesias es sobre todo mal gusto, mal gusto bien vestido, filipino y pornográfico.
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Acierta el autor al emparentar una portada de disco de Julio Iglesias con la película Emmanuelle (1974). Luego se casó con Isabel Preysler, y todo fraguó en esa imagen de devorador de filipinas o haitianas o guatemaltecas con la piel muy tostada y en esmoquin, las Navidades eternas de un señorito que necesita criadas y millones, un avión, un nuevo mánager, muchas matemáticas.
El libro habla de tres mil mujeres, y luego se cita al propio Julio Iglesias reduciendo su recorrido a cuatrocientas. Entran y salen las amantes, algunas con veinte años menos, todas fugitivas y con nombres farmacéuticos. Al final acaba dando algo de grima, la donjuanería, como de tipo que cree que lo que le pasa por ser famoso no le pasa a otros diez mil, incluso sin cantar (Errejón mismo).
Luego se casó con Isabel Preysler, y todo fraguó en esa imagen de devorador de filipinas o haitianas o guatemaltecas con la piel muy tostada
Peyró organiza su libro en breves episodios, casi columnas de periódico (el estilo a veces decae, precisamente, por lo periodístico), y son todos muy joviales y graciosos, plenos de ingenio y adjetivos. "CBS le pagó una profesora de pronunciación a precio de abogado de narco". "Para completar esta vida de idilio no podía faltar un dinero que a Julio le llegaba como quien abre un grifo y se olvida de cerrarlo".
Y destacamos esta frase liminar: "Hacer feliz a la gente en las bodas", que enmarca nupcialmente una música y un producto, diría uno que hecho para agradar a los oyentes cuando estos se encuentran más dispuestos a ser agradados. Julio Iglesias es lo que suena cuando la gente se aparta un instante de la vida (una boda, una fiesta, un fin de año), lo que pega con el disfraz momentáneo del lujo y el dispendio; pero (y por eso no nos importa) Julio Iglesias no sirve para nada en el día a día de la vida verdadera; cuando llueve, cuando es tarde.
Julio Iglesias no nos importa, pero Ignacio Peyró ha escrito un libro.