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Hasél, Valtonyc... ¿Tienen algún valor artístico los raperos 'perseguidos'?
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Víctor Lenore

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Hasél, Valtonyc... ¿Tienen algún valor artístico los raperos 'perseguidos'?

La anómala exposición pública de estos cantantes les está convirtiendo en mártires y además les inmuniza frente a cualquier cuestionamiento de su trabajo

Foto: Los raperos Valtonyc y Pablo Hasel en un acto contra la censura celebrado en Sabadell. (EFE)
Los raperos Valtonyc y Pablo Hasel en un acto contra la censura celebrado en Sabadell. (EFE)

Durante los últimos meses, una duda ha circulado por las redes sociales de los aficionados a la música moderna. La Audiencia Nacional, seguramente contra su voluntad, se ha convertido el principal agente de promoción de artistas como Valtonyc, Pablo Hasél y el colectivo La Insurgencia, condenados por delitos de opinión en sus letras. Desde ambientes de izquierda, se ha popularizado la expresión “no estoy de acuerdo con las rimas de (insértese el nombre del rapero condenado), pero todo mi apoyo en la persecución judicial que está sufriendo”. Se produce una situación tirando a neurótica: nadie se atreve a opinar sobre el valor artístico de los acusados porque puede confundirse con dar apoyo a quienes amenazan con recortar la libertad de expresión. Tampoco se valora el nivel poético de sus letras, ya que cualquier “pero” podría interpretarse como complicidad con la ola de macartismo imperante.

[Actualización: La Audiencia Nacional ordena busca y captura contra Valtónyc]

Resumiendo: la anómala exposición pública de estos artistas les está convirtiendo en mártires políticos -lo son solo de la libertad de expresión- y además les inmuniza frente a cualquier cuestionamiento de su trabajo. Un escenario tenso, donde todos perdemos. En realidad, es coherente decir que no aportan nada al mundo del hip-hop y al mismo tiempo rechazar el acoso que sufren. Su escaso predicamento entre el público previo al subidón mediático -ahora tampoco tienen muchos más seguidores- hace más irrelevante cualquier ofensa que puedan contener sus letras.

De espaldas al público

Pablo Hasél, por ejemplo, no es un artista con capacidad de llenar salas de aforo medio ni para servir de reclamo en festivales. Los pocos conciertos de 2017 que figuran su página oficial son su participación en los festejos del barrio de Gracia (Barcelona) y de la Semana Grande de Bilbao. Si buscamos en Google, el único recital reciente que encontramos es su aparición como telonero del rapero chileno Andi Portavoz. Se celebró el pasado mayo en la sala La Mirona de Salt (Gerona). En el plano musical, sus bases resultan tan musculosas como previsibles y sus himnos quedan lastrados por su clásica ‘voz de malote’ dando lecciones, que parece ser el único registro que cultiva.

Tampoco es que Hasél vaya a pasar a la historia del hip-hop por rimas como "antes que claudicar me unto la polla con agente naranja"

Revisando sus álbumes, muy de vez en cuando puede aparecer una canción con cierta pegada. Por ejemplo, 'La rave del neoliberalismo', donde vomita toda su rabia contra la clase dominante española. El problema radica en lo limitado de sus recursos. Aunque ponga gesto feroz, sus rimas suenan a pólvora mojada si las comparamos con maestros del género como Immortal Technique. Colaboraciones ya antiguas como 'Los hijos de Iván Drago', junto a Los Chikos del Maíz, superan fácilmente en voltaje a cualquier tema de su cosecha. Tampoco es que Hasél vaya a pasar a la historia del hip-hop por rimas como “antes que claudicar me unto la polla con agente naranja” o “Chacón tiene un consolador con forma de misil/ que no tengamos símil también le pone a mil”. A saber qué narices pretendía decir.

Más verde que joven

Algo parecido ocurre con Valtonyc, rapero de mallorquín veinticinco años, con más voluntad que profundidad en los recitados. Su repertorio resulta totalmente previsible y su tono de voz carece de la chispa y matices. Diría que lo único especial de sus temas tiene que ver con la emoción de ser un chaval normal, fan de El Canto del Loco, que descubre la política y se vuelca en ella con entusiasmo. Se ha acusado a los cantautores clásicos de subordinar el arte a los eslóganes políticos, pero en el caso de los raperos de la Audiencia Nacional el reproche tiene más sentido que nunca. Sus canciones carecen de metáforas inquietantes, hallazgos verbales y de cualquier tipo de soltura o picardía.

Se puede excusar el discreto nivel de Valtonyc por su juventud, pero hay que recordar que Nas nos regaló el clásico ‘Illmatic’ (94) a los veinte y Mala Rodríguez triunfó con ‘Lujo Ibérico’ (2000) cuando rondaba los veintitrés. En el caso del colectivo La Insurgencia, más irrelevantes todavía, se les pueden aplicar los mismos “peros” que a los dos rimadores anteriores, con un plus de sosería. Basta escuchar himnos como 'Muerte al capital' para que aparezcan los bostezos. Curiosamente, el artista más talentoso de esta escena de extrema izquierda es el caústico Arma X, que no ha tenido problemas con la Audiencia Nacional, a pesar de sus salvajes recitados antisistema. Mejor no reproducimos sus letras, no sea que acabe en ‘chirona’. Como muestra dejamos al final del texto su desgüace de Francisco Álvarez Cascos, grabado en 2012 con el proyecto Factor Canadá.

Defensa de derechas

¿Qué sentido tiene el antipático ejercicio de esta columna? ¿Qué necesidad hay de constatar el escaso talento artístico de unos chavales que lo están pasando tan mal? ¿Qué nos estamos jugando en realidad? Bajo mi punto de vista, creo que es necesario señalar lo estéril de las canciones objeto de persecución por la Audiencia Nacional. El conflicto solo ha servido para visibilizar las carencias en cuanto a libertad de expresión en España. Aunque pueda sonar corporativista, diría que han sido dos columnistas de El Confidencial -ninguno de ellos sospechoso de simpatía por los GRAPO- quienes mejor han analizado esta polémica. Ramón González Ferriz argumentó de manera impecable que la mejor opción frente a artistas como estos es la indiferencia social. Por su parte, Juan Ramón Rallo ha defendido la libertad de expresión como requisito imprescindible de una sociedad civilizada. “Cuando se instituye la censura sobre aquellas ideas ajenas que nos ofenden, la tendencia natural será que otros individuos también reclamen la censura de aquellas otras ideas que les desagradan”, escribía en una reciente columna.

Ansón dejó boquiabiertos a la izquierda y la derecha española más autoritaria cuando se opuso al cierre Egin y Egunkaria

Rallo no es el primero en adoptar esta posición: el veterano periodista Luis María Ansón también dejó boquiabiertos a la izquierda y la derecha española más autoritaria cuando se opuso por escrito en 2010 al cierre de las publicaciones como Egin y Egunkaria. El tiempo le ha dado la razón frente a la lógica de jueces de la órbita ‘progre’ como Baltasar Garzón, cuya ‘teoría del entorno’ tiene hoy pocos apoyos (y de escaso prestigio). Resulta llamativo que hayan sido los liberales quienes mejor han explicado el error y el abuso que suponen las condenas a los raperos españoles. La izquierda, más callada que nunca, apenas ha programado actos, manifiestos o muestras de solidaridad, seguramente cansados por su escasa eficacia y el alto coste de la estigmatización por la derecha mediática.

Peor que Francia y Estados Unidos

Termino con una anécdota personal. Cuando tenía veinte años, en los primeros noventa, conocí a un músico británico con una novia iraní. Viajaban mucho por el mundo y habían creado un termómetro exprés para medir el grado de civilización de los países que visitaban. Consistía en acercarse a un quiosco y observar el grado de la exposición de la pornografía. Irán no sacaba muy buena nota y España destacaba por su tolerancia. Quizá es tiempo de actualizar ese termómetro y cambiarlo por el nivel de tolerancia a las letras de rap. Entonces Estados Unidos se acercaría el diez, ya que Ice-T no tuvo que temer cárcel por su canción de 1992 donde glorificaba el asesinato de policías de Los Ángeles. Tampoco pasó miedo el rapero Paris por recitar, ese mismo año, la crónica de ficción del asesinato de George Bush padre. Ni Eminem por sus fantasías sádicas recurrentes con celebridades gringas. Francia, en cambio, no puede presumir de la misma manga ancha, según relataba un reciente artículo en El País. Por desgracia, respecto a la libertad de expresión, España parece empeñada en convertirse en el farolillo rojo de las democracias occidentales.

Durante los últimos meses, una duda ha circulado por las redes sociales de los aficionados a la música moderna. La Audiencia Nacional, seguramente contra su voluntad, se ha convertido el principal agente de promoción de artistas como Valtonyc, Pablo Hasél y el colectivo La Insurgencia, condenados por delitos de opinión en sus letras. Desde ambientes de izquierda, se ha popularizado la expresión “no estoy de acuerdo con las rimas de (insértese el nombre del rapero condenado), pero todo mi apoyo en la persecución judicial que está sufriendo”. Se produce una situación tirando a neurótica: nadie se atreve a opinar sobre el valor artístico de los acusados porque puede confundirse con dar apoyo a quienes amenazan con recortar la libertad de expresión. Tampoco se valora el nivel poético de sus letras, ya que cualquier “pero” podría interpretarse como complicidad con la ola de macartismo imperante.

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