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"Perros que miran la TV": por qué los periodistas escriben mejores libros de ensayo
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Esteban Hernández

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"Perros que miran la TV": por qué los periodistas escriben mejores libros de ensayo

El mundo intelectual muestra una preocupante parálisis en un instante de transformación social. Hay varios libros recientes que ilustran la realidad de modo franco y directo

Foto: Stiglitz y Rana Foroohar, primera y segunda por la izquierda, en un debate. (Lucas Johnson/Reuters)
Stiglitz y Rana Foroohar, primera y segunda por la izquierda, en un debate. (Lucas Johnson/Reuters)

Un aspecto particularmente molesto de la filosofía de moda en las últimas décadas era su incapacidad para explicar en términos mínimamente comprensibles los temas que abordaba. Su complicación conceptual no se asentaba en necesidad alguna, más allá de la voluntad de oscurecer las reflexiones. Resultaba apenas inteligible, luego tenía que ser muy interesante y profunda.

Esa tendencia tuvo una expresión mucho más acentuada y peligrosa en el ámbito de la economía, que se convirtió en un ámbito cerrado, oscuro, esotérico. No se trataba solo de que el ciudadano común, cuando leía las noticias económicas, no tuviera ni idea de qué se estaba hablando, sino de algo más tétrico: cuando estalló la crisis, ni siquiera los dirigentes de los bancos sabían qué estaban haciendo sus equipos con los derivados. No podían explicarlos porque no los comprendían.

Acentuar la complejidad

En ambos campos, el lenguaje tecnocrático era utilizado conscientemente, sólo que mientras en el filosófico todo se quedaba en un juego de posiciones académico y en una forma de ganar capital simbólico, en la economía resultaba mucho más perjudicial. La materia podía resultar compleja, pero se hacían esfuerzos para complicarla aún más, ya que permitía conservar la autoridad sobre el sector, apartar a los legos y, sobre todo, desanimar a los reguladores.

Según confesaban los empleados de Boeing, los reguladores se comportaban como "perros que miran la televisión"

Un buen ejemplo de estas prácticas se ha publicado estos días: los directivos de Boeing, cuando debían explicar a las autoridades lo que estaban haciendo, utilizaban unas presentaciones muy enrevesadas para que no se comprendiese nada. Según confesaban, los técnicos de las instituciones reguladoras parecían “perros que miran la televisión”. Es una imagen acertada, ya que así funcionaban las cosas y más en el ámbito financiero: se describían las acciones que se iban a realizar de una forma tan retorcida que nadie entendía gran cosa. Sin embargo, para no parecer ignorantes, los asistentes a estos encuentros no pedían aclaraciones.

Ideología, no conocimiento

Una de las más reconfortantes tendencias en el terreno político anglosajón es la revuelta contra esta palabrería, así como la constatación de que detrás de ella no hay más que una visión ideológica. En la economía, los expertos no han hecho más que trasladar a modelos complejos opciones puramente políticas. El plan habitual de nuestra tecnocracia, las recetas insistentes acerca de la eficiencia de la desregulación, la privatización, la austeridad y la liberalización, no es una forma mejor de lidiar con la economía, sino simple ideología. En ese terreno, los porcentajes, los gráficos y la retórica y la palabrería ha servido tanto para generar una supuesta objetividad como para resguardar tras todo ello prácticas difícilmente justificables.

Los libros más estimulantes de los últimos tiempos en materia económica no han sido escritos por economistas

El ámbito de las ciencias sociales se contagió de la dinámica de los tiempos, y se dividió entre quienes empleaban un lenguaje saturado de conceptos para ofrecer la sensación de un conocimiento superior y quienes giraron hacia el individualismo metodológico y se contentaron con medir, pesar y clasificar. Fruto de ello, desaparecieron de la vida pública. Las obras de los grandes politólogos y sociólogos del siglo XX fueron monografías que contaban con recorrido fuera de su ámbito, que gozaban de cierta popularidad y que trascendían sus disciplinas. Hoy esa producción consiste en un montón de papers que no lee nadie, de escasísima utilidad social, y que únicamente tienen valor en términos de carrera profesional. Mientras el oscurantismo económico se convirtió en el lenguaje dominante entre las tecnocracias, las ciencias sociales abdicaron de su papel y, en el mejor de los casos, produjeron comentaristas televisivos que aportaban una pátina científica a doctrinas estándar.

El aparataje académico

Por supuesto, ha habido en los últimos tiempos libros académicos de interés. Pero, una vez más, lo ocurrido en el campo económico, donde están los autores influyentes, clarifica el momento. Algunos de ellos (como Joseph Stiglitz, que acaba de publicar ‘Capitalismo progresista’), cuando escriben libros para el común de los lectores, carecen de brillantez y repiten una serie de ideas bastante conocidas. Otros, como Piketty, necesitan 1248 páginas para explicarnos que la economía es fundamentalmente política, igual que antes precisó de otro texto voluminoso para contarnos que la desigualdad estaba creciendo. Piketty es (merecidamente) uno de los autores más relevantes, pero parece que necesita rodearse de un gran aparataje académico para contarnos algo evidente.

Son textos útiles para entender el momento porque no necesitan palabrería . Son claros, directos y plenamente vinculados con la realidad

Quizá por eso, los libros más estimulantes sobre el ámbito económico no han sido escritos por economistas. ‘Goliath’, un libro de historia de Matt Stoller, expone de manera amena y contundente las claves de la relación entre los monopolios y la democracia; el periodista Nicholas Shaxson y su ‘The finance curse’ retrata con precisión los peligros a que nos someten las finanzas (un texto que encuentra un buen complemento en ‘Moneyland’, de Olivier Bullough); y la también periodista Rana Foroohar dibuja para un público amplio los riesgos hacia las que nos conducen las tecnológicas en ‘Don’t be evil’ (al igual que antes describió con exactitud los problemas del mercado en ‘Makers and takers’. Son textos mucho más útiles para entender el momento en que nos encontramos que los de economistas expertos, quizá porque no necesitan palabrería ni oscurantismo para exponer sus tesis. Son claros, directos y plenamente vinculados con la realidad.

Clases sociales

No es un problema exclusivo de la economía. Las transformaciones de las clases sociales y sus derivas en el voto encuentran en ‘No society’, de Christophe Guilluy y en ‘Bloc contre Bloc’, de Jérôme Sainte-Marie tesis mucho más sugerentes que las surgidas de la academia y su habitual cháchara sobre poblaciones enfadadas que luchan contra el progreso. En España, el libro que más removió a la izquierda fue ‘La trampa de la diversidad’, del periodista Daniel Bernabé, y el que ha advertido sobre el papel de las tecnológicas con mayor éxito ha sido ‘El enemigo conoce el sistema’, de Marta Peirano.

De tanto dar vueltas a conceptos complejos o a gráficos, se nos han olvidado las ideas y los análisis que van al fondo del asunto

Pero esto es así no solo por mérito de los periodistas o de aquellos académicos que salen de la academia para encontrarse con la realidad, sino por la enorme dificultad para pensar el momento político y económico que afrontan las instituciones sociales que más deberían aportar. Es cierto que en instantes de cambio como el nuestro es frecuente que sean los heterodoxos quienes mejores aportaciones realicen, pero también subraya una cierta abdicación por parte de los ámbitos expertos.

De tanto dar vueltas a conceptos complejos o a gráficos de fácil visualización, se nos han olvidado las ideas, la capacidad de comprender lo que sucede ante nuestros ojos, los análisis que van al fondo. Que sean los heterodoxos, muchos de ellos periodistas, quienes más se acerquen a la realidad es un problema, ya que subraya la incapacidad de pensar fuera del circuito de pertenencia y, con ella, el grado de coagulación intelectual de una sociedad.

Un aspecto particularmente molesto de la filosofía de moda en las últimas décadas era su incapacidad para explicar en términos mínimamente comprensibles los temas que abordaba. Su complicación conceptual no se asentaba en necesidad alguna, más allá de la voluntad de oscurecer las reflexiones. Resultaba apenas inteligible, luego tenía que ser muy interesante y profunda.

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