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Sí, se puede aprender pasados los 40
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Jacobo Bergareche

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Jacobo Bergareche

Sí, se puede aprender pasados los 40

Un neurocientífico decide hacer música, un escritor confuso se pone a escribir... y así es cómo se le puede dar la vuelta a la crisis de la mediana edad

Foto: Mariano Sigman, Diego Fernández Slezak, Agustín Petroni y María Juliana Leone del Laboratorio de Neurociencia en un experimento ante un tablero de ajedrez con sensores electroencefalográficos. (CePro-EXACTAS)
Mariano Sigman, Diego Fernández Slezak, Agustín Petroni y María Juliana Leone del Laboratorio de Neurociencia en un experimento ante un tablero de ajedrez con sensores electroencefalográficos. (CePro-EXACTAS)

No hace ni cinco años que una misteriosa pareja extranjera, más o menos de nuestra edad, alquiló una casa en nuestra diminuta colonia. Alguien le dijo a mi vecina (y cuñada) que él era argentino, ella francesa y ambos eran 'neuro-algos'. No pudo aclarar si eran neurocirujanos, neurólogos o neuróticos, pero era igual, cualquier profesión que tuviera el prefijo neuro despertaba nuestra curiosidad y daba una nota de color al barrio, ansiábamos saber a qué oscuros asuntos del cerebro se dedicaban los vecinos de la casa de enfrente. Hasta tal punto llegó ese afán que decidimos hacer eso que los americanos hacen con impune falta de pudor: llamar a la puerta del recién llegado para invitarle a tomar algo con el resto de sus vecinos y hacerles así la ficha. Concluimos que el formato más prudente para este primer encuentro era el aperitivo dominical, por ser un encuentro breve que permite una huida fácil y rápida.

Los neurovecinos se presentaron: Mariano Sigman y Claire Landmann. Él, reservado, intentaba disimular que venía arrastrado a esa reunión de vecinos y hacía esfuerzos titánicos por disipar el gesto sombrío que dominaba su rostro. Claire sin embargo venía con una sonrisa luminosa y nos pareció que había escapado de una película de Rohmer, nos hacía preguntas con un acento francés hibridado con la musicalidad del acento argentino. En ese aperitivo asumí rápidamente un papel de entrevistador, ávido de saber en qué abismos de la conciencia hurgaba esa pareja. Mariano fue esquivo, claramente le daba pereza relacionarse por el lado neuro y tener que hacer 'small talk' divulgativo con vecinos cotillas. Hicimos todo lo posible por demostrar que no éramos zotes, que aquel aperitivo era poco menos que un agasajo postinero con la crema de la intelectualidad. Tampoco eso funcionó, Mariano no mostraba apetito por la crema de la intelectualidad, empezaba a quedar claro que no había llegado a España a ejercer de neurocientífico –ni mucho menos de vecino amigable.

Mariano nos dio a todos una valiosa lección (y muchas palizas), se puede aprender de todo y muy bien pasados los cuarenta

Pero antes de agotar el repertorio de preguntas y de 'conversation-starters', descubrí algo que a Mariano le gusta indisimulablemente y que se toma más en serio que nadie: los juegos. Hablando del mus se le encendió el rostro, me dijo que le interesaba aprender a jugar. Yo siempre he considerado que si no aprendiste a jugar al mus a la vez que a beber y a fumar, era imposible alcanzar ya el nivel suficiente para poder jugar sin aburrir a un jugador avezado. Y es en este punto donde Mariano nos dio a todos una valiosa lección (y muchas palizas), se puede aprender de todo y muy bien pasados los cuarenta. La cosa empezó con el mus, pero va mucho más allá, veamos.

Del mus a la música

Llegué por primera vez a casa de Mariano con una baraja española, en calidad de profesor de mus, era un espacio totalmente vacío de muebles, las cosas que uno esperaría ver en una casa estaban guardadas en cajas amontonadas y no parecía que hubiera urgencia alguna por repoblar ese vacío con los objetos de una vida anterior. En vez de muebles había tableros de ajedrez e instrumentos desperdigados por todo el salón: guitarras, acordeones, bajos, tambores, maracas, amplificadores, una batería. No era el salón de una vivienda, era un local de ensayo.

Mariano me aclaró que no era músico, pero que él y Claire iban a tomarse un año sabático para aprender música. Yo le miré con cierta compasión, siempre he considerado que no hay nada más peligroso e improductivo que un periodo sabático, inmediatamente me vienen a la cabeza las advertencias que hace Montaigne sobre el efecto de la ociosidad en los espíritus de la gente: "si no los ocupamos en un asunto determinado que los refrene y obligue, se lanzan en desorden, a diestro y siniestro, por el vago campo de las imaginaciones. (…) El alma que no tiene un objetivo establecido, se pierde".

Y ciertamente la música no me parecía un objetivo que “refrene y obligue” a espíritu alguno sino que más bien lo arroja a la celebración constante, al menos en mi caso y por eso me imaginaba en una situación similar, ponga usted que recién aterrizado en otra capital noctámbula, quizás Berlín, con demasiado tiempo y con la absurda esperanza de aprender a tocar un instrumento más por el esparcimiento diario con músicos disolutos que por la disciplina de la práctica. Me imaginaba en el lugar de Mariano y me veía ya alcoholizado, confundiendo el viernes con el lunes, durmiendo de día y viviendo de noche. Recuerdo volver a casa y decirle a mi mujer que los neurovecinos iban directos al desastre, y la que se quedó verdaderamente preocupada fue mi mujer que sabía mejor que nadie el peligro que entrañaba para un espíritu débil como el mío tener en frente a un vecino que quería aprender a jugar al mus, tocar la guitarra y que estaba de sabático.

Recuerdo volver a casa y decirle a mi mujer que los neurovecinos iban directos al desastre

Sin embargo, tanto Mariano como Claire nos demostraron pronto que lo suyo no era un cursillo de introducción a la bohemia. Detrás de su planteamiento había un rigor inquebrantable, eran unos empollones, o más exactamente, eran científicos, eso quiere decir que no flotan a la deriva como corchos por la superficie del conocimiento, si no que se sumergen con cinturón de plomos hasta el fondo.

En nuestras conversaciones, Mariano me hablaba a menudo del aprendizaje tardío, de nuestra capacidad para aprender nuevas cosas hasta adquirir un cierto dominio pasados los cuarenta, esa edad en la que vivimos con la triste impresión de que no solo hemos sido ya todo lo que podíamos ser sino que encima empezamos a dejar de ser lo que hemos sido.

Y algo pasó

A mí me consolaba profundamente lo que él me razonaba con su perspectiva de neurocientífico, pues siempre había creído que sería escritor y hace cinco años, cuando cumplí cuarenta, había entendido con amargura que de escritor solo tenía los vicios y un repertorio de anécdotas para la sobremesa. Y así, mientras Mariano emprendía con plena determinación el comienzo de su obra musical a un lado de nuestra calle, yo en el otro me animé a emprender mi obra escrita, él me compartió los embriones de unas canciones que ahora son un magnífico disco y yo le pasé los primeros capítulos de lo que terminó siendo la primera de dos novelas publicadas.

Y pasó que a medida que Mariano se entregaba a su disco, por el barrio empezaron a desfilar grandes músicos, el guitarrista Lisandro Silva, el cantante Nacho Rodríguez, un teclista llamado Fer, nuestro común amigo Jorge Drexler y ya para relacionarse con Mariano había que entrar en su música, hasta el punto de que contagiados por su empeño cuatro vecinos del barrio empezamos a dar clases de guitarra con Lisandro (alias Licha, que tiene en el disco una canción homenaje “Aros de oro y guitarra”), profesor de Mariano, y la cosa se puso tan seria que ya cuando quedábamos con Mariano no se hablaba, sino que se componía, y Mariano, con ese poder que tiene para convertirlo todo en un juego participativo nos animaba a que pensáramos un verso para ver si tirando de él aparecía una canción que pudiera completar con otros versos, y así va implicando a todo el mundo que encuentra en su disco, amigos, hijos, a Claire con su voz maravillosa, tantos han ido entrando en ese terreno de juego colectivo en que ha convertido ese experimento que no solo le ha transformado en músico, sino en compositor, y que en el proceso, nos ha dejados ser a los demás un poco músicos y un poco compositores también, y sobre todo, a unos cuantos nos ha llevado a aprender que a nuestra edad aún se puede aprender y se puede seguir siendo nuevas cosas.

Su disco, que se titula Experimento es la prueba definitiva de ello. No quiero describir las canciones, esas hay que oírlas, pero las entenderéis mejor ahora que sabéis el viaje tan bello y transformador que este disco ha sido para todos los que hemos estado cerca.

No hace ni cinco años que una misteriosa pareja extranjera, más o menos de nuestra edad, alquiló una casa en nuestra diminuta colonia. Alguien le dijo a mi vecina (y cuñada) que él era argentino, ella francesa y ambos eran 'neuro-algos'. No pudo aclarar si eran neurocirujanos, neurólogos o neuróticos, pero era igual, cualquier profesión que tuviera el prefijo neuro despertaba nuestra curiosidad y daba una nota de color al barrio, ansiábamos saber a qué oscuros asuntos del cerebro se dedicaban los vecinos de la casa de enfrente. Hasta tal punto llegó ese afán que decidimos hacer eso que los americanos hacen con impune falta de pudor: llamar a la puerta del recién llegado para invitarle a tomar algo con el resto de sus vecinos y hacerles así la ficha. Concluimos que el formato más prudente para este primer encuentro era el aperitivo dominical, por ser un encuentro breve que permite una huida fácil y rápida.