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Tribuna
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Sobre religiones y secularización
Los recientes acontecimientos ponen de manifiesto la dificultad de convivencia que a veces surgen entre las distintas creencias o culturas. El laicismo puede ser la solución
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Lo que escribo lo hago inspirado en el muy didáctico artículo de Waleed Saleh en Público, titulado ¿Unión árabe o unión islámica?, y desde mi condición de miembro de Europa Laica, un grupo que aboga por la separación entre Iglesia y Estado, buscando una convivencia radicalmente democrática. Dejaré de lado posturas como la de Oriana Fallaci, advirtiendo del peligro de una invasión islamista que acabaría con los valores occidentales. O con la idea de Huntington de que estaríamos ante una destructiva guerra entre culturas. Por no hablar de un multiculturalismo que se ha evidenciado ineficaz e ingenuo. Hay temas complejos que exigen huir del simplismo y ser lo más analíticos posible. Es lo que sucede en nuestros días con las religiones.
Comencemos por el cristianismo que en su versión católica nos envuelve culturalmente. Podríamos distinguir tres capas. Una la forman las fuentes que son los libros sagrados y que fundamentan las creencias. Otra consiste en un corpus organizado en una jerarquía sacerdotal que manda sobre unos fieles que obedecen. Y una tercera, en la que destacan algunas normas que atañen a la conducta concreta y cotidiana. Piénsese en el aborto o la eutanasia. Por no hablar de la enseñanza o en una política teñida y regida por la religión. Las Democracias Cristianas son un ejemplo de esto último.
El laicismo quiere poner las cosas en su sitio. La actitud laicista responde a cada uno de estos tres niveles. Respecto al primero, ni entra ni sale. Todas las religiones poseen dichos textos y cada uno es libre de adherirse a ellos. Otra cosa es que se quieran colocar en medio de un pensamiento libre y crítico. En este caso discutiremos con ellos al igual que lo hacemos con todos aquellos que se apoyen en fuerzas sobrenaturales. Y si nos parece una sinrazón, lo diremos claramente. Respecto al segundo y que representa el poder de las Iglesias, afirmaremos con firmeza que no tienen ninguna autoridad por encima de una sociedad que se estructura por patrones racionales. Por eso nos opondremos, por ejemplo, a las inmatriculaciones, Concordatos amañados o ventajas en la educación. Si nos volvemos ahora a la religión islámica e islamista, su presencia en España ha aumentado de manera espectacular como ha ocurrido en toda Europa.
Todas las religiones poseen textos y cada uno es libre de adherirse a ellos. Otra cosa es que se quieran colocar en medio de un pensamiento libre y crítico
El asunto es cultural y político también. Pero quedémonos en lo religioso y apliquemos las distinciones antes vistas con el catolicismo. Existen y han existido religiones de muchos tipos. Unas son más duras y otras son más blandas. El islam, en términos generales y en su núcleo más duro, es un monoteísmo extremo. Todo depende de Alá. Incluso ha creado el mal. No es extraño que muchos de los países que siguen esta religión sean teocráticos y que la ley por la que se rigen sea la Sharia que funciona como la ley de Dios. Se dirá, y con razón, que la Biblia está plagada de violencia. El pensamiento laico será crítico en este aspecto con las dos religiones. Por otro lado, el misticismo sufí es una corriente llena de suave poesía, solo que es difícil encajarla en el islam en cuanto tal. El laicismo, en suma, se opondrá a esta manera de ver el mundo, aunque, como es lógico, respetará las vivencias personales de todos.
En un segundo nivel, encontramos los intermediarios, como es el caso de los imanes, entre la doctrina y los fieles creyentes. Lo que sucede es que, al revés que en el cristianismo, en donde funciona una teología que intenta racionalizar el dogma, en el Islam no se da esa cadena. Se da, eso sí, el Kalam, una pequeña defensa racional de las creencias. Y es que el Corán baja entero del cielo sin interpretaciones que lo acerquen a la tierra. No es extraño que antropólogos como Ernest Gellner opinen que el Islam no es secularizable. Cuestión más que problemática. Y, en el tercer nivel, hay que decir, al igual que lo hicimos con el cristianismo, que existen mandatos que no concuerden con lo que entendemos por derechos. Piénsese en la ablación del clítoris, en el desprecio a la mujer y en todo aquello que se deriva de la citada teocracia.
Llegado a este punto tengo que decir que el laicismo debe ser valiente. Y no dejarse intimidar si le llaman islamófobo. Como si le llaman cristianófobo. No odia a nadie, pero no se calla. Y quiere una sociedad en cuya plaza no haya dioses. Vengan de donde vengan. En la ciudad nos bastamos a nosotros mismos.
Lo que escribo lo hago inspirado en el muy didáctico artículo de Waleed Saleh en Público, titulado ¿Unión árabe o unión islámica?, y desde mi condición de miembro de Europa Laica, un grupo que aboga por la separación entre Iglesia y Estado, buscando una convivencia radicalmente democrática. Dejaré de lado posturas como la de Oriana Fallaci, advirtiendo del peligro de una invasión islamista que acabaría con los valores occidentales. O con la idea de Huntington de que estaríamos ante una destructiva guerra entre culturas. Por no hablar de un multiculturalismo que se ha evidenciado ineficaz e ingenuo. Hay temas complejos que exigen huir del simplismo y ser lo más analíticos posible. Es lo que sucede en nuestros días con las religiones.