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Tribuna
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Sobre el Papa y una iglesia que tiene cada vez menos poder
Francisco no ha convencido a todos, pero ha despertado simpatías y ha evitado condenas, ha predicado con mesura y ha sido muy humano
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El Papa para un cristiano es el sucesor de Pedro en la tierra. Y su poder religioso es tal que es infalible en temas de fe y costumbres. Para un laico se trata de una importante figura a la que obedecen más de mil millones de personas. El último Papa, argentino y jesuita, de manera diferente al rígido alemán Ratzinger, ha mostrado un rostro más simpático para creyentes y no creyentes.
En su terreno se le han alborotado los ultras acusándole incluso de desviarse de la recta doctrina de la Iglesia. Los más progresistas, por el contrario, le acusan de haberse quedado a medio camino en las necesarias reformas. No habría sido suficientemente contundente y avanzado en temas como la homosexualidad, el celibato o el papel de las mujeres en la vida que llaman consagrada. Nada digamos respecto a cuestiones siempre tabúes como son la eutanasia o el aborto. Desde el punto de vista de la influencia que haya podido tener en la esfera internacional no alcanza la importancia que tuvieron los anteriores.
Para muchos no habría tenido fuerza intelectual ni capacidad para imprimir un sello propio a su mandato
Su comprensión general con todos y una cierta simpatía no consiguen limpiar la imagen desdibujada de este Papa. Para muchos no habría tenido fuerza intelectual ni capacidad para imprimir un sello propio a su mandato.
Una Iglesia cada vez con menos poder y exenta también de autoridad no ha logrado influir en los conflictos acuciantes de nuestros días. A pesar de todo ello, y sin ningún canto a la mediocridad, nos parece, siempre desde fuera del redil, pero con la misma cultura católica, que nos ha gustado su tono. Ha evitado condenas, ha predicado con mesura y ha sido muy humano. Se puede aplaudir, por eso, esas cotidianas y sencillas maneras de convivir con todos.
El Papa para un cristiano es el sucesor de Pedro en la tierra. Y su poder religioso es tal que es infalible en temas de fe y costumbres. Para un laico se trata de una importante figura a la que obedecen más de mil millones de personas. El último Papa, argentino y jesuita, de manera diferente al rígido alemán Ratzinger, ha mostrado un rostro más simpático para creyentes y no creyentes.