Agresión sin balón
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¡Sorpresa! He visto el documental de Beckham y no he pasado vergüenza ajena
Por fin nos encontramos con una serie sin más aspiración que contar lo que sucedió mientras todos mirábamos
Todos tenemos algún placer culpable. Unos juegan a las tragaperras, otros ponen reguetón a todo volumen; yo siento una fuerza siniestra que me obliga a tragarme los documentales de futbolistas. Los empiezo con la vana esperanza de que aporten algo de luz a pasajes oscuros de la historia balompédica y los termino abochornado ante autohomenajes de personas que hace mucho, mucho tiempo que no pisan la calle.
En el caso de Beckham, que estrena esta semana en Netflix, tenía más miedo que nunca. Ya saben, Becks, el primer futbolista que se convirtió en un producto de marketing, el tipo del que se decía que tenía más miedo a despeinarse que a perder el partido. Casado con una ex Spice Girl que se hacía llamar la pija. Y he aquí la sorpresa: el documental del inglés es el primero que habla de fútbol y aborda con naturalidad los problemas domésticos de las estrellas.
"Me voy a trabajar", dice en un momento Victoria Adams. "¿A trabajar?", le responde Beckham, irónico. "Sí, bueno... primero iré a... voy a la esteticién", admite Victoria ante la sardónica mueca de su marido. Puede parecer una tontería, pero después de escuchar a Georgina Rodríguez y Pilar Rubio fingir que se ganan el tren de vida que llevan, es un soplo de aire fresco ver a los Beckham reírse de su suerte. Y eso que Victoria es la única que hizo mucho dinero antes de conocer a su marido futbolista.
David y Victoria no trabajan. Mejor aún: sí lo hacen, pero no te lo cuentan. Ella es diseñadora de moda y viste a Beyoncé y Madonna; él dirige el Inter de Miami y ha fichado al mejor jugador de todos los tiempos. Les va de lujo, pero son conscientes de que están ahí por lo que fueron. No necesitan justificar que son más que lo que creemos que son, ni hacernos pasarlo mal viéndoles comentar arte flamenco o sus sesudas reflexiones con Flavio Briattore.
Beckham se muestra como lo que es: un niño grande que siempre quiso jugar en el Manchester United. Reconoce que cayó de pie en Old Trafford, que fue tutelado por Alex Ferguson y que terminó por decepcionarle a base de escapadas a Londres para ver a Victoria. Que no tenía el nivel necesario para jugar en el Madrid de los Galácticos, pero se arrepintió, al momento, de haber dejado Madrid por el LA Galaxy.
El documental aborda cuestiones impensables en las hagiografías de Ronaldo o Sergio Ramos. Habla de su famosa infidelidad a Victoria, de la que solo lamenta la invasión de su privacidad en los tabloides, o de depresión que atravesó cuando, tras revolverse contra Simeone en el Mundial de 1998, toda Inglaterra le culpó de la eliminación. Sus amigos recuerdan, durante media hora, que la gente le escupía por la calle, se le encaraba e incluso amenazaba con secuestrar a sus hijos. Por primera vez vemos a una estrella destruida, que necesitó años de terapia y que, casi dos décadas después, todavía se estremece al recordar el error.
Beckham escoge planos cerrados de su mansión para contarnos que fue un niño sin mucho dinero al que su padre sometía a interminables horas de entrenamiento. Estaba tan obsesionado con que su hijo fuese jugador del Manchester United que no le permitía un solo error. Cada domingo, iba a verle y se pasaba los 90 minutos corrigiéndole. Al terminar, aunque hubiese marcado tres goles, su padre le decía que había estado "decente" y se lo llevaba a casa, sin posibilidad de quedarse un rato con los amigos.
De Beckham hablan bien Ferguson, Capello y Queiroz, los entrenadores con los que tuvo peor relación, e incluso Simeone reconoce por primera vez que aquella patadita desde el suelo nunca debió ser roja. Porque, antes que la más bella y encantadora estrella del espectáculo, Beckham fue un luchador sin igual. El que consiguió ser el mejor jugador de la final de Champions del 99 sin marcar un solo gol porque, cuando todos sus compañeros habían entregado las armas, siguió corriendo hasta el final. El mismo que logró que Capello no solo cambiase su opinión de apartarle del equipo, sino que desafiase una orden ejecutiva de Florentino Pérez a base de dejarse la piel entrenando solo. Y que fue clave para que los blancos ganasen una liga que en invierno estaba perdida.
Hoy, Beckham no necesita una cuadra de purasangres ni enseñar su kilométrica mansión de Los Angeles para parecer lo que no es. Le basta con pasar el domingo cocinando en la parrilla, con Victoria y los niños, mientras da las gracias por su suerte.
Todos tenemos algún placer culpable. Unos juegan a las tragaperras, otros ponen reguetón a todo volumen; yo siento una fuerza siniestra que me obliga a tragarme los documentales de futbolistas. Los empiezo con la vana esperanza de que aporten algo de luz a pasajes oscuros de la historia balompédica y los termino abochornado ante autohomenajes de personas que hace mucho, mucho tiempo que no pisan la calle.
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