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El silencio de Messi, la voz de Piqué
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Antonio Sanz

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El silencio de Messi, la voz de Piqué

Ni el argentino ni Iniesta tiran de garganta porque al final es una cuestión de carácter y de evitar vivir en la polémica, precisamente donde el central del Barça no se siente incómodo

Foto: Piqué y Messi, durante un entrenamiento del Barça. (EFE)
Piqué y Messi, durante un entrenamiento del Barça. (EFE)

Mientras el FC Barcelona estudia la idoneidad del traspaso de Rakitic al Manchester City, Guardiola lo pretende para reemplazar al lesionado Gundogan, la masa social culé afronta como puede la explosión de satisfacción plena que se transmite desde el Real Madrid. Ya se sabe que cuando uno ríe el otro generalmente sufre. Los parámetros indican que son los de la capital del reino quienes ahora engullen el éxito con decoro. A los títulos, los premios. Al juego, los triunfos. Al buen hacer, la felicidad. En el ecuador del curso, retumba el liderato frente a las excusas. Con todo por ganar (y por perder), las sensaciones que desprenden los dos colosos son bien diferentes. Si unos viven abrazados a su encomiable presente, los otros se alejan de la regularidad de las victorias, se ausentan sin disimulo de las fiestas con lentejuelas, maldicen la suerte de los errores arbitrales o se refugian en el insulso comportamiento de la dirigencia. Con este inquietante panorama, tan significativo es el silencio de Messi, como contraproducente puede llegar a ser el ruido que provoca Piqué.

Foto: Gerard Piqué, durante un partido con el FC Barcelona. (EFE) Opinión

Hubo un tiempo donde los máximos dirigentes del fútbol doméstico arrebataban a los futbolistas las portadas de los medios de comunicación. Los Mendoza, Gil y Gil, Gaspart -suplantando las funciones de Núñez-, Lopera y compañía eran verdaderas estrellas mediáticas. Algunos muy por encima de quienes saltaban cada semana al césped. Las particulares voces de estos (y otros) directivos eran casi las únicas protagonistas entre gol y gol. Con mensajes populistas, frases huecas y dardos envenenados transitaban las semanas futboleras. De otro tiempo, se comprobó como la dirigencia había perdido fuelle. Laporta o Del Nido quisieron rememorar secuencias que no volverán. En este tiempo, algunos han optado por tratar de manejar las entrañas de los medios antes que aparecer en ellos. Otros, sencillamente, han optado por la discreción. Quizá porque calienta para el futuro, Piqué enarbola la bandera azulgrana en un momento en que considera que debe alterarse el discurso oficialista.

Nadie se acuerda de ser portavoz de nada cuando las cosas ruedan razonablemente bien. El FC Barcelona ha recorrido un periplo extraordinario en su reciente historia de ahí que no se hiciera necesaria esa figura, más allá del rol que desempeñaban sus protagonistas. Casi sin querer se pasó de Cruyff a Rijkaard y de los holandeses a Guardiola. Lo mismo sucedió sobre el césped: del ‘dream team’ a Ronaldinho y del brasileño a Messi. La actual dirigencia culé, con las cuitas judiciales que obligaron a cambiar al presidente, vivió con la placidez que le aportó Pep para entroncar con la ventura que trajo Leo. Sin embargo, Luis Enrique no transmite tanta calma y el astro argentino habita con cierto desasosiego cuando no pisa la hierba. Quizá por eso, Piqué ha recuperado el garbo que abandona en según qué ciclo para volver a destaparse como la voz del Barça. Gerard, hincha reconocible, dispara con la consciencia de saber a quién zaherir. No improvisa. Todo tiene su cálculo, como cuando en diferido anunció la futura salida de la Roja.

Luis Enrique tiene razón: “Con Piqué tenéis un filón”, aseveró al Periodismo. Y los medios, con astucia, explotamos el descaro del chico. ¿Se encaró y se dirigió a Tebas en Villarreal? Pues ni sí ni no sino todo lo contario. Todos nos recreamos en esa suerte hasta que el entorno del presidente de LaLiga deslizó que él no era el receptor. Que aquel “¿lo has visto? Sí, tú, tú, ¿lo has visto?” era una carga de intención para sus propios directivos por esconderse con la cruzada arbitral. Tampoco los señalados tardaron en desmentir la acusación aludiendo que el jugador se hubiera dirigido a ellos en catalán. El caso es que tras San Mamés, el Estadio de la Cerámica. La consecuencia constaba de airear los errores de los colegiados. Lo que ha quedado claro es que en este asunto, la entidad y el entrenador van al mismo tranco, mientras que Piqué lo hace solo y por libre. Tampoco sorprende. En esta desventura, o en otras tribulaciones, ni busca compañía ni espera respaldo. Él se basta y se sobra para acometer unas cuitas que lo sitúan en lo alto del pedestal comunicativo.

La frase lapidaria de Guardiola, “nunca seré presidente del Barça, para eso ya está Piqué”, enfoca claramente al candidato. No desveló ningún secreto porque la aspiración del futbolista es tan vieja como conocida. Gerard es un extraordinario central, premiado en la reciente gala de la FIFA, de lo mejor del mercado. Además de su reconocido prestigio futbolístico, ha logrado granjearse los elogios como joven y moderno empresario. Qué decir de su generoso esfuerzo para ayudar al club en la búsqueda del siguiente patrocinador en una desinteresada labor de intermediación. Todo esto suena saludable si evitara el ruido, pero este sonido va en la partitura de su vida. Es un hombre que en público busca el eco de las cosas. Y eso tampoco está tan mal. Con el sentimiento barcelonista por bandera, Piqué es capaz de convertirse en una referencia para el socio. Y ninguno lo rechaza porque el hincha se ve reflejado en esa pantalla rebelde que él dibuja. Al aficionado le entusiasma escuchar lo que su futbolista transmite. Por eso, el enemigo rota -la Prensa, el Real Madrid, los árbitros, los poderes fácticos del fútbol- mientras el mensaje cala.

Foto: Piqué, durante el partido de Copa disputado en San Mamés. (EFE)

Si Piqué solo hablara, el mensaje resultaría vacío. Pero el chico también juega y lo hace bien. Sin respaldo de la manada, el grupo decidió no elegirle como uno de los capitanes tras un sufragio en el vestuario, la doctrina del verso suelto tampoco molesta. “Ya sabemos cómo es Geri”, repiten a coro. Con este protagonismo buscado, ni el 8 ni el 10 tiran de garganta porque al final es una cuestión de carácter y de evitar vivir en la polémica, donde Piqué no se siente incómodo. El silencio de Messi o Iniesta permite más volumen para el central y logra que se omitan los problemas actuales del Barça: resultados poco favorecedores, juego irregular, paralizadas las renovaciones del argentino y del entrenador, asuntos judiciales pendientes…y lo más doloroso, los interminables éxitos del Real Madrid de Florentino. Con un Bartomeu que parece superado, a lo mejor Piqué se inventa la figura del jugador-presidente. Por el momento, sólo oposita.

Mientras el FC Barcelona estudia la idoneidad del traspaso de Rakitic al Manchester City, Guardiola lo pretende para reemplazar al lesionado Gundogan, la masa social culé afronta como puede la explosión de satisfacción plena que se transmite desde el Real Madrid. Ya se sabe que cuando uno ríe el otro generalmente sufre. Los parámetros indican que son los de la capital del reino quienes ahora engullen el éxito con decoro. A los títulos, los premios. Al juego, los triunfos. Al buen hacer, la felicidad. En el ecuador del curso, retumba el liderato frente a las excusas. Con todo por ganar (y por perder), las sensaciones que desprenden los dos colosos son bien diferentes. Si unos viven abrazados a su encomiable presente, los otros se alejan de la regularidad de las victorias, se ausentan sin disimulo de las fiestas con lentejuelas, maldicen la suerte de los errores arbitrales o se refugian en el insulso comportamiento de la dirigencia. Con este inquietante panorama, tan significativo es el silencio de Messi, como contraproducente puede llegar a ser el ruido que provoca Piqué.

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