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El novio que no quieres para tu hija: Hamilton/Alonso ¿quién fue el culpable?
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Javier Rubio

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El novio que no quieres para tu hija: Hamilton/Alonso ¿quién fue el culpable?

El séptimo título de Hamilton ha puesto en contexto su trayectoria deportiva, que permite recordar esa vertiente de su naturaleza aplacada por el gran dominio de Mercedes estos años

Foto: Hamilton y Alonso en el Gp Usa de 2019 (EFE)
Hamilton y Alonso en el Gp Usa de 2019 (EFE)

Lewis Hamilton disfruta de un momento deportivo y personal único. Estos días lanza a las redes sociales mensajes de estímulo y positividad desde su merecida nube, exteriorizando la vertiente más cálida de su personalidad. Pero, como el dios Jano, Hamilton también alberga la otra cara necesaria para alcanzar niveles de éxito difícilmente igualables: una ambición implacable y su correlativa incapacidad patológica para asumir la derrota. Así están cableados los grandes campeones. Son las reglas del juego, y el sujeto el producto último de la selección natural para triunfar en tan brutal y competitivo medio.

El séptimo título de Lewis Hamilton está recuperando la cartografía de su carrera y lugares claves de su paisaje deportivo. El duelo con Fernando Alonso en 2007 fue el más duro, intenso y conflictivo de aquellos, y en su primer año. Allí latía ya el embrión del pluricampeón actual. Porque el ser humano espiritual que prodiga en las redes sociales también alberga rasgos propios de una ambición sin límites. Quien conoce la Fórmula 1 valorará su talento único y posición en el olimpo de los grandes. Por ello, no se trata aquí de matizar su monumental logro deportivo, aunque sí añadir contrapesos para equilibrar la idealización propia de estos tiempos de gloria.

placeholder El talento y la tremenda naturaleza competitiva de dos genios rompió las costuras de McLaren en 2007, pero Hamilton empezó primero
El talento y la tremenda naturaleza competitiva de dos genios rompió las costuras de McLaren en 2007, pero Hamilton empezó primero

Cada uno, su estilo

La perspectiva del tiempo recalibra aquellos famosos episodios de 2007. Incluso por quienes los vivieron. Británicos, en un equipo británico. Como Martin Withmarsh, que estos días recordaba el perfil de Hamilton en un magnífico artículo de la BBC, en el que responsabiliza a Hamilton de encender aquella hoguera, que Alonso no acertó a apagar primero, y luego incluso alimentó.

Quien les escribe ha vivido profesionalmente el duelo de Piquet y Mansell, Senna y Prost, Alonso y Hamilton, Vettel y Webber… Todos con una implacable sed de victoria, todos con su “Multi 21” particular, cuando cualquier recurso se justifica entre grandes talentos a bordo del mismo monoplaza. “Lewis es diferente a Michael (Schumacher) en la forma en la que afrontan las cosas. Pero en la base de todo ello, ambos tienen un talento natural único”, explicaba Ross Brawn en sus reflexiones tras el GP de Turquía. Efectivamente, estilos distintos, Schumacher era capaz de parar un monoplaza en la Rascasse, y Hamilton acudió a las jugarretas de 2007 con el rival más duro de su carrera. Pero a Hamilton nadie le puede reprochar un comportamiento incorrecto en la pista. Duro, sí, pero nunca 'guarro'. Al César lo que es del César.

"¿Sería hoy diferente? No"

La naturaleza básicamente candorosa de Hamilton es visible. Sus orígenes sociales y trayectoria deportiva -que no olvida- alimentan cual pila atómica su tremenda pasión y sueños. Moldeado por la exigencia inhumana de un progenitor implacable para exprimir ese don divino del hijo. Alonso se encontró con ese perfil bifronte y todavía crudo. “Querías un piloto (para tu equipo) que, si tu hija la trajera a casa, dirías “Oh, Dios, la va a hacer daño”, porque son tan egoístas y poseídos de sí mismo”, explica en el articulo mencionado Martin Withmarsh, alto responsable de McLaren en 2007 y luego del equipo. “Por mucho que quiera a Lewis hasta morir ¿Estaría feliz de que mi hija le trajera a casa? No. Como parte de una compleja ecuación de talento, intensidad, concentración, tienen también que ser despiadados. Lewis tenía de ello y era muy joven ¿Sería diferente hoy? Probablemente no”.

Withmarsh reconocía, literalmente, que “Lewis no cooperaba con el equipo o con Fernando, fue una desobediencia directa y clara”, en referencia concreta a dos momentos bien conocidos, catalizadores del desastre final. Su ‘maniobra’ de Mónaco, forzando un duelo con Alonso en los compases finales que el equipo no quería, y Dennis pidiendo comprensión al oído de un anonadado Alonso para sofocar el incendio creado por el chaval y su papá. Y aquella tormentosa sesión de Hungría, cuando Hamilton rompió la alternancia para ‘quemar’ gasolina en los entrenamientos de cada gran premio. En Hungaroring era el turno de Alonso. Hamilton no lo respetó, consciente del precio de la pole y la victoria. Alonso se la devolvió en boxes. El padre alborotó en la FIA y los medios, y ardió Troya.

El tablero por los aires

Ciertamente, Hamilton protagonizaba una temporada memorable como debutante. Pero también con un temperamento sin reglas. Solo cuando el español aporte su versión conoceremos toda la verdad. Si puede contarla, claro. Pero frustrado y casi acorralado, no parece que el gestionara aquel fin de semana con la respuesta emocional más meditada. Arrojar por los aires el tablero de ajedrez cuando te dan jaque acaba la partida. Alain Prost, (otra edad, otra experiencia vital) siguió un año más en McLaren tras las jugarretas de Senna en su primera temporada juntos. Revelaba Toto Wolff estos días que consultó al francés para asesorarse para la gestión del duelo Hamilton-Rosberg. Prost se fue de McLaren con otro título, un año después.

Hoy el español y el británico se respetan profundamente. Se reconocen en el espejo de su nivel superior al resto. Por algo será. Hamilton se separó de su padre, lo que influyó en su desenvolvimiento personal. Tampoco volvió a tener un rival de entidad. Ni siquiera Nico Rosberg. El piloto anterior a 2014 era una madeja de emociones al volante a pesar de su talento excepcional. Desde entonces, la superioridad de Mercedes le ha proporcionado una gran estabilidad al eliminar a todos sus rivales con la excepción de su compañero de equipo. Ahora, imaginemos durante estos años a su lado o en otro monoplaza de similar nivel a un Verstappen, o de nuevo a un Alonso, viéndose obligado a bajar al barro y tirar de aquella artillería de 2007 ¿Veríamos entonces hoy al mismo Lewis Hamilton, profundo y espiritual, instalado en su nube de gloria con siete títulos?

Lewis Hamilton disfruta de un momento deportivo y personal único. Estos días lanza a las redes sociales mensajes de estímulo y positividad desde su merecida nube, exteriorizando la vertiente más cálida de su personalidad. Pero, como el dios Jano, Hamilton también alberga la otra cara necesaria para alcanzar niveles de éxito difícilmente igualables: una ambición implacable y su correlativa incapacidad patológica para asumir la derrota. Así están cableados los grandes campeones. Son las reglas del juego, y el sujeto el producto último de la selección natural para triunfar en tan brutal y competitivo medio.

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