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Garbiñe Muguruza y el coraje suficiente para aceptar los tropiezos
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Álvaro Rama

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Garbiñe Muguruza y el coraje suficiente para aceptar los tropiezos

La tenista hispanovenezolana se quedó a un paso de la final de Roma y mira con ilusión los próximos retos. Ha demostrado ser capaz de jugar muy bien en las pistas lentas del circuito

Foto: Garbiñe Muguruza (Reuters)
Garbiñe Muguruza (Reuters)

La hora más caliente del calendario se acerca y muchos focos estarán puestos sobre sus hombros. Garbiñe Muguruza afrontará Roland Garros consolidada como una de las mayores tenistas de élite a sus 22 años, una realidad nada banal en un circuito cada vez más veterano. Tras pelear un puesto en la final de Roma, uno de los torneos de mayor prestigio en el calendario femenino, la caraqueña tendrá la opción de reivindicarse en un evento ansiado por las mejores. Muguruza, número 4 mundial, llegará a París con varios síntomas de cara al vestuario: con peso ganado en la temporada, situada ya entre las 20 mejores jugadoras del curso; habiendo probado autoridad en tiempos recientes, con dos tentativas de semifinales en 2014 y 2015; y una nueva demostración de su rendimiento sobre tierra batida, subrayando su capacidad para destacar hasta en el suelo más lento del circuito, una versatilidad reservada para las elegidas en la carrera hacia la cima.

Un camino que rara vez se logra en línea recta, donde las curvas son necesarias para hacerse con el control de la nave. Cuestionada la irregularidad de resultados de la jugadora, su actuación puede verse también analizada como la de alguien con la frialdad suficiente para aceptar los tropiezos. Con el coraje necesario para tomar velocidad inmediatamente después de un frenazo y la convicción suficiente para enderezar el rumbo sin entrar en una espiral de lamentos. En un deporte donde la memoria apenas debe durar un punto, parece una virtud a valorar y no sólo un foco de agravios. Sólo así se explican actuaciones como la de Roma, donde llegó a dibujar algunos de los partidos más limpios de su carrera, buscó directamente una plaza en la final tras el mazazo de ceder el primer partido de Madrid -el mayor torneo a jugar en casa de toda la temporada- y quedó a un partido de pelear por el segundo peldaño mundial. Palabras mayores para quien tiene un margen de mejora tremendo entre las manos.

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No tiene más experiencia quien más ha competido, sino quien saca más partido a lo vivido. Y en este sentido el expediente de Muguruza no sonrojaría ante muchas compañeras de vestuario. Para una jugadora que explotó sobre hierba (Wimbledon), confirmó sobre pista dura (Pekín, Singapur) y ha reaccionado sobre tierra batida (Roma), el saber hacer en todo tipo de escenarios es un galón que brilla sobre los hombros, una medida de validez a sostener con el paso del tiempo y una prueba de fuerza camino de la madurez que muchas veces se exige a pasos acelerados.

Coger confianza en París

La cita de Roland Garros, además, se antoja de enorme importancia para la temporada de la primera raqueta del tenis femenino español. Aceptando su mentalidad de “torneo nuevo, vida nueva”, tesis defendida días atrás en Roma para justificar su reacción, la proximidad del All England y la defensa de su primera final de Grand Slam en el horizonte puede otorgar a París un estatus de estímulo previo. Si la confianza se adquiere ganando, el major parisino puede plantearse como el escenario ideal para que la jugadora sienta el respeto que infunde en el vestuario. Salvo Serena Williams, número 1 mundial y campeona de 21 grandes, ninguna otra tenista logró situarse entre las ocho más fuertes en el Bosque de Bolonia durante las últimas dos temporadas. Una sombra alargada que no se construye en un puñado de días.

Quien compite suele defender que la fase más complicada tiende a ser la consolidación. El probar que se tiene la capacidad para llegar pero también para mantenerse. Tras su eclosión definitiva en la segunda mitad del curso 2015, el momento de la verdad se acerca para una referente de su generación, con tiempo por delante para quemar etapas pero ante el momento de dar ese paso antes que muchas compañeras de circuito. Convertida en pilar maestro del equipo español de Copa Federación, ubicada entre los primeros puestos del circuito por derecho propio y situada ante la hilera de torneos más importantes del año, el potencial de Muguruza se pone a prueba con la exigencia de las más fuertes.

La hora más caliente del calendario se acerca y muchos focos estarán puestos sobre sus hombros. Garbiñe Muguruza afrontará Roland Garros consolidada como una de las mayores tenistas de élite a sus 22 años, una realidad nada banal en un circuito cada vez más veterano. Tras pelear un puesto en la final de Roma, uno de los torneos de mayor prestigio en el calendario femenino, la caraqueña tendrá la opción de reivindicarse en un evento ansiado por las mejores. Muguruza, número 4 mundial, llegará a París con varios síntomas de cara al vestuario: con peso ganado en la temporada, situada ya entre las 20 mejores jugadoras del curso; habiendo probado autoridad en tiempos recientes, con dos tentativas de semifinales en 2014 y 2015; y una nueva demostración de su rendimiento sobre tierra batida, subrayando su capacidad para destacar hasta en el suelo más lento del circuito, una versatilidad reservada para las elegidas en la carrera hacia la cima.

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