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Bioeconomía. La molesta economía con sordina
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Bioeconomía. La molesta economía con sordina

Hace unas semanas comentábamos cómo la ciencia económica actual necesita evolucionar urgentemente. Es incapaz de mostrarnos cómo afrontar los desafíos socioeconómicos venideros. A esta avanzada sociedad

Hace unas semanas comentábamos cómo la ciencia económica actual necesita evolucionar urgentemente. Es incapaz de mostrarnos cómo afrontar los desafíos socioeconómicos venideros. A esta avanzada sociedad nuestra que se piensa capaz de crecer indefinidamente. Que si no crece no genera empleo. Pero, cuando lo hace, es a costa de continuar degradando el planeta. Una ciencia que no sabe cómo detener la destrucción progresiva que estamos perpetrando: el cambiante cambio climático, antropogénico o no; el despilfarro de los recursos naturales; la destrucción de los ecosistemas. La crisis de valores que nos está devorando: el egoísmo; la cerrazón; la falta de ética; el corto plazo. Todos aspectos diferentes de un mismo problema. Y, como consecuencia de todo ello, la carrera hacia ninguna parte en que nuestra sociedad de consumo está inmersa. Hasta que se estrelle contra el muro.

Un aclamado economista que se convirtió en hereje…

Sin embargo, fui algo injusto. Ha habido pioneros. Se llamaba Nicholas Georgescu-Roegen (1906-1994). Un hereje que había sido antes un aclamado apóstol de la economía tradicional. Hasta que se alejó del dogma: tuvo la osadía de salirse de las escuelas económicas dominantes. Durante la primera parte de su carrera Georgescu-Roegen, un brillante economista rumano previamente formado como matemático y estadístico, siguió la economía ortodoxa, siendo vitoreado por el mundo académico, porque era de los suyos. Fue discípulo predilecto de Schumpeter, el de la destrucción creativa.

Desgraciadamente, nuestro protagonista tenía la manía de pensar, cosa molesta. Y una gran experiencia de la economía real en su país natal, antes de caer en las garras del comunismo, que le obligó a emigrar definitivamente a EEUU Con lo que dio un paso adelante. Se dedicó, durante la segunda y más fecunda parte de su carrera, a realizar sus aportaciones más interesantes. Que le granjearon el desdén y el vacío de muchos de sus colegas, básicamente porque no estaban preparados para entenderle. Su pecado fue hacer brillantes razonamientos que agrupaban múltiples disciplinas. Razonamientos complejos e incómodos que muchos contemporáneos suyos no estaban intelectualmente en condiciones de seguir. Incorporando cosas tan fuera de lugar como la termodinámica o la biología. La energía, los recursos naturales o la contaminación. Variables que muchas testas académicas coronadas ni siquiera consideraban.

…porque jubiló la economía mecanicista neoclásica.

Solía poner en aprietos a muchos colegas debido a que su brillantez matemática le permitía refutar la obsesión que todavía tienen hoy muchos estudiosos de esa ciencia social al pretender que las matemáticas y el obsoleto mecanicismo neoclásico son la panacea. Pocos se atrevían a debatir con él.

La economía mecanicista tradicional no está más avanzada que la Física, que tan solo conocía a Newton y poco más, lo estaba a finales del siglo XVIII. Muchos olvidan que el hombre, hombre es. Y, por lo tanto, a menudo impredecible e irracional. Que el tiempo transcurre en una dirección y no es reversible, igual que el calor. Que vivimos en un lugar cerrado, alumbrado únicamente por una antorcha, a merced de los elementos. Que no se pueden matar pulgas con cañonazos matemáticos. Demasiados científicos que utilizan tan potentes herramientas como un fin con el que mostrar la propia erudición mediocre y su falta de ideas, desoyendo la realidad tozuda. En vez de ser tan sólo un medio que sirve para intentar resolver problemas, si son bien planteados.

Cuarenta años de pensamiento económico desperdiciado…

Georgescu-Roegen aplicó a la economía el segundo principio de la Termodinámica, para acabar inventando la Bioeconomía. Incorporó a ella el concepto físico de entropía. La culpa la tuvo un libro, que se publicó en el año 1971, titulado The Entropy Law and the Economic Process, La Ley de la entropía y el proceso económico, traducido al castellano. Sus revolucionarias aportaciones obligaban a cambiar el paso a muchos que no estaba preparados para ello. Con lo que las corrientes académicas predominantes prefirieron ignorarle. Algo más cómodo que afrontar los retos por él lanzados. No fue condenado a la hoguera porque los tiempos eran otros, afortunadamente.

El problema de la economía actual es la falta de hipótesis. El drama de esta sociedad post moderna, a pesar de la ingente producción científica, está en sus planteamientos. En la escasez de ideas nuevas. Porque viajamos hacia el futuro con un coche viejo, a ratos keynesiano, a ratos monetarista, muy a menudo con la dirección rota.

… y tantos Premios Nobel de Economía inútilmente otorgados…

Es por ello meritoria la decisión de la Academia Sueca de premiar el año pasado a la Sra. Ostrom, una especialista en ciencias políticas y no en economía. Con lo que de alguna forma comienza a reconocer dicha institución que la ciencia económica del futuro sobrepasará a la que hoy conocemos, de momento un simple arte basado en la inerte mecánica clásica en el que el dinero, cosa etérea, voluble y estúpida, es la única variable.

Convirtiéndola en algo multidisciplinar que aglutine desde la filosofía, la política, la psicología o la sociología, hasta la ingeniería, la física, la biología, la arqueología o el derecho. ¿Las matemáticas? Una simple herramienta. Jamás un fin. Para, de esta manera, poder estudiar en serio de una manera global, en el sentido intelectual del término, los muchos desafíos a los que la humanidad se enfrentará en un futuro no tan lejano. Algo más allá de la economía ecológica de hoy.

…ya que se les “olvidó” el Don Quijote rumano

El recientemente fallecido Paul Samuelson decía de Georgescu-Roegen que era el “erudito entre los eruditos, el economista entre los economistas”. Evidentemente, nunca obtuvo el Premio Nobel. Se había estrellado contra demasiados molinos de viento: la venganza de la ortodoxia económica. Cuando murió, fue objeto de muy sentidos homenajes y elogios por parte de sus congéneres, aliviados porque ya no podría dar más la lata. Y, rápidamente, le olvidaron (afortunadamente no todos).

En futuros artículos explicaremos sus postulados: puro sentido común enunciado de manera rigurosa. Cosa nada fácil, ya que necesita de mente abierta, amplitud de miras y conocimientos multi y transdisciplinares. Una nueva senda que aguarda a todos aquellos que quieran recorrerla. Y el muro, ¿qué pinta el muro en todo esto? También lo contaremos. Parece que el trabajo se nos acumula.

Hace unas semanas comentábamos cómo la ciencia económica actual necesita evolucionar urgentemente. Es incapaz de mostrarnos cómo afrontar los desafíos socioeconómicos venideros. A esta avanzada sociedad nuestra que se piensa capaz de crecer indefinidamente. Que si no crece no genera empleo. Pero, cuando lo hace, es a costa de continuar degradando el planeta. Una ciencia que no sabe cómo detener la destrucción progresiva que estamos perpetrando: el cambiante cambio climático, antropogénico o no; el despilfarro de los recursos naturales; la destrucción de los ecosistemas. La crisis de valores que nos está devorando: el egoísmo; la cerrazón; la falta de ética; el corto plazo. Todos aspectos diferentes de un mismo problema. Y, como consecuencia de todo ello, la carrera hacia ninguna parte en que nuestra sociedad de consumo está inmersa. Hasta que se estrelle contra el muro.