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Un análisis DAFO terrenal
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Un análisis DAFO terrenal

En el cuaternario periodístico, cuando las gacetas eran fajos de papel que se distribuían trabajosa y entrópicamente tan solo una vez al día, según cuentan cronicones

En el cuaternario periodístico, cuando las gacetas eran fajos de papel que se distribuían trabajosa y entrópicamente tan solo una vez al día, según cuentan cronicones ya casi olvidados en el profundo y cuarteado baúl abandonado en el gélido desván de los tiempos inmemoriales, la interacción entre autor y lector era muy escasa. La aportación del “leyente” pasivo se reducía a un exiguo e incómodo (para el periódico) espacio denominado cartas al director, puesto a disposición por aquellas añejas publicaciones para cubrir el expediente y poco más.

Un poco de divagación…

Era un lugar disponible únicamente para aquel afortunado que tuviera el privilegio de superar la censura previa del periódico y los filtros, a menudo ideológicos, de la redacción; ya que se publicaban una cantidad ínfima de las misivas enviadas por los sufridos lectores. Eso sí, de vez en cuando se permitía alguna crítica para camuflar la sección y darle una apariencia de diversidad, vistiéndolo con un disfraz de aparente tolerancia.

No caían en la cuenta, y ello fue una de las causas de su lento declive y decadencia, que cualquier columnista o escritor vale lo que sus lectores. No por su cantidad, obviamente, aquí el igualitarismo no existe y no todas las opiniones y miradas escrutantes valen lo mismo, sino por su calidad. A menudo los grandes clásicos de la literatura no son los más leídos, pero siguen siendo inmortales a lo largo de los siglos. Mientras tanto, fugaces autores de éxito y fama duran lo que las modas antes de ser sobrepasadas: un suspiro.

La revolución digital permite la interacción y mutua realimentación entre autor y lector a través de los foros. Evidentemente, siempre hay alguien que muestra en ellos sus propias frustraciones o limitaciones, sus demonios o su incapacidad para comprender o asimilar nada. Pero hay conspicuos lectores capaces de aportar ideas nuevas o de señalar múltiples recovecos todavía inexplorados o quizás no expuestos. Y esa grandeza de la red es la que permite que las disertaciones del columnista puedan ser completadas, objeto de matización y crítica, gracias a las instructivas aportaciones de aquellos miembros del foro que anhelan intercambio de ideas y clarificador debate.

Dicen que una columna en Internet de más de mil palabras no la lee nadie. Eso es cierto para aquellos que solo buscan pinceladas o informaciones superficiales. Pero también hay lectores que necesitan algo más, y que saben que eso exige esfuerzo y concentración adicional. Yo intento no sobrepasar ese límite, aunque a menudo no lo consiga. Mi motivo es otro: me aterra aburrir. Y más cuando los temas tratados son arduos y con muchos tentáculos entrelazados o alguna tercera derivada erizada de espinos. Porque al intentar simplificar en demasía asuntos complejos, por fuerza uno acaba dejando flecos al albur de los garrotazos mediáticos, y con ello la posibilidad de que le caigan estacazos digitales por doquier. O que sean refutados, e incluso completados y enriquecidos, por aquellos lectores interesados, jamás atemorizados, en la temática tratada.

…como agradecimiento a los lectores…

Hoy divagamos. No está mal comenzar el año al ralentí y con cierta indolencia pasajera, después de algún pequeño extravío navideño. El motivo de este tortuoso circunloquio es agradecer las aportaciones de los lectores a lo largo del año, cortas por necesidad pero clarificadoras por fuerza, en ello está su merecido valor. A esos lectores ilustrados y escogidos, influyentes por su calidad, como proclama la portada de este diario, destino de unos pocos párrafos mal nutridos de lenguaje.

Retrotrayéndonos únicamente al último artículo del pasado año, hubo varios comentarios especialmente oportunos. Como dijo Raf Rodriguez Mentorero, “ladran Sancho, luego cabalgamos”. Dicho popular, no estoy muy seguro si eso lo escribe Cervantes. En todo caso, sabio aserto. Sin embargo, echo de menos más ladridos, lo cual indica que no soy lo suficientemente incisivo, con lo que habrá que perseverar a ver si por fin escandalizamos al respetable.

Durante el siglo XX, el crecimiento económico se ha realizado demasiado a menudo inconscientemente y sin pensar en las consecuencias futuras. Quizás era necesario o no se podía hacer de otra manera. No lo sé. El caso es que ahora mismo sí que estamos seguros de que “el progreso a cualquier precio no es admisible”, como coincido plenamente con Wakamole, y es éticamente reprobable además de peligroso.

Por eso deberíamos dedicar toda la ciencia y el conocimiento adquirido, en forma de procesos y capacidad de gestión, a producir la cantidad suficiente de productos y servicios que nos satisfagan, fomentando la sobriedad y aplicando la ciencia de la escasez, de una manera realmente eficiente desde el punto de vista humano y planetario. Sustituyendo derroche energético y de materiales, destrucción de ecosistemas y contaminación por empleo abundante. Revolución pendiente tan solo de una teoría económica y una jurisprudencia todavía por elaborar.

Desgraciadamente, el sistema socioeconómico en vigor, y los principios que lo cimientan, no contemplan nada de eso. Todo lo contrario. Ahí es donde derrapa y se desautoriza, y su principal limitación. Cuestiones que en el siglo pasado no se consideraban relevantes, hoy se han convertido en crítica recurrente y feroz. Y mañana en indispensable “modus operandi”, si queremos que nuestra civilización, hoy ciega en su insensato galopar hacia ningún lado, alargue su supervivencia alguna temporada más.

La aportación de Matrix y el primer comentario de Raf Rodriguez Mentorero darán para unos cuantos artículos. Porque un mejor uso del capital y la tecnología, despojados de sus actuales vendas hipócritas, serán factores clave que permitan un mejor progreso y un mayor empleo.

… y de paso un simple análisis DAFO

Por otro lado, Matrix comentaba muy sagazmente que el artículo anterior constituía “una lista de amenazas y oportunidades”. Efectivamente, era un medio análisis DAFO: debilidades, amenazas, fortalezas, oportunidades. En él se describían las amenazas y oportunidades a los que se enfrenta este negociado colosal, multinacional y común, llamado Tierra. Lugar copado a día de hoy por el inconsciente homo consumere.

Hoy continuamos con la otra mitad del análisis, cuyo desenlace es conciso y breve, cual lacónica sentencia conceptista. Porque las debilidades de esta empresa absolutamente global son obvias: el codicioso y egoísta ser humano como instrumento aniquilador de la diversidad del planeta, como contaminante fuerza de depredación y del mal; junto con las limitaciones tecnológicas, la ineficiencia rampante, el marketing destructor y el corsé geográfico constreñido por la finitud terrestre. Se podría resumir en que constituye una especie tan necia que no es, o no quiere ser, consciente de las limitaciones que lo autodestruirán si no pone coto a tanto desmán.

Para terminar encontrándonos con que las esperanzadoras fortalezas son las mismas fuerzas destructoras, una vez encauzadas, con el objetivo último de intentar ser felices, no de acumular más: el mismo ser humano, futuro homo rationalis, creador e innovador permanente; los avances tecnológicos y un marketing realmente creativo enriquecedor como motores de esa ansiada racionalidad, que ojalá incorporemos pronto al devenir futuro, con el fin de universalizar la optimización de los cada vez más escasos recursos y el cuidado del planeta; y la infinitud del universo y sus inexploradas potencialidades como posible, aunque no garantizada, válvula de escape, de momento utópica fuente de futuro engrandecimiento humano.

Las debilidades actuales, por tanto, se pueden convertir en fabulosas fortalezas si se comienzan a utilizar correctamente, por fin, y a aprovechar juiciosamente y con mesura. Y a esa reconversión definitiva debemos dedicar toda nuestra inteligencia y esfuerzos.

En el cuaternario periodístico, cuando las gacetas eran fajos de papel que se distribuían trabajosa y entrópicamente tan solo una vez al día, según cuentan cronicones ya casi olvidados en el profundo y cuarteado baúl abandonado en el gélido desván de los tiempos inmemoriales, la interacción entre autor y lector era muy escasa. La aportación del “leyente” pasivo se reducía a un exiguo e incómodo (para el periódico) espacio denominado cartas al director, puesto a disposición por aquellas añejas publicaciones para cubrir el expediente y poco más.