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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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¿Pero escampará?

Interroguemos la varita mágica del crecimiento económico. Acerca del conjuro que hará salir al genio de la lámpara abollada, aunque sea económica. Que nos debería mostrar

Interroguemos la varita mágica del crecimiento económico. Acerca del conjuro que hará salir al genio de la lámpara abollada, aunque sea económica. Que nos debería mostrar la salida del atolladero en que nos encontramos.

Pensamos que aumentando el PIB seremos capaces de pagar nuestras deudas sin dolor ni sufrimiento. Dudo que seamos capaces. La alternativa es fabricar inflación para succionar la deuda a costa de los ahorradores. Algo que pone los pelos de punta la rubia melena teutona. Traumas de una niñez trágica y convulsa.

La varita mágica del crecimiento económico

¿Cómo se consigue crecer? Para los keynesianos está muy claro, en teoría: nos endeudamos todavía más, nos lo gastamos consumiendo; aumenta la demanda y por lo tanto la oferta, si todavía fabricamos algo en vez de importarlo de China. Creando salarios nuevos que se dedican a su vez a consumir para que la rueda pueda seguir girando cuesta arriba hasta quedarnos sin resuello o desfallezcamos por inanición al agotar los recursos y reventar el planeta.

Uno de los fallos del mecanismo virtuoso es que esta vez el empleo se crea fuera y no donde se dispara la munición. Convirtiendo montañas de papel en inocuas salvas de ordenanza que hacen crecer el país equivocado, para encima deberle cada día más dinero.

Para la irreconciliable oposición ideológica, que no científica, la solución es evidente: más libre mercado. Pero ese engendro teórico solo existe en la mente calenturienta de ciertos economistas y de muchos académicos autistas. Como todo en esta vida, nada es blanco ni negro. Y los mercados son todos más o menos grises. Con lo que la falta de unas reglas de juego y de unas regulaciones claras cuando sea preciso, en su justa medida y sin pasarse, nos puede conducir al caos. Como el provocado por este tsunami financiero por la misma causa.

Unos mercados grises y encarnados

Ciertos mercados jamás serán libres. Es estructuralmente imposible que lo sean. Como muchos servicios esenciales oligopólicos donde las economías de escala son indispensables para no disparar los costes y el factor geográfico una constricción. Con lo que los paripés montados para dar la ilusión de que lo son, inútiles son.

No dejamos que lo sean otros mercados potencialmente abiertos a causa de los intereses creados y legislaciones restrictivas. En España somos los maestros del caciquismo económico: en poner puertas al campo mediante licencias, ordenanzas, leyes políticamente correctas que supuestamente defienden al consumidor, al trabajador o al ciudadano para justificar arrobas de burócratas y tanto clientelismo y corrupción. Es el desagüe principal de nuestra competitividad junto con nuestra falta de espíritu emprendedor y una legislación laboral absurda.

Hay otros mercados, internacionales esta vez que, al no estar obligados a reflejar los costes reales de la actividad, ni la trazabilidad de los procesos, permiten la venta de productos manchados de sangre, como nuestros móviles; elaborados por personal esclavo o que se envenena lentamente, como tantas prendas, zapatillas de deporte o productos electrónicos de última generación de los que no tenemos ni idea al adquirirlos; a costa de valiosos ecosistemas, como muchas camisetas antisistema de algodón o muebles de madera; causando terrible contaminación, como ciertos aparatos de alta tecnología o de energías renovables, debido a las tierras raras y los materiales utilizados; o deforestación galopante por culpa de biocombustibles producidos a costa de esenciales bosques tropicales.

Impidiendo de esta manera competir a aquellos que pretenden realizar su labor con honestidad, con respeto al medioambiente y a los demás. Con lo que se destruye empleo, sobre todo en los países desarrollados. Y por ahí desaparecen demasiados salarios.

La lámpara fantástica del crecimiento

Para los gurús, dependiendo de su cuerda o religión, no hay más que frotar la lámpara maravillosa tres veces y esperar a que Aladino asome el hocico sin magulladuras para hacernos crecer, por arte de birlibirloque, mientras todos los países glosan a coro melodías parecidas.

Los más espabilados afirmarán, mientras frotan la lámpara por primera vez: seamos más competitivos. Obviamente. Pero los intereses creados, las pedradas mentales de muchos políticos y la infantilidad de los ciudadanos lo impiden. Los lobbies mandan y ordenan y no permiten sanear, y menos sanar, al enfermo.

Habría que ir aligerando nuestra sociedad de los costosos privilegios, otorgados mediante legislaciones restrictivas o redundantes, y disfrutados por los colectivos más influyentes, o los más pelmas y latosos, a costa de los demás: controladores, estibadores y tantos otros grupos prepotentes a causa de su capacidad de presión seudochantajista; los servicios una vez considerados públicos necesariamente oligopólicos, o el exceso y la inflexibilidad de los funcionarios; los sindicatos que, con la extrema protección de sus clientes, protegidos a costa de la inestabilidad y la precariedad de los que no les interesan, empezando por los trabajadores más jóvenes, desincentiva la contratación indefinida por parte de las empresas por temor a cargar con costosas hipotecas de dos patas. Ni tanto ni tan calvo.

Políticos y keynesianos suplican mientras frotan la lámpara por segunda vez: gastemos. Pero los mercados, es decir los inversores y ahorradores, en el fondo los dinerillos de usted y míos, no sueltan (soltamos) la pasta. Ya no se fían de tanto país manirroto. Los primeros no entienden que el mundo ha cambiado y que no se puede seguir tirando el dinero a la basura mediante estúpidos planes “E” o derroches similares. Hay que dejar de gastar en fastos e infraestructuras inútiles o en cambiar aceras de sitio, que no generan más que costosas amortizaciones y gastos de mantenimiento recurrentes. Que solo contaminan mientras apenas benefician a nadie.

El escaso dinero disponible hay que utilizarlo en invertir de manera selectiva en actividades productivas que antes o después produzcan sus réditos: en investigación e innovación, en educación y cultura. En identificar aquellas industrias y servicios donde podamos alcanzar verdaderas ventajas competitivas con respecto a otros países y que puedan generar abundante empleo. En hacer las cosas mejor que los demás.

En apoyar, aunque sea descaradamente, aquellos sectores considerados de futuro o en los que podamos destacar. En tener una estrategia-país clara. En dejar de hacer el indio.

Como hacen los países más dinámicos y de más rápido crecimiento sin rubor mientras entonan loas hipócritas al libre mercado, solo cuando les interesa o les beneficia: manipulando su moneda; cometiendo dumping social y ambiental; o privilegiando sus sectores exportadores y sus propias empresas con descaro, para barrer a la competencia, con la anuencia de las autoridades del ídem de Washington y de Bruselas y de la Organización Mundial del Comercio.

Como hizo Inglaterra en el siglo XVIII, Estados Unidos en el XIX y tantos países europeos a principios del XX. O Japón y Corea del Sur en su segunda mitad. Casi ningún país rico se ha convertido en lo que es a base de libre mercado. Lo han promovido únicamente cuando tenían una base de empresas robustas para expandirlas y poder sacar más tajada. Estrategia que ha funcionado hasta que los chinos y otros, hasta ahora fuera del festín, han hecho que el tiro les esté saliendo por la culata. No estaría mal revisar la historia.

Los asiáticos y algún que otro listillo centroeuropeo frotan la lámpara con hipocresía una tercera vez: exportemos. El resto queremos hacer lo mismo pero no sabemos como hacerlo, sol, playa, borracheras guiris y apestosos ladrillos aparte. Tampoco podemos exportar todos a la vez porque alguien tiene que consumir lo fabricado. Muchos países como España o EE.UU., la otrora locomotora mundial, ya no estamos para tales dispendios que desequilibran todavía más nuestra balanza exterior. Y como los chinos se pongan a consumir como nosotros, demos por caducado al planeta.

Una lámpara maldita

Total, que en vez de un genio fabuloso, salen de la lámpara maldita millones de parados y de paso mucha contaminación y despilfarro energético. Y es que las recetas clásicas ya no funcionan. Los fundamentos están cambiando y pocos se aperciben de ello. Los sabios que alientan tanto desmán siguen obsoletos con sus orejeras habituales bien caladas sin querer ver más allá de sus narices: el sistema económico y financiero mundial es cualquier cosa menos estable y racional.

Lo que implicará, si no escampa, la necesidad de pensar para poder sugerir nuevos planteamientos. De modificar los dogmas para poder actuar de manera diferente.

Podrá escampar de manera transitoria en algunos países o regiones. Si ocurre, no serán más que espejismos temporales. La mano de obra china, por ejemplo, ya es solo un 14% más barata que la mexicana. En un tiempo no muy lejano podría no ser un factor diferencial. Con lo que las fábricas que están de ida en China acabarán de vuelta en otros lugares. Y en ellos aumentará el trabajo a costa de los chinos, salvo maniobras chuscas con el cambio de moneda u otros artificios que antes o después se volverán en su contra.

Pueblo que se puede descuajeringar como deje de crecer de la manera desaforada en que lo hace, las expectativas de riqueza de sus ciudadanos desaparezcan y sus desequilibrios salgan por fin a la superficie. Y el capitalismo comunista a la manera china, un salvaje Far West crecientemente inestable, sin democracia ni derechos ni normas, tan amordazado como el franquista hace medio siglo, se desintegre. Y, cuando China despierte, el mundo temblará. Pero de una manera muy diferente a como lo está haciendo ahora. La alternativa es su evolución política ordenada y un crecimiento pausado. Pero no parece que quiera decantarse por esa vía.

Si mencionamos otras economías emergentes y de moda como Brasil, su desarrollo se debe a la expoliación acelerada de sus recursos naturales finitos y a la deforestación del Amazonas. Un pan para hoy y hambre para mañana que pasará doble factura a su debido tiempo, a los brasileños, y al resto de terrícolas. Lula da Silva, el héroe del capitalismo emergente, cayó postrado y ciego ante el entrópico becerro de oro. Renegando de sus propios principios, aunque alguno no fuese muy saludable.

En fin. Que los problemas de fondo seguirán latentes si seguimos mirando para otro lado y no nos decidimos a afrontarlos con decisión, cambiando los registros mentales y desterrando la codicia. Las amenazas tantas veces narradas en este blog, que hoy se ven lejanas, se irán aproximando cada vez más hasta estrellarnos contra el muro.

Pero sigue imperando el corto plazo y la hipocresía. Ni siquiera se plantean soluciones ni recetas más allá de volver a reinventar la misma rueda una y mil veces. Sin resultados tangibles y a costa del empleo.

Entonces, ¿cómo conseguir que escampe?

Interroguemos la varita mágica del crecimiento económico. Acerca del conjuro que hará salir al genio de la lámpara abollada, aunque sea económica. Que nos debería mostrar la salida del atolladero en que nos encontramos.