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La muerte de la teoría de la fregona o cómo debieran actuar los bancos centrales ante burbujas inmobiliarias.
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Ignacio de la Torre

El Observatorio del IE

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La muerte de la teoría de la fregona o cómo debieran actuar los bancos centrales ante burbujas inmobiliarias.

¿Es mejor tratar la resaca con aspirinas o evitarla renunciando a las últimas copas de la fiesta del día anterior? Esta disyuntiva es la que

¿Es mejor tratar la resaca con aspirinas o evitarla renunciando a las últimas copas de la fiesta del día anterior? Esta disyuntiva es la que hoy se plantean los principales bancos mundiales a la hora de determinar qué factores deben influir en la política monetaria. ¿Deben los bancos centrales tener presentes los precios de los activos – bolsas, bonos, inmuebles…- a la hora de fijar tipos de interés? Tradicionalmente no habían tenido en cuenta más que los precios de la cesta de consumo, ignorando los precios de los activos. El razonamiento estribaba en que los bancos centrales no eran el agente económico responsable de evaluar si un precio de un activo era inusualmente alto o bajo, correspondiendo esta función al mercado.

Si éste se equivocaba a la hora de valorar un activo en cuestión (por ejemplo las acciones de TMT en 1999-2000), y como consecuencia se producía una crisis financiera (corrección bursátil de 2000-2001), la misión del banco central consistía en “aplicar la fregona” para eliminar las manchas dejadas por el estallido de la burbuja. Esta acción se conseguía mediante agresivas bajadas de tipos (como las que Greenspan efectuó entre 2001 y 2002 o como las que ha llevado a cabo Bernanke tras la crisis crediticia) que atemperaban el efecto de la crisis financiera en la economía.

Alan Greenspan fue el más conocido defensor de esta teoría, apoyado por Ben Bernanke. Este último mantenía en 2002 que “aparte de la dificultad que supone identificar burbujas en los precios de los activos, la política monetaria no puede ser dirigida de una forma precisa hacia los precios de los activos sin provocar severos daños colaterales”.

Bernanke defendía, de hecho, que: a) era muy difícil para los bancos centrales identificar burbujas hasta que éstas estallasen, y b) incluso si pudiesen identificarlas, los bancos centrales deberían emplear la regulación, y no los tipos, para limitar las consecuencias adversas del estallido de la burbuja. A pesar de esta admonición, Greenspan defendió una política de laissez-faire que limitó la supervisión del sistema financiero.

El estallido de la crisis de crédito espoleado por la subida de morosidad en las hipotecas subprime y su impacto en el sistema crediticio están provocando que el establishment académico y monetario se replantee la teoría de la fregona. La crisis de la vivienda (caídas en torno al 15% según el prestigioso índice Case Schiller), y su especial relevancia para la riqueza de las familias y como garantía del sistema bancario, pueden provocar una crisis duradera en el consumo norteamericano y poner en riesgo la solvencia del mayor sistema financiero del mundo.

Si la FED hubiera tenido en cuenta los excesos del mercado de la vivienda habría debido subir tipos más rápidamente desde 2003 y así moderar el alza de los inmuebles, limitando el daño futuro sobre el consumo y la solvencia de los bancos. Los defensores de este pensamiento mantienen que hay que reflejar en la política monetaria no sólo perspectivas de inflación de consumo y crecimiento económico, sino además la inflación de activos, previniendo la formación de burbujas.

Dicha teoría ha sido bautizada por Manuel Conthe en España como “la teoría del barman del guateque” (en círculos académicos anglosajones se conoce como leaning against the wind): un buen barman debe retirar el alcohol de la fiesta cuando ésta se encuentra en su clímax, para así minimizar los efectos de la resaca. En consecuencia, la FED debería haber sido mucho más agresiva subiendo tipos durante 2003-2005, pero también en 1999.

Así, las críticas al mandato de Greenspan son dobles: por un lado no subió tipos a la velocidad a la que habría debido, contribuyendo a la formación de una burbuja en activos como la vivienda, las materias primas o ciertos bonos, y, por otro, no mostró toda la diligencia debida en la supervisión del sistema financiero, falta que contribuyó a la proliferación de hipotecas fallidas que han puesto en jaque la estabilidad del sistema financiero.

¿Qué consideraciones cabe extraer de cara a futuro? Primero, aunque existen dificultades para evaluar objetivamente si existe una burbuja, resultaba evidente que la espiral de precios inmobiliarios en EEUU, medidos en función de la renta disponible, era insostenible.

Segundo, la formación de una burbuja en un activo clave para las garantías bancarias, como los inmuebles, no debe inducir a los bancos centrales a una política de laissez-faire, sino tratar dicha burbuja preventivamente a través de una esforzada regulación, y si es preciso, a través de la política monetaria, ya que lo que está en juego es la solidez del sistema financiero.

Tercero, los bancos comerciales desempeñan un carácter pro cíclico en una economía, incrementando el crédito en el auge del ciclo económico y restringiéndolo en el declive, acentuando los vaivenes de la economía; este factor debería fomentar la intervención regulatoria del banco central mediante el establecimiento de provisiones genéricas como las que dispone el Banco de España de cara a moderar el impacto de una crisis financiera en el ciclo económico.

Cuarto, la prevención del estallido de una burbuja mediante subidas preventivas de tipos de interés puede sacrificar crecimiento económico presente, pero también fomentará el crecimiento futuro.

Quinto, la teoría de la fregona puede resultar en asimetrías a la hora de aplicar tipos de interés a una economía, ya que las subidas de tipos son más graduales que las bajadas, y estas bajadas pueden resultar en nuevas burbujas de activos y en inflación, consecuencias ambas de la mayor masa monetaria.

Aunque faltan datos para poder realizar estudios empíricos que sugieran el paso correcto a seguir (prevenir burbujas sólo con regulación o bien con regulación y tipos de interés), el sentido común y la gravedad de la crisis actual sugieren que es más responsable depender de un buen barman que de una fregona empapada en aspirinas.

¿Es mejor tratar la resaca con aspirinas o evitarla renunciando a las últimas copas de la fiesta del día anterior? Esta disyuntiva es la que hoy se plantean los principales bancos mundiales a la hora de determinar qué factores deben influir en la política monetaria. ¿Deben los bancos centrales tener presentes los precios de los activos – bolsas, bonos, inmuebles…- a la hora de fijar tipos de interés? Tradicionalmente no habían tenido en cuenta más que los precios de la cesta de consumo, ignorando los precios de los activos. El razonamiento estribaba en que los bancos centrales no eran el agente económico responsable de evaluar si un precio de un activo era inusualmente alto o bajo, correspondiendo esta función al mercado.