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Ignacio de la Torre

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Tendencias de Inversión

Durante los años 20, en Boston, un inmigrante italiano, Roberto Ponzi, convenció a cientos de personas de que la inversión en sellos españoles e italianos, con

Durante los años 20, en Boston, un inmigrante italiano, Roberto Ponzi, convenció a cientos de personas de que la inversión en sellos españoles e italianos, con retornos garantizados, era mejor opción que comprar productos tradicionales, como bonos y acciones, cuyos altos precios habían reducido su rentabilidad. Como es natural, las rentabilidades prometidas se hacían frente mediante los ingresos de los últimos en comprar los sellos, y de ahí que en inglés, “timo piramidal” se diga “Ponzi scheme”, dando inmortal fama a nuestro Roberto.

¿Les suena familiar? Un entorno de expansión económica con inflación controlada, como ocurrió en los años 20 o más recientemente desde 2004 acaba provocando un fuerte incremento de la masa monetaria. Ésta se traduce en subidas de los precios reales de los activos (inmuebles, bolsas, bonos), deprimiendo su rentabilidad implícita. Los inversores buscan productos alternativos que les puedan conferir mayor rentabilidad, provocando sucesivas “burbujas” en estos activos a medida que van atrayendo inversiones (en algún momento durante 2006 el índice JP Morgan de bonos emergentes tan sólo ofrecía una rentabilidad superior al bono norteamericano en un 1,3%). Paradójicamente, como ya señaló el economista Hyman Minsky en los años 70, con su enunciación de la “hipótesis de la inestabilidad financiera”: la confianza en el buen hacer del banco central puede conllevar una expansión desmesurada del crédito, que a su vez provoca mayores caídas de la morosidad (ya que la refinanciación de la deuda resulta fácil en ese entorno), generando un círculo vicioso. Este círculo salta por los aires cuando un evento con resonancia (como el impago de las hipotecas subprime) provoca que el mercado se replantee el apetito de riesgo, y ese replanteamiento deviene en una contracción del crédito que se traslada rápidamente a la economía real, amenazando con una posible recesión (punto donde nos encontramos hoy).

Ante este panorama ¿qué tendencias de inversión se pueden vislumbrar? Primero, mientras los bancos sigan con problemas de liquidez ofrecerán tipos muy atractivos de los depósitos a plazo. Como es previsible que los problemas en el sector financiero no acaben pronto, los depósitos seguirán siendo un destino favorito de inversión, con la consiguiente salida de patrimonio de los fondos de inversión. Segundo, aunque una desaceleración de Occidente sea mala noticia para los países emergentes, en general la salud fiscal y de balanza de cuenta corriente de estos es envidiable. Estos factores se traducirán en que los países emergentes seguirán creciendo a ritmos, que, si bien menores, serán más que saludables. Por lo tanto el flujo de inversión hacia países emergentes (inversiones directas o de cartera) se mantendrá. Tercero, y derivado de lo anterior, la salud económica de los emergentes se seguirá traduciendo en el acceso anual a la clase media de unos 70-80 millones de personas. Esta clase media demandará petróleo y otras materias primas a un intenso ritmo y con poca sensibilidad a precio. Así, aun con vaivenes, los precios de las materias primas seguirán elevados por mucho tiempo, lo que continuará acaparando flujos de inversión.

Cuarto, también consecuencia del punto segundo y tercero, la acumulación de reservas en los países emergentes continuará manifestándose en adquisiciones de paquetes de influencia en compañías insignia occidentales por parte de los fondos soberanos, lo que incrementará la tensión política intergubernamental. Mientras, las enormes reservas acumuladas por los bancos centrales emergentes (unos siete billones de dólares) seguirán arbitrando los tipos de cambio mundiales. Quinto, la inflación tardará en remitir, lo que seguirá generando fuertes tensiones sociales tanto en Occidente como en los países emergentes. La creciente polarización de rentas entre pobres y ricos, tanto en países desarrollados como emergentes, unido a las tensiones inflacionistas (el peso de la gasolina y los alimentos en la cesta de consumo de un pobre es mucho mayor que en la de un rico, luego la inflación de un pobre es sensiblemente mayor que la de un rico), provocarán reacciones políticas de consecuencias inciertas. Por su lado, los países con divisas fijadas con el dólar (como China o Arabia Saudita) se verán forzados a revaluar sus divisas aunque esta medida sacrifique parte de sus exportaciones, con el objeto de limitar la insoportable tendencia inflacionista en sus países. Sexto, a medida que importantes economías europeas entren en un estado de recesión o casi de recesión, y el ECB se vea obligado a recortar tipos, es de prever un fortalecimiento del dólar frente al euro.

Resulta escalofriante leer un relato de la crisis del 29 por los paralelismos que surgen con al mundo actual. Por fortuna contamos con banqueros centrales que conocen bien los garrafales errores cometidos durante dicha crisis. Queda por comprobar si el poder político estará a la altura de las circunstancias para no agravar la actual. Apuesten.

Ignacio de la Torre, director académico de los masters de finanzas del IE Business School

Durante los años 20, en Boston, un inmigrante italiano, Roberto Ponzi, convenció a cientos de personas de que la inversión en sellos españoles e italianos, con retornos garantizados, era mejor opción que comprar productos tradicionales, como bonos y acciones, cuyos altos precios habían reducido su rentabilidad. Como es natural, las rentabilidades prometidas se hacían frente mediante los ingresos de los últimos en comprar los sellos, y de ahí que en inglés, “timo piramidal” se diga “Ponzi scheme”, dando inmortal fama a nuestro Roberto.

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