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Los riesgos para la devaluación interna
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Juan Carlos Martínez Lázaro

El Observatorio del IE

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Los riesgos para la devaluación interna

De la maraña de cifras e indicadores sobre la economía española que vamos conociendo casi a diario, los únicos que se pueden calificar como esperanzadores son

De la maraña de cifras e indicadores sobre la economía española que vamos conociendo casi a diario, los únicos que se pueden calificar como esperanzadores son los referidos a la evolución del sector exterior. Los datos de evolución de la balanza comercial de los tres primeros trimestres publicados la semana pasada vuelven a ser una excelente noticia. En lo que va de año, el déficit comercial se ha reducido un 25%, el superávit no energético supera los 8.800 millones y el saldo comercial positivo con nuestros socios europeos alcanza los 8.000 millones de euros. Para hacernos una idea de lo que esto supone, basta indicar que en 2007, el déficit de España con la Unión Europea superó los 40.000 millones de euros. Este éxito es debido a una importante disminución de las  importaciones que hacemos, pero también a un incremento de nuestras exportaciones.

Además, la balanza por cuenta corriente –la suma de los saldos de las balanzas comercial, de servicios, de rentas y de transferencias corrientes- ha tenido en los meses de julio y agosto un superávit aproximado de 500 y 1.200 millones de euros, respectivamente. Es verdad que se debe, fundamentalmente, a los importantes ingresos obtenidos en la balanza de servicios por la entrada de turistas en los meses típicamente vacacionales, pero también es cierto que, no hace mucho, éramos capaces de tener, en un solo mes, déficits en cuenta corriente de más de 12.000 millones de euros.

Como no tenemos moneda, afortunadamente, no podemos devaluarla. Lo que nos lleva a mejorar nuestra posición exterior sin tocar el tipo de cambio, sin trampas, sin ganancias de competitividad artificiales y cortoplacistas, que no atacan las raíces de nuestra falta de competitividad, sino que la prolongan en el tiempo

Esta mejoría en el sector exterior es, en primer lugar, la consecuencia de la difícil situación en la que nos encontramos, que fuerza a muchas empresas a buscar fuera los mercados y clientes que aquí han desaparecido. Pero esta apuesta no tendría éxito en el grado en el que lo está teniendo sin una mejora muy importante de la posición competitiva de esas mismas empresas, gracias al proceso de devaluación interna en el que estamos inmersos por la imposibilidad de hacer la devaluación clásica, la del tipo de cambio, la que tantas veces y tan bien hemos hecho en los últimos... ¿500 años?

Ahora la cosa es distinta. Como no tenemos moneda, afortunadamente, no podemos devaluarla. Lo que nos lleva a mejorar nuestra posición exterior sin tocar el tipo de cambio, sin trampas, sin ganancias de competitividad artificiales y cortoplacistas, que no atacan las raíces de nuestra falta de competitividad, sino que la prolongan en el tiempo. Tenemos que conseguir que nuestros bienes y servicios sean más baratos en el exterior y en el interior, y que nuestras empresas sean más productivas. Pero para ajustar precios, tenemos que ajustar costes. Los laborales, sin duda, y la reforma laboral está contribuyendo a ello, sin olvidarnos de una mejora en los procesos que los haga más eficientes y de una moderación en los márgenes.

Pero la cosa no acaba aquí. Hay otros vectores que influyen en mayor o menor grado en la estructura de costes de un bien o servicio y que no están contribuyendo a la devaluación interna en la medida en la que lo están haciendo salarios, procesos y márgenes. Me refiero a los impuestos, y no sólo a esas cotizaciones sociales que el Gobierno prometió rebajar en un punto en 2013 y 2014 y que va a ser que no, sino también a todas las tasas e impuestos que el conjunto de las Administraciones están subiendo para intentar cuadrar sus cuentas. Me refiero igualmente, a los costes energéticos, y no sólo por el efecto de la subida del precio de la energía en origen, sobre lo que poco se puede hacer, sino al incremento en el precio de la electricidad porque hay que cubrir el famoso déficit de tarifa. Y me refiero, por último, a los costes financieros, que se han encarecido por la situación en que se encuentra nuestra economía y nuestro sistema financiero.

De nada servirá que disminuyan los costes salariales en términos reales e incluso nominales, que los márgenes empresariales se moderen y que los procesos mejoren en eficiencia, si los impuestos, la energía y los costes financieros se incrementan y se comen los ahorros, los esfuerzos y los sacrificios conseguidos en esos capítulos. 

De la maraña de cifras e indicadores sobre la economía española que vamos conociendo casi a diario, los únicos que se pueden calificar como esperanzadores son los referidos a la evolución del sector exterior. Los datos de evolución de la balanza comercial de los tres primeros trimestres publicados la semana pasada vuelven a ser una excelente noticia. En lo que va de año, el déficit comercial se ha reducido un 25%, el superávit no energético supera los 8.800 millones y el saldo comercial positivo con nuestros socios europeos alcanza los 8.000 millones de euros. Para hacernos una idea de lo que esto supone, basta indicar que en 2007, el déficit de España con la Unión Europea superó los 40.000 millones de euros. Este éxito es debido a una importante disminución de las  importaciones que hacemos, pero también a un incremento de nuestras exportaciones.