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Los peligrosos ETF
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José Ignacio Bescós

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José Ignacio Bescós

Los peligrosos ETF

Pocos inventos como los ETF, los medio mal llamados “fondos cotizados”.  Nacidos y crecidos en los noventa, el paso a la edad adulta de estos bonitos

Pocos inventos como los ETF, los medio mal llamados “fondos cotizados”.  Nacidos y crecidos en los noventa, el paso a la edad adulta de estos bonitos instrumentos se produjo tras el estallido de la burbuja puntocom, con el cambio de milenio.  Y es que cuando el descrédito en forma de pérdidas escandalosas cae sobre el gestor de los fondos de uno, empeñado en jugar a tirador de precisión sobre un blanco al que apuntan millones de rifles, la alternativa de un fondo pasivo y diversificado empieza a tener buena pinta.  Al fin y al cabo, se decía, esto de los mercados no es cuestión de habilidades superiores (lo más granado de las universidades punteras de Estados Unidos y de medio mundo estaba jugando al mismo juego), sino de información superior.  Y (¡ay de esos tiempos no tan lejanos en que se creía en la perfección del dios Mercado!) sólo tienen verdadera información privilegiada los tramposos, enchironables (en teoría). 

Para las rentabilidades por encima de la media de algunos gestores, búsquese el plus de riesgo escondido entre los papeles del último cajón de su mesa, se recomendaba.  O sea que olvidémonos de alfas imaginarias y aspiremos como mucho a ser la sombra del mercado en general, invirtiendo en un activo diversificado, transparente y barato, en lo que a comisiones de gestión se refiere.  Así se vendió, y así vimos como los ETF crecieron como champiñones.

¿Demasiado, tal vez?  Es notable el peso de ciertos ETF en ciertos mercados, como por ejemplo el de GLD, sexto en la liga mundial de los grandes propietarios de oro, por encima de muchos bancos centrales.  Igual de notable es la proliferación de ETF “especiales”, cuyos errores de seguimiento del índice al que se supone se pegan (de forma directa, inversa o/y apalancada) dan para innumerables quejas del partícipe, estafado por la letra pequeña.  Aún así, no parece que entre analistas y comentaristas haya abuelas dadas a soltar dichos tradicionales del estilo de “lo poco agrada y lo mucho cansa”.

Hasta ahora.

En estas mismas páginas (o lineales de código, o sacos de bits) comentaba el sabio McCoy el otro día como las correlaciones entre activos intra o intermercados se han reducido en proporción directa al crecimiento de los ETF, lo cual supone una merma con carácter general en la relación rentabilidad-riesgo que este invento se suponía debería mejorar.  Un servidor,  por otro lado, incluía a los ETF entre los causantes del flash-crash del 6 de mayo, susto mayúsculo que alertó de cómo los nuevos desarrollos financieros pueden poner en peligro el sistema de transacción financiera tal como lo conocemos.  Hoy sumamos al coro a Bogan, Connor y Bogan, un trío al que le ha dado por preguntarse si un ETF puede colapsarse.

El argumento de Connor y los Bogan se basa en la posibilidad de ponerse corto de un ETF, es decir, de vender las participaciones que no se tienen, lo que provoca la creación por parte de la contrapartida (un broker siempre bien dispuesto) de “participaciones artificiales” que son luego compradas por el inversor que cree estar adquiriendo una parte legítima del activo sobre el que actúa el fondo.  El problema viene si, como ocurrió este verano con el SPDR, se produce una ola de reembolsos en un fondo determinado. 

En último caso, todo poseedor de participaciones en el fondo podría cambiarlas por su pedacito de subyacente y el fondo simplemente cerraría.  Pero, ¿qué ocurriría entonces con los tenedores de las posiciones largas creadas a partir de las cortas?, se preguntan los autores de tan provocador informe.  Atención, que hablamos de posiciones de 3.000 millones de dólares sólo en el SPDR.  ¿Quién sería responsable ante ellos?  ¿Los brokers?  ¿Los cortos?  ¿El regulador?  Y si un fondo amenaza ruina, ¿cuánto tardarían los poseedores de otros fondos similares en correr a liquidar sus posiciones? 

Como de costumbre, estas disquisiciones no son más que futuribles, y algo débiles, por cierto.  No contemplan, por ejemplo, la existencia de un mecanismo de márgenes similar al del mercado de futuros.  O el hecho de que muchos de los cortos puedan estar arbitrando el índice subyacente, con lo que las participaciones no están tan descubiertas como parece.  Ahora bien, dadas magnitudes, incertidumbre jurídica y riesgo de contagio sistémico (a pesar de lo que la teoría financiera diga, véase el flash crash), combinación que ya nos ha dado un disgusto subprime, no es cuestión de echarlas en saco roto.  No sea que pase lo que no debiera pasar.

Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.

Pocos inventos como los ETF, los medio mal llamados “fondos cotizados”.  Nacidos y crecidos en los noventa, el paso a la edad adulta de estos bonitos instrumentos se produjo tras el estallido de la burbuja puntocom, con el cambio de milenio.  Y es que cuando el descrédito en forma de pérdidas escandalosas cae sobre el gestor de los fondos de uno, empeñado en jugar a tirador de precisión sobre un blanco al que apuntan millones de rifles, la alternativa de un fondo pasivo y diversificado empieza a tener buena pinta.  Al fin y al cabo, se decía, esto de los mercados no es cuestión de habilidades superiores (lo más granado de las universidades punteras de Estados Unidos y de medio mundo estaba jugando al mismo juego), sino de información superior.  Y (¡ay de esos tiempos no tan lejanos en que se creía en la perfección del dios Mercado!) sólo tienen verdadera información privilegiada los tramposos, enchironables (en teoría).