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Peticiones del leyente: el juego de los tipos de cambio
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José Ignacio Bescós

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José Ignacio Bescós

Peticiones del leyente: el juego de los tipos de cambio

La semana pasada, Maieutic, frecuente abrillantador de este blog con sus comentarios, emplazaba al que suscribe a hablar de tipos de interés y balanzas comerciales.  Para

La semana pasada, Maieutic, frecuente abrillantador de este blog con sus comentarios, emplazaba al que suscribe a hablar de tipos de interés y balanzas comerciales.  Para dar pistas de por dónde debería ir el asunto, apuntaba a un artículo en el que Antal Fekete, una de esas voces diferentes que se agradece oír, denuncia la estafa inherente al sistema cambiario flotante.

Acusa Fekete a los EE.UU., como tantos otros, de utilizar el sistema en su beneficio.  Como el abusón que roba la tartera al compañero de pupitre con la amenaza al recurso de la fuerza, Fekete defiende que el sistema está montado con el objetivo principal de que los americanos se “apropien ilícitamente los dólares de los balances de los países con excedentes comerciales”. Lo hicieron con los acuerdos del Plaza en 1985, tras los cuales consiguieron que tanto yen como marco se apreciaran (50% y 30%, respectivamente, en dos años).  Eso redundó en una mejora instantánea del diferencial de competitividad con Alemania y Japón y en una depreciación igual de instantánea, en términos reales, de la deuda contraída con esos países. E intentan hacerlo de nuevo con China, a la que por tierra, mar y quantitative easing tratan de forzar a que deje flotar el yuan. Arruinaron a Japón, sumiéndolo en una recesión duradera que deja 22 millones de pobres y, si se descuida, China correrá la misma suerte.

Vamos por partes. ¿Forzaron los americanos un realineamiento de tipos en el 85? Sin duda. ¿Están en ello otra vez? Claro que sí.  Ellos y el resto del mundo (por algo será). ¿Es esto un robo? Sólo si se está de acuerdo con Fekete en que “la prosperidad de Japón (y de Alemania) creció gracias al desequilibrio comercial de EEUU y una portentosa disciplina de trabajo junto con un poderoso ahorro interno”.  Sin dudar de la capacidad de trabajo y ahorro de unos y de consumo de otros, hay otro elemento que debemos considerar.  Para ello me he entretenido jugueteando con las muy estimadas tablas de la Universidad de Pensilvania, en las que se compila toda una serie histórica de indicadores ajustados según la paridad del precio adquisitivo.  La idea es que los PIB de dos países sólo serán comparables si se tiene en cuenta la diferencia de precios entre uno y otro país.  Lo mismo se aplica al tipo de cambio; una depreciación nominal de un 10%, si el diferencial de precios ha aumentado un 10%, supone un tipo de cambio real inalterado.

Soy consciente de que la paridad de precio adquisitivo es mecanismo imperfecto, pero a largo plazo más o menos funciona, sobre todo para el objetivo que buscamos, que es el de tener una idea del grado histórico de sobre o infravaloración de la divisa del atracado con respecto a la del atracador. Y este es el resultado:

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Resulta que durante todo el tiempo que le llevó a un Japón derrotado y devastado tras la Segunda Guerra Mundial elevarse económicamente (por encima de países victoriosos, entre otros muchos), el yen disfrutó de una infravaloración muy conveniente, del 200% en los 50 y que sólo treinta años después, con sectores enteros de la economía estadounidense amenazados por la pujanza nipona, se acercaría a la paridad real.  De hecho, en 1985, antes del acuerdo del Plaza, aún estaba el yen un 20% infravalorado (de Alemania sólo tenemos datos desde el 70, pero cabe narrar una muy similar historia). ¿Para qué le sirvió a Japón esta pequeña ventaja otorgada graciosamente por EE.UU.?

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Para que su PIB per capita creciera cuatro veces lo que creció el de los americanos hasta alcanzar niveles similares de riqueza.  Ah, y que no despiste el número de “pobres”, por favor.  22 millones sobre 121 suponen un 18% de habitantes por debajo de una línea de pobreza siempre arbitraria y que tiende a ponerse más bien alta en países más desarrollados.  Por poner un punto de comparación, en España reconocemos el 21%.

El gráfico chino es aún más espectacular.

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Tras una deprimente y milenaria planicie en el desarrollo, la China post-Mao aprovecha la mano tendida del malvado tándem Nixon-Kissinger y se embarca en una subida en vertical de su riqueza per capita, cortesía del libre comercio y del subsidio occidental implícito en una moneda que “cuesta” entre la mitad y tres veces menos de lo que en teoría debería costar.  Y China crece ocho veces lo que crecen los americanos.  Y 600 millones de chinos ya no sufren de pobreza extrema.

Lejos de mi ánimo hurtar méritos a los pueblos que saben aprovechar sus oportunidades.  Una ventaja cambiaria de la magnitud de la otorgada a Japón o a China no le ha servido de mucho a la India, por ejemplo, encadenada a corrupción e ineficiencia.

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Dicho esto, ¿cabe de verdad hablar de robo o más bien del pago de intereses de la inversión americana? Es una inversión ventajosa para ambas partes.  Unos mantienen su todotrenismo crónico y los otros salen del pozo y se convierten en potencias económicas sirviendo las necesidades del rico. Llega un momento en que toca soltar la mosca, y se hace en forma de productos más caros para vender y bonos del tesoro americano más baratos en la cartera de inversión. Es parte del trato, ¿qué pasa?

¿De verdad tienen los japoneses, los chinos o Antal Fekete razones para quejarse? ¿O es puro vicio? Dejo a Outlander, Suave, el propio Maieutic y el resto de brillantes comentaristas habituales que se manifiesten al respecto, si tienen a bien hacerlo.

Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera. 

La semana pasada, Maieutic, frecuente abrillantador de este blog con sus comentarios, emplazaba al que suscribe a hablar de tipos de interés y balanzas comerciales.  Para dar pistas de por dónde debería ir el asunto, apuntaba a un artículo en el que Antal Fekete, una de esas voces diferentes que se agradece oír, denuncia la estafa inherente al sistema cambiario flotante.