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Qué nos dice la industria de los semiconductores del futuro de la economía
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Jesús Fernández-Villaverde

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Qué nos dice la industria de los semiconductores del futuro de la economía

La noticia económica de 2022 no fue ni la guerra en Ucrania, con la subida del precio de la energía que acarreó, ni la fuerte inflación. La clave fue el recrudecimiento de la batalla por el control de la industria mundial de los semiconductores

Foto: Es casi imposible pensar en la economía en estos tiempos sin los microchips. (Reuters/Kevin Lamarque)
Es casi imposible pensar en la economía en estos tiempos sin los microchips. (Reuters/Kevin Lamarque)

El presente análisis está conformado por tres artículos publicados en los últimos meses por Jesús Fernández-Villaverde, catedrático en Economía de la Universidad de Pennsylvania y miembro del NBER y CEPR, en su blog 'La mano visible' de El Confidencial. Debido al interés creciente que despiertan los semiconductores, así como la incidencia que tendrán en nuestro futuro y en la esfera económica, resulta más pertinente que nunca unificar toda la serie, titulada 'La industria de los semiconductores y el futuro de la economía mundial', bajo una misma crónica. En ella, únicamente se han realizado los cambios de edición mínimos y necesarios para facilitar y adecuar su lectura. A continuación se ofrece íntegro el citado análisis.

***

Parte I: cinco ideas sobre los chips

La noticia económica más importante de 2022 no fue ni la guerra en Ucrania, con la subida del precio de la energía que acarreó, ni la fuerte inflación. La clave de 2022 fue el recrudecimiento de la batalla por el control de la industria mundial de los semiconductores. Esta disputa vivió su momento más crítico, aunque no fue el único evento significativo a lo largo del año, el 7 de octubre, cuando el Departamento de Comercio de Estados Unidos anunció nuevas regulaciones para restringir el acceso de China a los procesadores más avanzados, a los superordenadores y al equipo y software necesario para la fabricación de semiconductores de últimas generaciones. Estas regulaciones, un auténtico cambio radical de dirección de la política comercial de Estados Unidos, muestran la importancia estratégica de los semiconductores, pero, sobre todo, la ruptura, ya inequívoca, entre las dos grandes potencias económicas del planeta y cómo se configura el futuro de la economía mundial y su organización en complejas estructuras de valor añadido.

Empecemos centrando la cuestión. Por industria de los semiconductores nos referimos a toda la cadena de diseño, fabricación e instalación de circuitos integrados, a los que también llamamos chips o microchips. Estos circuitos son la base de infinidad de productos como los procesadores de los ordenadores y teléfonos móviles, los microcontroladores en los coches, el mando a distancia de la televisión o muchas de las unidades de memoria digital, entre otros. Es casi imposible pensar en economía en 2023 sin circuitos integrados. Esta entrada está escrita en un ordenador a rebosar de circuitos integrados, colgada en internet gracias a circuitos integrados y leída en un dispositivo (otro ordenador, una tableta, un móvil) atiborrado de, habrán adivinado, circuitos integrados. Incluso si usted está leyendo esta entrada en papel, la impresora que ha empleado funciona gracias a ellos. Pero no son solo los bienes de consumo los que viven de los microchips: buena parte de la investigación contemporánea, desde la biología a la física, depende crucialmente de la industria de los semiconductores. En mi quehacer académico me dedico a un área del conocimiento llamada economía computacional, que emplea circuitos integrados bastante avanzados para responder preguntas tales como cómo medir los efectos económicos del cambio climático.

Foto: Foto: EFE/Etienne Laurent.

Al contrario de lo que se pueda pensar, prescindir del petróleo, que suele ser señalado como el pilar clave de la economía moderna, sería mucho más sencillo que hacerlo de los circuitos integrados. Uno puede conducir un coche eléctrico recargado con placas solares o energía nuclear, volar en aviones que emplean biocombustibles y sustituir muchos de los productos de la industria petroquímica con alternativas biotecnológicas. El problema de los coches eléctricos (o de hidrógeno, si a uno le preocupan las limitaciones en los minerales de las baterías), de los biocombustibles o de los plásticos orgánicos es su coste, directo o indirecto (crear la infraestructura necesaria, por ejemplo, para el hidrógeno verde). Pero es factible reducir el consumo de petróleo de una sociedad moderna en un 95%, simplemente es muy caro y por eso es tan difícil avanzar hacia la necesaria descarbonización de nuestras economías. Sin embargo, deshacernos de los circuitos integrados no es posible sin renunciar a lo que consideramos la "vida moderna" (de hecho, incluso la producción actual de petróleo y sus productos depende de los chips y microchips de arriba abajo). Volver a las válvulas de vacío es volver a los años 50 del siglo pasado.

Pero ya no es solo que nuestras economías dependan de los circuitos integrados: el poder militar de los estados es función directa de los mismos. Desde la guerra de Vietnam, Estados Unidos apostó de manera decisiva por el uso de circuitos integrados como multiplicadores de sus fuerzas militares. El éxito, mil veces repetido, de los HIMAR en Ucrania es consecuencia inequívoca de la electrónica: desde el diseño de los misiles, al control de estos en vuelo o la recopilación de inteligencia para seleccionar objetivos. En comparación, el pobre desempeño militar ruso tiene mucho que ver con su atraso tecnológico. Si no fuera por sus armas nucleares, Rusia sería hoy una potencia de tercer orden y habría perdido la guerra en Ucrania hace meses, probablemente, tras la intervención de las fueras áreas de la OTAN.

La industria de los semiconductores fue uno de los primeros, y más radicales, ejemplos de globalización desde que la pionera Fairchild Semiconductor abriese su planta en Hong Kong en 1963. Parte del proceso, como el diseño de un procesador, es increíblemente intensivo en capital humano, mientras que otros en décadas anteriores, como la fabricación de transistores, era particularmente intensivo en uso de trabajo manual. Mire su teléfono móvil. Lo más probable es que su tecnología básica se haya desarrollado en Estados Unidos, la arquitectura de los procesadores que lo hacen funcionar se haya diseñado en el Reino Unido, las máquinas fotolitográficas que posibilitan fabricar estos procesadores se hayan construido en los Países Bajos, el procesador se haya producido en Corea del Sur y el montaje final del teléfono móvil se haya realizado en China.

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Durante muchas décadas esta división internacional del trabajo benefició a todos. Sin los bajos costes laborales del este de Asia, las primeras generaciones de circuitos integrados jamás habrían sido lo suficientemente baratos para su adopción masiva y así generar las enormes economías de escala que transformaron la industria. A la vez, la industria de semiconductores fue uno de los pilares que permitió a estas economías del este de Asia comenzar su proceso de crecimiento. Sin la especialización de diferentes naciones, jamás habríamos sido capaces de coordinar los innumerables talentos necesarios para construir un procesador avanzado, quizás la creación más sofisticada del ser humano, con la participación de más de 70 países y más de 1.000 procesos de fabricación diferentes.

La historia del extraordinario éxito de la división internacional del trabajo comenzó a mediados de los años 60 del siglo pasado, pero culminó, más o menos, en la primavera de 2016. Dos fuerzas, no independientes la una de la otra, confluyeron en aquella primavera de hace siete años.

La primera fuerza fue las consecuencias sobre la organización industrial de la complejidad exponencial de los semiconductores. Gordon Moore, uno de los cofundadores de Intel, predijo en 1965 que el número de transistores en un circuito integrado se iba a doblar cada año. Aunque luego redujo esta predicción a que los componentes se iban a doblar cada dos años, este crecimiento exponencial es espectacular. Una manera de pensar sobre la Ley de Moore es que los circuitos integrados han avanzado tanto entre febrero de 2021 y hoy, febrero de 2023, como desde su invención en 1958 hasta febrero de 2021. O de una manera más transparente: el teléfono móvil en el bolsillo de cualquiera de nosotros tiene muchísima más capacidad que el superordenador de primera línea mundial en el que corrí parte de los resultados de mi tesis doctoral en el otoño de 2000.

Fabricar semiconductores de 3 nanómetros o menos solo está al alcance de tres compañías a nivel mundial

La Ley de Moore supone que, en estos momentos, los circuitos integrados de última generación tengan unos 80 millardos de transistores, con una complejidad endiablada e increíblemente costosos de desarrollar y fabricar. La combinación de complejidad y coste ha llevado a una reducción dramática de las empresas en el sector: no hay ni mercado ni capital para más.

Fabricar semiconductores de 3 nanómetros o menos, la frontera industrial en febrero de 2023, solo está al alcance de tres compañías a nivel mundial: TSMC de Taiwán (la mayor "fundición" mundial y que fabrica, por ejemplo, los procesadores de Apple y de AMD), Samsung de Corea del Sur e Intel de Estados Unidos.

Pero incluso esta reducida lista tiene "trampa". Bien, lo que se dice producir bien, solo TSMC sabe producir semiconductores de 7 nanómetros o menores a escala masiva. Samsung puede producirlos, pero a una escala menor que TSMC. Por ejemplo, los rumores en la industria es que NVIDIA tuvo problemas con sus unidades de procesamiento gráfico (volveremos a ellas en unos párrafos) porque Samsung no podía producir suficientes circuitos, incluso en el menos complejo proceso de 8 nanómetros. La situación llegó a tal punto que el presidente de Corea del Sur sacó de la cárcel a Lee Jae-yong, el jefe de facto de Samsung, a finales de agosto de 2022, para que pusiera orden en la fabricación de semiconductores de su compañía (lo que parece haber tenido un impacto positivo sobre esta tarea).

El producto más avanzado solo se produce a escala suficiente en Taiwán

Intel está sufriendo retrasos innumerables con sus últimos procesadores. Existe una posibilidad no trivial de que, cuando llegue la nueva generación de transistores GAAFET (de puertas en todas las direcciones) —y que Samsung ya emplea en parte desde junio de 2022—, Intel se caiga de la lista. Aunque Intel ha anunciado un GAAFET de 2 nanómetros (o 20 Ángstroms, lo que me supone tener que cambiar de unidad de nuevo y lamentarme una vez más no haber prestado más atención en la clase de física del bachillerato cuando me explicaron las unidades de medida) para 2024, ¿será capaz de producirlo en cantidad y a tiempo? Las noticias más recientes no son muy optimistas al respecto y el retraso en la llegada de Meteor Lake de decimocuarta generación, o incluso su posible cancelación, es muy preocupante para las perspectivas de la empresa americana.

En resumen y para saltarnos todos los tecnicismos: el producto más avanzado, y en cierto sentido más vital de la economía mundial, solo se produce sin problemas o retrasos y a escala suficiente en Taiwán. Y la segunda mejor alternativa, los productos de Samsung, se producen en Corea del Sur.

Esto, en principio, no supondría un problema mayor. Hay otro elemento básico en la fabricación de circuitos integrados avanzados: las máquinas fotolitográficas que "imprimen" el patrón del circuito en una oblea de silicio. Las máquinas más modernas, que emplean una tecnología llamada litografía ultravioleta extrema (aquí una explicación sencilla de cómo generar esta luz, solo las produce una compañía en el mundo, la neerlandesa ASML, en buena medida porque tienen la mejor tecnología de láseres desde que compraron la empresa californiana Cymer. ASML tiene unos beneficios fantásticos y la existencia de un competidor permitiría precios más bajos de los circuitos integrados. Pero los economistas expertos en este tema piensan que los costes de bienestar de este monopolio mundial son probablemente muy bajos por la existencia de competidores potenciales constantemente "persiguiendo" a la empresa neerlandesa. Que ASML domine este mercado no nos quita ni un segundo de sueño. Que TSMC domine el mercado de circuitos integrados más avanzados sí.

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La diferencia clave entre ASML y TSMC es, obviamente, dónde está cada una. ASML está localizada en los Países Bajos, una democracia centenaria en una de las zonas más estables del planeta y con tradición de siglos de ser socios comerciales fiables (los piratas holandeses desaparecieron hace mucho tiempo y solo existen hoy en las películas). Excepto Suiza, es difícil pensar en un país con menos riesgos geoestratégicos que los Países Bajos. Taiwán también en una democracia, en estos momentos muy vigorosa, pero está en el centro de la fisura geoestratégica más fundamental de nuestros días: el deseo del Partido Comunista de China de "reunificar" la isla con la China continental (el riesgo de terremotos y tsunamis devastadores en Taiwán tampoco es trivial, pero dejemos eso para otro día). Y, como decíamos antes, la segunda mejor alternativa, los productos de Samsung, se fabrican en la península coreana, que tampoco es un templo de tranquilidad, si tenemos en cuenta quiénes son sus vecinos del norte.

La segunda fuerza que pone freno a la división internacional del trabajo en la industria de los semiconductores fue el cambio de política de China con la llegada de Xi Jinping al poder en 2012. Xi, cuya visión del mundo es muy diferente de la de sus inmediatos predecesores, estaba preocupado por dos observaciones. La primera es que la división internacional del trabajo en la industria de los semiconductores no dejaba a China en una situación muy favorable. Según un estudio reciente, Estados Unidos produce el 39% del valor añadido mundial de esta industria, Corea del Sur el 16%, Japón el 14%, Taiwán el 12%, Europa el 11% (gracias principalmente a las dos empresas ya mencionadas: ARM en el Reino Unido y ASML en los Países Bajos) y China el 6%. Las ganancias potenciales para China, quizás el primer consumidor mundial de circuitos integrados (es difícil tener cifras exactas, dado que muchos de estos circuitos se emplean en productos que luego son re-exportados y re-importados numerosas veces), de avanzar en esta industria, son tremendas. Es más, China parece estar perdiendo terreno en este campo, con SMIC siendo incapaz de saltar de procesos de 10 nanómetros a 7. Dada la base de capital humano existente en China, con excelentes universidades politécnicas y miles de doctores por los mejores programas de tecnología de Estados Unidos, es lógico y normal aspirar a jugar en lo más alto de esta liga. Solo países como España piensan que es más importante discutir sobre qué ciudad albergará la Agencia Española de Supervisión de la Inteligencia Artificial que hacer algo de provecho al respecto.

La segunda observación, mucho menos benigna que la primera, es que, sin una industria puntera propia de semiconductores, China no tendrá la capacidad militar para disputar el liderazgo militar mundial a Estados Unidos y, poder, por ejemplo, "reconquistar" Taiwán. Volviendo a nuestro argumento anterior: la guerra de Ucrania deja claro que miles de carros de combate anticuados no sirven para nada.

Foto: Foto: Marina García Ortega.

De igual manera, sin los mejores procesadores propios es difícil explotar todas las ventajas prometidas por la inteligencia artificial, incluidas sus aplicaciones militares como la programación de drones más avanzados. Como dijo una vez el gran Alan Kay, las personas que realmente se toman en serio su software deberían fabricar su propio hardware. China tienen grandes investigadores en aprendizaje profundo, pero está muy detrás en las unidades de procesamiento gráfico, necesarias para entrenar los modelos de aprendizaje profundo, un mercado claramente dominado por NVIDIA1. Incluso en la posible alternativa a las unidades de procesamiento gráfico que son las matrices de puertas lógicas programables en campo, China está muy retrasada con respecto a la tecnología de Xilinx, que es la que yo empleo en mi trabajo académico2. Al contrario a lo que se afirma a menudo, al final del día China va muy por detrás de Estados Unidos en inteligencia artificial y su "estado de vigilancia" brutal requiere de un número ingente de trabajadores realizando labores manuales de supervisión.

Para cerrar esta brecha tecnológica militar, China comenzó una política de "fusión civil-militar" a finales de los años 90 del siglo pasado. Pero fue Xi quien convirtió esta política en una prioridad absoluta de su gobierno, tanto en términos de financiación como de recursos (legales e ilegales) dedicados a ella. De repente, nos encontramos en una situación muy diferente a previas disputas en la industria de los semiconductores. Japón, por ejemplo, durante los años 80 del siglo pasado, empleó técnicas muy agresivas para ganar cuota de mercado en esta industria. Unas técnicas eran legales y éticas (invertir grandes cantidades en investigación y desarrollo), otras legales pero poco éticas ("robar" ingenieros a compañías de Estados Unidos para emplearlos en puestos que no violaban la letra de los acuerdos de no confidencialidad con sus antiguos empleadores, pero sí el espíritu) y finalmente otras ni legales ni éticas (adquisición ilegítima de propiedad intelectual mediante sobornos). Pero, a pesar de algunos ruidos nacionalistas en Japón, Estados Unidos no consideró que tales comportamientos cruzasen ninguna línea roja. Japón era (y es) un firme aliado de Estados Unidos; las empresas americanas también se saltaban a menudo las reglas y los beneficios de la relación comercial para las dos partes eran tan altos que no merecía la pena romper nada por tan poca cosa. En el mejor de los casos, podíamos tener reajustes en el margen, como las disputas sobre el posible dumping de Japón. Más lejos de tener que sufrir alguna mala película, todo esto no tenía mayores consecuencias.

Foto: BMW es uno de los fabricantes que avisan sobre la prolongación de la crisis. (BMW)

Ahora nos encontramos con una dictadura, la china, dispuesta a alcanzar el liderazgo geoestratégico mundial y a emplear para ello cualquier medio a su alcance. Durante la primavera de 2016, Estados Unidos llega a la conclusión de que, de repente, la industria de los semiconductores era su prioridad estratégica. La energía ya es mucho menos relevante desde la perspectiva de Washington: recordemos que Estados Unidos es ya un exportador neto de energía y que podría vivir, si quisiera, sin importar una gota de petróleo del resto del mundo (algo no interiorizado por muchos comentaristas que siguen pensando con marcos obsoletos). La batalla ahora son los semiconductores.

Parte II: el futuro, EEUU y China

Durante muchas décadas, la política de Estados Unidos con respecto a la transferencia de tecnología de semiconductores fue relativamente laxa. La idea era que Estados Unidos siempre podía "correr más" y estar por delante de sus competidores en dos generaciones de semiconductores (esta estrategia se llamó escala móvil). Era cierto que los semiconductores más baratos se fabricaban en el este de Asia, pero esto beneficiaba a las empresas norteamericanas, que podían controlar sus costes de producción y mantener los peldaños más rentables de las cadenas de valor añadido (programación, marketing, etc.) en Estados Unidos. Además, esta división del trabajo ayudó al fomento de unos aliados estratégicos (Japón, Corea del Sur, Taiwán) que rodeaban a China.

Esta política de Estados Unidos tenía una excepción: la Unión Soviética. Desde la perspectiva norteamericana, limitar el acceso de la Unión Soviética a la tecnología más avanzada permitía que las fuerzas militares soviéticas no pudiesen competir adecuadamente. En realidad, esta limitación de exportación a la Unión Soviética importaba menos en la práctica que en la retórica de la guerra fría. Los observadores más desapasionados entendían que el socialismo era un sistema económico tan viciado de raíz que jamás iba a ser capaz de tener una industria de semiconductores potente. Buena parte de la ruina económica de Alemania del Este vino, precisamente, de intentar fabricar semiconductores de manera masiva con un sistema tan absurdo como el de planificación central.

Estas consideraciones pragmáticas (ventajas de la división internacional del trabajo, ayuda a las economías del este de Asia, ineficiencia del socialismo) se complementaban con unas ideas económicas que, en los años 80 y 90 del siglo pasado, resaltaban las ventajas del comercio internacional y desconfiaban de la política industrial de los gobiernos. Como aparentemente dijo una vez Michael Boskin: "Chips de patatas, chips de ordenadores, ¿cuál es la diferencia?".

El problema es que esto es buena idea cuando tu socio no pretende emplear las ganancias de este comercio para arrebatarte tu seguridad nacional

Algo de razón no le faltaba a Boskin. Mire, querido lector, a su alrededor. La mayoría de sus posesiones materiales, excepto su casa, probablemente no se han fabricado en España, desde el dispositivo electrónico que está empleando para leer esta entrada, hasta la ropa que lleva puesta. Pero esta increíble internacionalización de la economía española ha significado que pudiésemos salir de la marisma de la autarquía económica a la que nos empujaron décadas de políticas equivocadas, desde la restauración del siglo XIX a la absoluta locura que fueron las primeras dos décadas de política económica del franquismo. La internacionalización funciona y España es el mejor ejemplo: en 1960 Argentina tenía una renta per cápita un 19% más alta que la nuestra, hoy España dobla la renta per cápita argentina con holgura.

El problema, claro, es que esto de comerciar internacionalmente es muy buena idea cuando tu socio no pretende emplear las ganancias de este comercio para arrebatarte tu seguridad nacional. No hay socio comercial perfecto (como no hay persona perfecta) y todo socio va a pasarse de la raya en más de una ocasión (como muchas veces hacen las empresas españolas, danesas o eslovacas). Pero todo en la vida es una cuestión de proporcionalidad. No es lo mismo conducir a 26 kilómetros por hora en una zona limitada a 25, que hacerlo a 190.

Sí, las empresas japonesas o coreanas se pasaron de la raya a menudo en los años 80 y 90 del siglo XX, pero todo dentro de unos rangos básicamente razonables. Incluso China, desde el comienzo de la reforma económica en 1979 hasta aproximadamente 2012, se comportó de una manera que se podía acomodar a las reglas de comercio internacional. De nuevo, insisto, China no era perfecta, pero no lo era ninguna otra nación.

Foto: El Gobierno prevé aprobar el perte de microchips la semana que viene. (EFE)

El problema es que Xi Jinping llega al poder en 2012 con la idea de romper la baraja. Xi desconfía de las reglas internacionales, tanto políticas como económicas, piensa que Estados Unidos está en decadencia terminal, que Europa es un pigmeo obsesionado con temas irrelevantes como los derechos humanos y la democracia y que ha llegado el momento de que China retome la posición en las relaciones internacionales que su historia, su población y su economía merecen. Es más, este reposicionamiento debe de hacerse por medio del control férreo del partido comunista, que es la única institución que, en su opinión, puede asegurar el futuro de China. Y todo esto pasa, claro, por los semiconductores, la columna vertebral de toda la economía moderna.

Entre 2014 y 2015, Estados Unidos empieza a darse cuenta de que Xi es distinto a sus antecesores. Los últimos años de la presidencia de Obama son de una creciente preocupación en la diplomacia norteamericana con la nueva agresividad china, tanto interior (incremento de la represión, campos de concentración masivos en Xinjiang) como exterior. De repente, se considera desde Estados Unidos, esta no es una cuestión de si las empresas chinas van a robarles un 5% de cuota de mercado en la industria de semiconductores de manera un tanto torticera, sino de un rival geoestratégico que quiere reorganizar el mapa mundial.

Aunque los detalles de este cambio de política exterior de Estados Unidos son complejos, en el tema que nos trata hoy, los semiconductores, el pistoletazo de salida se produce en octubre de 2016, cuando la secretaria de comercio Penny Pritzker se queja, en un discurso al Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales en Washington "de los nuevos intentos de China de adquirir empresas y tecnología para favorecer los intereses de su gobierno, no objetivos comerciales ". "El gobierno de Estados Unidos dejará claro a los líderes de China en cada ocasión que tengamos que no aceptaremos un política industrial de 150 millardos de dólares diseñada para apropiarse de esta industria", advirtió.

La primera batalla de este enfrentamiento entre China y EEUU se centró en ZTE y Huawei

La inesperada victoria electoral de Donald Trump, unos días después del discurso de Penny Pritzker, refuerza esta nueva visión. Aunque en España no se aprecie, existe una continuidad fundamental en la política exterior de Estados Unidos desde el segundo mandato de Obama a Biden, pasando por Trump. Los histrionismos de Trump tuiteando bobadas por la noche son un detalle irrelevante, por mucho que sirvan para escribir sabrosos artículos en la prensa.

La primera batalla de este enfrentamiento entre China y Estados Unidos se centró en ZTE y Huawei. Estas dos empresas se especializaban en equipo de telecomunicaciones, un tema especialmente peliagudo como aprendieron todos los españoles con Pegasus y el espionaje a varios miembros del gobierno. El problema aquí no era solo que ZTE y Huawei violaban demasiadas reglas de propiedad intelectual y se saltaban las sanciones a Irán y Corea del Norte, es que ambas empresas tenían relaciones estrechas con el gobierno de China, una siendo semipública y la otra con un accionariado opaco.

ZTE fue multada en 2017 por vender equipos prohibidos a Irán y Corea del Norte y, después de muchas idas y venidas, la empresa continúa sancionada en Estados Unidos, con una reciente prohibición de exportar equipos de telecomunicaciones. El caso de Huawei es similar, con una prohibición de compras de productos de esta empresa por el gobierno federal en 2018 y sanciones adicionales en los siguientes años. En esta ocasión, además, influía la cuestión de controlar una tecnología tan importante como el 5G, donde Huawei tenía ventajas importantes. Ya en 2022 le tocó el turno a SMIC, por sus estrechos vínculos con las fuerzas armadas chinas.

Con el covid y todo se aceleró. Con restricciones a la producción, asegurar el suministro de semiconductores era una prioridad

La reacción de China a esta primera batalla fue interesante. Por supuesto, se quejó en público y protestó ante las organizaciones internacionales (hay aquí temas complejos de derecho del comercio internacional y de jurisdicción de la Organización Mundial del Comercio que merecerían una entrada entera), pero en realidad hizo poco. ¿Pensó Xi que no era este el momento de escalar la confrontación? ¿O qué quizás Estados Unidos se cansaría de estas batallas, según subiese el precio de los teléfonos y otros equipos de telecomunicaciones, y las sanciones desparecerían con el tiempo, en especial dado el carácter volátil de Trump? ¿O simplemente que las sanciones no eran lo suficientemente efectivas por fallos de su diseño y que por tanto no merecía la pena pelearse por ellas?

Mientras estábamos en esto, llegó el covid y todo se aceleró. En un mundo con restricciones a la producción, asegurar el suministro de semiconductores era una prioridad más clara que nunca. Resulta significativo que una de las pocas empresas que recibió excepciones de la draconiana política de contención del covid por el gobierno chino fue Yangtze Memory Technologies, que, casualmente, está en Wuhan, el origen de la pandemia. Además, todos nos dimos cuenta de la carencia de chips y de los enormes riesgos que la concentración de la producción en Taiwán y Corea del Sur acarreaba en un mundo donde las viejas reglas de seguridad colectiva quedaban pulverizadas por la agresión de Putin a Ucrania y el cambio de retórica de China con respecto a Taiwán.

Y como había sido el caso en los años 80, el viento de las ideas también sopla en la dirección de reforzar estas tensiones geoestratégicas. Aunque la evidencia empírica de que la política industrial funcione más allá de unos pocos casos señalados es bastante escasa (por cada ejemplo donde ha funcionado, hay cinco ejemplos de fracaso; como dicen en Estados Unidos, un promedio de bateo bastante malo), esta se puso de moda de nuevo hace unos años en ciertos círculos. Mi interpretación es que esta resurrección del interés en la política industrial se fundamenta en una realidad clara: el mal crecimiento de la productividad en muchas economías avanzadas desde el año 2000 y el consiguiente estancamiento de los salarios, pero yerra en el diagnóstico (de nuevo, salvo con algunas excepciones), pues este estancamiento tiene que ver más con la demografía que con cualquier otro factor.

Foto: A pesar de la escasez de semiconductores, las entregas de coches eléctricos se han agilizado. (Citroën)

Es la confluencia de todas estas fuerzas (económicas, geoestratégicas e ideológicas) que llevan a Jack Sullivan, el Consejero de Seguridad Nacional por la administración Biden, a dar dos discursos claves, uno el 16 de septiembre de 2022 y otro unos días más tarde, el 12 de octubre de 2022. Invito al lector a que lea los dos discursos enteros, en este enlace (el primero) y este otro (el segundo). No son discursos muy largos y así pueden todos sacar sus propias conclusiones. Es mejor empezar con el segundo discurso, que anunció la nueva estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos, e ir después al primero, que aunque pronunciado unos días antes, describe en más detalle las medidas concretas en relación con los semiconductores.

Voy a resumir y parafrasear, sin embargo, alguna de las ideas fundamentales de estos dos discursos (enfatizo que estoy replicando lo que Sullivan dijo, no que esté de acuerdo o en desacuerdo con ello):

  1. Estados Unidos estima que se encuentra en los primeros años de una década decisiva que establecerá los términos de su relación con China.
  2. Estados Unidos juzga que el comportamiento de China, tanto en política interna como externa, está promocionando una visión antiliberal en los ámbitos económicos, políticos, de seguridad y tecnológicos en competencia con Occidente.
  3. Estados Unidos encuentra que China es el único competidor que tiene tanto la intención de remodelar el orden internacional como la creciente capacidad para hacerlo.
  4. Estados Unidos no considera a Rusia como ese rival estratégico. La guerra de Ucrania ha dejado claro que Rusia es un tigre de papel, excepto por sus armas nucleares.
  5. La superioridad de Estados Unidos en las tres tecnologías claves del siglo XXI, a) computación, b) biotecnologías y c) energía, es una prioridad estratégica fundamental.
  6. Estados Unidos va a abandonar su política de escala móvil. Ahora Estados Unidos intentará mantener una ventaja tecnológica tan grande como sea posible.
  7. Para ello Estados Unidos invertirá grandes cantidades de dinero en investigación y fabricación de las tres tecnologías recogidas en el punto quinto.
  8. Y, a la vez, establecerá "muros altos en jardines pequeños" para limitar el acceso de China a las nuevas tecnologías.

La estrategia de "muros altos en jardines pequeños" es la que queda reflejada en las restricciones del 7 de octubre de 2022

¿Qué quiere decir esto de "muros altos en jardines pequeños"? Que, en vez de establecer restricciones muy amplias a la exportación de tecnologías, en este caso de semiconductores, Estados Unidos va a centrarse en crear barreras muy duras en puntos de presión muy determinados (por ejemplo, en las máquinas fotolitográficas de luz ultravioleta extrema y en los láseres que estas usan), pero que resultan imprescindibles en la fabricación de semiconductores más avanzados.

Esta estrategia de "muros altos en jardines pequeños" es la que queda reflejada en las restricciones del 7 de octubre de 2022 (aunque los juristas expertos en estos temas tienen todavía muchas dudas sobre los detalles reglamentarios de las restricciones, que se irán conociendo durante los próximos meses y la interpretación de estos por las agencias regulatorias, en especial con respecto a las licencias otorgadas a fábricas ya existentes).

¿Funcionará esta nueva estrategia de Estados Unidos? Hay varios puntos a considerar. Primero, Estados Unidos no controla todas las tecnologías más avanzadas. En concreto, tenemos a la empresa líder en litografía, ASML, localizada en los Países Bajos, y a una empresa líder en todo lo relacionado con las obleas de silicio, Tokyo Electron en Japón (las otras tres empresas claves aquí, Applied Materials, Lam Research y KLA son estadounidenses y por tanto plenamente sometidas a las restricciones del gobierno federal).

Estados Unidos controlará suficientes puntos de presión para dificultar seriamente la vida de la industria china de semiconductores

Estados Unidos parece haber conseguido cierta cooperación gubernamental de los Países Bajos y Japón, aunque queda por ver su efectividad. Las empresas tecnológicas tienen un largo historial de "se obedece, pero no se cumple" en estos temas. ASML no parece estar muy por la labor de ayudar en exceso y como parte de su equipo no depende de patentes americanas sujetas a posibles restricciones tienen un cierto grado de libertad. Japón, en cambio, con China al acecho, parece estar más dispuesta a cooperar con Estados Unidos. Y, además, nos queda Taiwán, que se encuentra en una situación complicada: ni quiere perder su ventaja tecnológica montando factorías en Estados Unidos (que además le hace ser menos importante para que Estados Unidos la defienda), ni quiere provocar innecesariamente a China.

Mi lectura de la situación, advirtiendo que carezco de acceso a información privilegiada de los secretos comerciales de estas compañías, es que, al menos en el corto plazo, Estados Unidos controlará suficientes puntos de presión para dificultar seriamente la vida de la industria china de semiconductores.

El segundo punto por considerar es la capacidad de reacción china a estas restricciones. Personalmente no entiendo el argumento de los que se oponen a las nuevas restricciones de exportación argumentando que incentivarán a China a desarrollar su propia industria. La razón por la que Estados Unidos aprueba las sanciones es porque China ya está en esta labor. ¡El incentivo ya existía! Quizás ahora sea más fuerte, pero la diferencia es marginal.

Foto: Imagen del interior de la planta de Globalfoundries en Alemania. (Foto: EFE).

En el pasado, China ha sido muy creativa a la hora de solucionar sus problemas de acceso a tecnologías prohibidas, como hizo durante el desarrollo de satélites en los años 90 del siglo pasado (recomiendo leer este libro de Hugo Meijer sobre las restricciones a las exportaciones tecnológicas de Estados Unidos a China desde 1979)3. Este éxito pasado sugiere que, en unos años, China podrá haber recuperado buena parte del atraso que acarrea en la fabricación de semiconductores, sobre todo en un mundo de alta difusión tecnológica. Por ejemplo, RSIC-V es un conjunto de instrucción de hardware libre que ha mejorado muchísimo en los últimos años y que puede cambiar el futuro de la industria en los próximos tiempos4. No hay secretos en RISC-V: está todo en la red.

Como antes, este argumento de la capacidad de China para recuperar el terreno perdido es presentado a menudo como una razón para no imponer restricciones. De nuevo, creo que es un argumento erróneo. Desde la perspectiva de Estados Unidos, cualquier retraso adicional en la convergencia de China a la frontera tecnológica es una ganancia neta. Si China alcanza a Estados Unidos en 2030, en vez de 2025 (por poner dos años arbitrarios), gracias a las restricciones, son cinco años de ventaja geoestratégica adicionales. La política exterior pasa por sobrevivir al mañana. El pasado mañana, ya veremos.

¿Y cómo queda Europa en general, y España, más concretamente, en esta 'guerra'?

Pero en este caso no es solo una cuestión de cortoplacismo miope. Estados Unidos piensa que el coste reputacional con China de estas nuevas restricciones es pequeño (las relaciones ya estaban rotas, con lo cual no hay mucho "valor de continuación" que mantener) y que, en el largo plazo, el futuro le favorece. Tanto demográficamente, como en términos de vitalidad social, Estados Unidos está mucho mejor posicionado que China (este libro y este otro son dos exposiciones recientes de esta perspectiva). Mi propia investigación más reciente sobre China sugiere que la combinación de una demografía perversa y una clara caída del crecimiento de la productividad predicen unos años 30 del siglo XXI económicamente muy malos para el gigante asiático.

Considerando estos dos puntos de manera conjunta. Sí, Estados Unidos será capaz de infligir daño a la industria de semiconductores china y, aunque este castigo no sea absoluto, sí que es suficiente para embarcarse en esta política. En un mundo en el que no hay varitas mágicas para nada, solo parches parciales a problemas complejos, esta es la política que maximiza los beneficios para Estados Unidos, al menos a la luz de la información de la que disponemos en este momento.

¿Y cómo queda Europa en general, y España, más concretamente, en esta guerra? ¿Cómo está reaccionando la Unión Europea y el Gobierno de España?

Parte III: Europa y España

Europa entró con retraso en la industria de los semiconductores. Paradójicamente, buena parte de la ciencia básica detrás de los chips se desarrolló en Europa entre el siglo XIX y la primera mitad del XX (aunque, como en otras áreas del conocimiento, España no aportó nada relevante a la materia). Sin embargo, fueron los estadounidenses Jack Kilby y Robert Noyce los que, de 1958 a 1960, diseñaron por separado un circuito integrado moderno, compaginando muchas ideas que flotaban en aquel momento en la academia y en la industria. Casi más importante que este avance, fue que las instituciones en Estados Unidos facilitaban el florecimiento de una poderosa industria de los semiconductores, con suficiente financiación y potencial de crecimiento. En esta industria la clave no reside en fabricar unas pocas unidades de un chip a un precio elevadísimo y para uso exclusivo de unos pocos, sino en la producción de millones de unidades a precios razonables para el consumidor medio. Estados Unidos reunía esas instituciones mejor que otras economías.

Europa, con la excepción parcial de algunas economías del norte (Reino Unido o Países Bajos), ha tenido muchas más dificultades con sus industrias de alta tecnología desde 1945. Mientras que en algunos sectores de tecnología media-alta (automóviles o aviación) los países europeos son capaces de mantener empresas líderes, las compañías continentales se atragantan con áreas más punteras como los semiconductores, softwares o, ahora, la inteligencia artificial. Algunos ejemplos de éxito, como ASML, son solo honrosas excepciones a innumerables fracasos.

En la industria de los semiconductores, Europa apostó desde el principio por una política basada en dos pilares: el proteccionismo (frente a las importaciones) y la inversión directa (estatal o "indicada"). Con respecto al proteccionismo, la por aquel entonces Comunidad Económica Europea impuso un arancel del 17% (muy alto en términos relativos) a la importación de semiconductores. Este arancel sobrevivió tanto a las rondas Kennedy como a las de Tokio de liberalización comercial. El arancel, además, fue reforzado por mil trabas burocráticas y otras barreras no arancelarias en las que los franceses han sido siempre expertos mundiales. Una historia famosa de la habilidad francesa para hacerle la vida imposible a sus competidores es cuando, en 1982, se obligó a que todos los reproductores de video que llegaban desde Japón tuviesen que pasar aduana en una pequeña oficina de Poitiers, donde solo trabajaban dos funcionarios, que inspeccionaban cada reproductor de manera individual para comprobar que sus números de serie eran los correctos.

Europa, con la excepción de algunas economías del norte, ha tenido más dificultades con sus industrias de alta tecnología desde 1945

Con respecto a las inversiones, Europa invirtió grandes cantidades de ayudas públicas directas e indirectas. Además, por medio de reglas de origen -por ejemplo, en muchos países solo se podía licitar en un contrato público para la compra de chips si los semiconductores eran de origen europeo-, se forzó a que muchas empresas de Estados Unidos y luego de Japón abriesen fábricas en Europa. Esta doble política, como decía Simón Bolívar, fue arar en el mar. Uno puede proteger a su industria de manera indiscriminada y otorgarle todas las ayudas del mundo, que, si las condiciones necesarias para su crecimiento no existen, jamás darán fruto alguno.

Con el ejemplo europeo, uno puede preguntarse cómo apareció la industria de los semiconductores en Asia. En realidad, fue consecuencia de la confluencia de muchos factores. El primero, ya señalado, fue que las empresas de Estados Unidos montaron numerosas fabricas para aprovechar los bajos costes laborales de la región. En esas fábricas aprendieron el oficio dos generaciones de directivos locales que luego se mudaron a empresas nacionales, llevándose consigo el conocimiento puntero de la industria.

El segundo factor fue tener una fuerza de trabajo muy bien educada, enormemente disciplinada en seguir las reglas de fabricación (algo clave con los chips, donde una mota de polvo te arruina un lote completo de semiconductores) y con una gran dedicación. Como comentaba Morris Chang, el fundador de TSMC, si una máquina se rompía a las tres de la noche en Texas (donde operaba su antigua compañía), el ingeniero no aparecía hasta las nueve de la mañana. En Taiwán el ingeniero estaba ahí a las cuatro y evitaba perder una noche de producción. Es perfectamente legítimo preferir vivir en un país donde la norma social (o de legislación laboral) suponga que el ingeniero no esté obligado a ir a las cuatro de la mañana a arreglar una máquina. De hecho, yo apoyo esa norma porque me parece que una vida familiar equilibrada y sana es clave para la salud de una sociedad en el largo plazo. Pero uno no puede asombrarse de que las empresas en los países donde el ingeniero sí tiene que ir a esas horas intempestivas sean capaces de ganar más cuota de mercado.

¿Sirve dar subvenciones a las empresas y otras ayudas, como aranceles proteccionistas, para que se desarrolle una industria?

El tercer factor fue tener modelos de negocio innovadores. El caso más claro de nuevo es el de TSMC. Morris Chang apostó por el modelo de fundición. Chang decidió que TSMC no diseñaría sus propios chips, sino que se limitaría a fabricar los chips encargados por otras compañías. Esto tenía dos ventajas tremendas. La primera ventaja era que TSMC podía concentrar todo su esfuerzo en mejorar la fabricación de chips, prestando atención hasta al más mínimo detalle, en vez de distraerse haciendo muchas otras cosas. La segunda ventaja era que las terceras empresas que contrataban a TSMC para la fabricación de sus chips no tenían miedo a que esta les fuera a "robar" ideas de sus diseños. A TSMC el diseño no le importaba. En comparación, cuanto Intel intentó este modelo de fundición, otras compañías desconfiaron de encargar nada a la compañía norteamericana, no fuera que "aprendiese" de sus diseños mientras fabricaba estos chips.

El cuarto factor, más controvertido, es la política industrial del gobierno de Taiwán apoyando financieramente a TSMC. ¿Sirve dar subvenciones a las empresas y otras ayudas, como aranceles proteccionistas, para que se desarrolle una industria? Los economistas llevan discutiendo desde hace más de 250 años si estas políticas industriales funcionan.

Esta pregunta es extraordinariamente compleja de responder por varios motivos. El primero es que el éxito o fracaso de una empresa depende, potencialmente, de muchísimas razones. Puede darse el caso de que subvencionar a una empresa sea una buena idea en principio, pero que la empresa sea víctima, al poco tiempo, de una guerra comercial que ella no ha causado. Al revés, una empresa puede triunfar después de haber recibido una subvención, pero puede que hubiese triunfado de todas maneras sin la misma. Una comparación es la siguiente: ni todos los que fuman se mueren de cáncer de pulmón, ni todos los que se mueren de cáncer de pulmón han sido fumadores. Existen muchos otros factores (genéticos, ambientales…) que determinan el cáncer y que no hemos alcanzado a entender todavía.

Una empresa puede triunfar después de haber recibido una subvención, pero puede que hubiese triunfado de todas maneras sin la misma

¿Cómo colegimos que fumar incrementa dramáticamente el riesgo de cáncer de pulmón? A través de la observación de miles de fumadores ("grupo de tratamiento") y miles de no fumadores ("grupo de control") y comprobando que, efectivamente, la incidencia del cáncer de pulmón en el grupo de tratamiento es mucho mayor que en el de control. Cambiemos ahora el "tratamiento" de fumar a recibir una subvención y el "control" a no recibirla y estudiemos a miles y miles de empresas en cada situación5.

¿Qué es lo que vemos? Que en general no hay evidencia de que la política industrial ayude. Recientemente Lee Branstetter, Guangwei Li y Mengjia Ren han estudiado todas las empresas cotizadas en las bolsas de Shanghái y Shenzhen de 2007 a 2018 (excepto los bancos, que presentan dificultados contables que no vienen aquí a cuento). Su conclusión es clara: las subvenciones no parecen tener efecto alguno sobre la productividad o el crecimiento de las empresas. En otras palabras, los miles y miles de millones que China se gasta en política industrial en las últimas décadas no sirven para mucho más que para dar excusas a miles de "expertos" en Occidente para que escriban artículos animándonos a saltar al carro de estas políticas.

La razón del fracaso de la política industrial es sencilla. En general los gobiernos son bastante malos "seleccionando ganadores" y en convencer a que las empresas más productivas entren en un sector. Myrto Kalouptsidi, Nahim Bin Zahur y Panle Jia Barwick han documentado cómo las políticas industriales chinas en sectores como la construcción naval han seleccionado a empresas poco eficientes y costado mucho más dinero de lo que hubiera merecido la pena. A fin de cuentas, si una empresa tiene un buen modelo de negocio, en una economía avanzada, lo más normal es que encuentre financiación privada6.

Los miles y miles de millones que China se gasta en política industrial en las últimas décadas no sirven más que para dar excusas

El único caso bien documentado donde la política industrial parece haber tenido éxito es en Corea del Sur. Hace ya 12 años escribí este artículo al respecto. Estas ideas quedan corroboradas de manera más rigurosa en este artículo. Como concluía en aquel entonces:

Mi lectura de la evidencia es que, si uno tiene un cuerpo de políticos y funcionarios muy motivados por un sentido nacionalista (tener un enemigo comunista al otro lado de la frontera que te va a invadir y fusilar si no te modernizas y logras legitimidad con tus ciudadanos ayuda un porrón a esta motivación), relativamente honestos, con ideas claras y que entienden que la política industrial tiene que aprovechar las ventajas de la economía mundial globalizada (como Posco exportando como posesos a Japón y EEUU por aquello de que Corea era un aliado en la guerra fría), y sin grupos de presión internos particularmente poderosos (bancos, sindicatos, etc.) que te hagan distraerte y extraer rentas, esto puede funcionar.

El apoyo de Taiwán a TSMC probablemente haya cumplido con estos requisitos: funcionarios honestos, muy motivados, preocupados por los enemigos externos e internos, con las ideas claras y libres de grupos de presión.

En China, los funcionarios ni son honestos ni tienen las ideas claras y el país crece "a pesar de" y "no gracias a" su política industrial

La otra cara de esta moneda es que, cuando estas condiciones no se cumplen, la política industrial no funciona. En China, los funcionarios ni son honestos ni tienen las ideas claras (lo de la burocracia omnisciente china es un mito occidental sobre el que escribiré uno de estos días) y, en consecuencia, el país ha crecido "a pesar de" y "no gracias a" su política industrial.

¿Estamos en Europa y en España en la situación de Corea del Sur y Taiwán o en la de China? Todo lo que observo me dice que nos parecemos más a China: la política industrial, en este caso de apoyo a los chips, va a fracasar porque su implementación va a quedar a merced del viento político de cada temporada política y cautiva de los grupos de presión. Incluso en Estados Unidos, la política industrial de Biden ha quedado maniatada por disposiciones sobre si las nuevas fábricas de semiconductores tienen o no que ofrecer guarderías a sus empleados. Llevo viviendo suficientes años en Estados Unidos para haber comprobado cómo todas estas legislaciones adornadas, como las bolas de un árbol de Navidad, de cada una de las medidas populares de moda terminan solo sirviendo para tirar el dinero. La política de Estados Unidos va a funcionar más por lo que le pueden negar a China (los componentes básicos para fabricar chips), que por los incentivos fiscales a producir en Estados Unidos.

Y mí predicción sobre el probable fracaso europeo en este campo no es aventurada: como señalaba, Europa ya intentó durante décadas introducir medidas de política industrial con los chips. Y quien dice políticas industriales para semiconductores, dice muchísimas otras políticas industriales implementadas durante décadas7. ¿Por qué lo que no funcionó en 1975 va a funcionar ahora? Estamos cayendo en la trampa de siempre: olvidarnos del pasado (¿cuántos políticos conoce usted en Europa que sepan de la historia económica de la industria de los semiconductores?) para promover medidas que simplemente suenan realmente bien en el telediario de las nueve ("el PERTE de los Chips") y que son fácilmente manipulables por intereses privados.

Foto: Foto: EC Diseño.

En resumen, mi visión sobre la situación de Europa y España en esta guerra de los chips es pesimista:

  1. Es muy difícil tener una política industrial que funcione. Uno necesita de un conjunto de condiciones muy restrictivo.
  2. Las condiciones para que esta política industrial funcione no se dan en Europa y muchísimo menos en España. Si durante la pandemia no éramos ni capaces de tener estadísticas de covid bien elaboradas, como sí las tenían todos los demás países avanzados, ¿cómo vamos a ser capaces de tener una buena política industrial que es mucho más compleja?
  3. Europa tiene una larguísima historia de fracaso en sus políticas industriales. Solo hace falta mirar los resultados de iniciativas, no estrictamente de política industrial pero similares, como la Estrategia de Lisboa o de Europa 2020 para comprobar que vamos de mal en peor.

¿Qué podemos hacer entonces en Europa en general y en España más en concreto? Muchas cosas, pero en interés del espacio me voy a centrar en cuatro.

Foto: El comisionado para el Perte de microelectrónica y semiconductores, Jaime Martorell, durante una entrevista con EC. (Ana Beltrán)

Primero, necesitamos un marco regulatorio estable y predecible. Enfatizo los adjetivos "estable" y "predecible". No empleo las palabras "liberal" o "abierto". Es mucho más importante que las empresas sepan cuáles son las reglas del juego y que estas no se cambien a mitad del partido que la facilidad o dificultad de producir (dentro de un orden, claro; si la regulación es excesivamente pesada, tampoco es posible que los negocios prosperen). Nadie va a montar algo tan complejo como una fábrica de semiconductores en un país donde las reglas de las subvenciones públicas se quieren cambiar a toro pasado o donde el principio de libertad de establecimiento dentro de la Unión Europea es insultado desde el gobierno. Qué me va a pasar, pensarán muchos, si monto una factoría en España y resulta que en 2030 me la tengo que llevar, por el motivo que sea, a Bélgica. El estado de derecho no es solo la garantía de nuestras libertades individuales, es también la base de toda economía próspera. Pero no es solo el gobierno o las Cortes: llevábamos décadas sufriendo jueces que se dedican a "inventar" cosas, no se sabe muy bien por qué, y que solo generan más inseguridad jurídica.

Segundo, necesitamos un sistema universitario y de investigación mucho más eficiente que el actual. Como he explicado en otras ocasiones, no es solo gastar más, es gastar mejor, sobre todo en ciencias, ingeniería e informática. Incrementar los sueldos, por ejemplo, a profesores universitarios improductivos es malgastar el dinero. A la vez, Europa no puede pagar los sueldos actuales y esperar que sus universidades tengan a los líderes mundiales en investigación en chips o en inteligencia artificial. Uno tiene que pensar en esto como en el futbol: Karim Benzema, en el Real Madrid, no gana lo mismo que un jugador de Primera Federación, y nadie se extraña. Si el Real Madrid tuviera que pagar a todos sus jugadores por igual y no pudiera competir en el mercado internacional de fichajes, ¿cuántos títulos europeos habría ganado en los últimos veinte años? Si a usted le parece que esa política de salarios sería insensata para el Real Madrid, ¿por qué no le parece insensata la política de salarios de nuestras universidades politécnicas?

Para ilustrar este argumento, un ejercicio interesante es visitar las páginas webs de algunas universidades públicas americanas, que tienen que reportar los sueldos de todos sus empleados. Aquí, por ejemplo, está la página web de salarios de la University of California. Entre los tres profesores más citados en informática en UCLA, un campus en Los Ángeles que conozco bien, se encuentran Lixia Xang, cuyo sueldo en 2021 (el último año disponible) fue de 437.933 dólares (a este sueldo hay que añadirle la contribución de la universidad al fondo de pensiones, que suele estar cerca del 7% del sueldo, pero que como depende de información privada familiar no es reportado); Stan Ohser, que ganó 580.530 dólares en 2021; y Mani Srivastava, al que le pagaron 415.067 dólares en 2021. Y UCLA, siendo pública, paga peor que las privadas de élite. Aunque los sueldos en las privadas no son públicos los rumores son que los salarios de los mejores catedráticos de informática en Stanford rondan los 800.000 dólares al año (más el enorme subsidio que te da Stanford con una casa en el campus a precio reducido).

En Europa sufrimos un sistema financiero anticuado, mal gestionado y con grandísimas barreras de entrada

En Asia se han dado cuenta de la situación y las mejores universidades, como Peking, Tsinghua o Nacional de Singapur han empezado a reclutar a algunos de los mejores profesores de Estados Unidos de origen asiático con sueldos competitivos. Nacional de Singapur está pagando a algunas "estrellas" académicas en ciencias cuantitativas sueldos por encima del millón de dólares anuales más vivienda. En Europa, tanto Cambridge como ETH en Zúrich se han esforzado mucho en los últimos años para ser más competitivas en informática e ingeniería en términos de sueldos. Curiosamente, las dos están fuera de la Unión Europea. Las universidades en la Unión, atascadas en mil trabas, se arriesgan a quedarse aún más atrás de donde están ahora. Acordémonos: de las mejores 25 universidades del mundo según el ranking de Times Higher Education, 16 están en Estados Unidos, cuatro en el Reino Unido, dos en China y una en Canadá, Singapur y Suiza, respectivamente. ¡Ni una sola en la Unión Europea! Y aunque los rankings son siempre problemáticos, reflejan la realidad subyacente: ojee usted los artículos académicos más recientes e influyentes en aprendizaje automático: pocas veces verá investigadores trabajando en instituciones localizadas en la Unión Europea.

Tercero, necesitamos un sistema financiero que canalice los fondos a las empresas innovadoras. En Europa sufrimos un sistema financiero anticuado, mal gestionado y con grandísimas barreras de entrada. Los intentos de solucionar algunos de sus problemas, como la creación de fondos de capital riesgo por parte de la Unión Europea, se han traducido únicamente en desplazar el capital privado del sector.

Cuarto, necesitamos concentrar las ayudas públicas en aquellas áreas donde los gobiernos tienen una clara misión de remediar fallos de mercado claros. Por ejemplo, necesitamos invertir en investigación básica, aquella alejada de usos inmediatos (la investigación aplicada puede ser perfectamente pagada por la empresa privada) y en asegurarnos que nuestros estudiantes terminan la educación secundaria y universitaria con los conocimientos adecuados, tanto cognitivos como no cognitivos (como señalaba en el caso de Taiwán: con la disciplina de seguir instrucciones de fabricación a rajatabla) y que las infraestructuras estén donde tienen que estar, no donde nos da votos en las siguientes elecciones.

Foto: Un semiconductor. (Reuters/Florence Lo)

Fíjense que estas cuatro medidas ni son particularmente liberales ni intervencionistas. Hay propuestas de incrementar el gasto público (en educación o en investigación básica), propuestas liberalizadoras (menos barreras de entrada al sector financiero, más dispersión de sueldos en la universidad…) y propuestas neutras (como un marco regulatorio más estable, que es algo en lo que en principio deberíamos estar todos de acuerdo independientemente de nuestras inclinaciones políticas). Es mover a la Unión Europea y a España en la dirección de un conjunto de políticas mucho más equilibrado y que favorezca la innovación tecnológica. Con este escenario, las factorías de chips vendrán casi de manera automática.

Explicaba antes que soy pesimista sobre el posible éxito de las nuevas políticas europeas de chips. Puede que el dinero público provoque que se pongan en marcha algunas fábricas (probablemente en Alemania, que ya cuenta con cierta experiencia en Dresde), quizá la industria mejore algo, pero lo cierto es que la tasa de rendimiento de la inversión pública será muy baja. Con todo, soy casi más pesimista sobre nuestra capacidad de evolucionar hacia un mejor conjunto de políticas. Gastar dinero es muy atractivo: sales en la televisión, los votantes entienden lo que haces, hay cantidad de gente que sale beneficiada en el corto plazo (las empresas que reciben el dinero, los contratistas de la nueva factoría, etc.). Centrarse en, por ejemplo, reducir barreras de entrada en el sector financiero es mucho menos vistoso y sus efectos no son tan fotogénicos. Que mi empresa obtenga capital gracias a un mercado financiero más eficiente no se percibe como un fruto tan directo como que un político me dé un cheque, como en el caso de la política industrial. Desafortunadamente, algunas de las reformas más cruciales son las menos estéticas desde un punto de vista político.

Tristemente, es más que probable que Europa (y especialmente España) desempeñe un papel insignificante en el futuro de la economía y en la industria de los semiconductores en particular.

***

1 Entrenar un modelo de aprendizaje profundo precisa, entre otros pasos, manipular repetidamente una estructura matemática llamada matriz. Una unidad de procesamiento gráfico es un procesador que permite manipular matrices de manera mucho más eficiente que las unidades centrales de procesamiento convencionales de los ordenadores. Más en concreto, una unidad de procesamiento gráfico explota el paralelismo inherente a muchas de las operaciones matemáticas con las matrices.

2 Los procesadores tradicionales están diseñados para ser polivalentes. Intel no sabe si usted va a emplear la unidad central de procesamiento de su ordenador para trabajar con hojas de cálculo, para escribir entradas en El Confidencial o una mezcla de las dos. Por tanto, Intel diseña procesadores que sirven un poco para todo. Pero esto significa que el procesador no es particularmente bueno para nada. Se pueden diseñar procesadores específicos para ciertos problemas, pero esto puede costar decenas de millones de euros. Las matrices de puertas lógicas programables en campo permiten al usuario final reconfigurar los bloques lógicos del procesador para adaptarlo a sus necesidades concretas. Hasta hace poco, este proceso era muy pesado para emplearse fuera de unos pocos nichos industriales y académicos. La nueva generación de compilares de Xilinx ha revolucionado por completo este mundo.

3 Existe además el recurso a la Organización Mundial del Comercio por violación de las reglas de comercio internacional que China ya inició en diciembre. Este recurso (en estos momentos, consultas de disputa) añade más leña al fuego en el que se encuentra la Organización Mundial del Comercio con respecto a la actitud de Estados Unidos en temas de derecho internacional económico (aquí un buen resumen y su insistencia en que él es el único que va definir qué es su seguridad nacional.

4 Como siempre se dice, "cuanto más cambian las cosas, más son lo mismo". Los ordenadores en los que yo trabajé la mayor parte del tiempo durante mi doctorado era unas estaciones de trabajo Sun, con una arquitectura RISC que se llamaba SPARC. Por una serie de motivos, siempre me gustó mucho más programar en esa arquitectura para lo que yo hago en mi trabajo académico, pero comercialmente SPARC se convirtió en un nicho, a Sun se la llevó por delante el crash de 2002 (aunque languideció unos años más) y me tuve que mudar a las arquitecturas de Intel.

5 El Premio Nobel de Economía de 2022 fue otorgado a tres grandes economistas que han analizado rigurosamente acerca de cómo comparar "grupos de tratamiento" y "grupos de control". Escribí sobre ello en esta entrada.

6 Existen varias excepciones a esta afirmación, como la existencia de efectos de comercio estratégico o de imperfecciones en los mercados financieros. Como casi todo en economía, uno tiene que ser consciente de los mil matices del mundo real, pero tampoco tengo aquí espacio para escribir un libro entero.

7 Incluso políticas industriales que, a primera vista parecerían ser más exitosas, como el Concorde o Airbus, probablemente no alcanzaron la tasa de retorno necesaria para compensar su coste a lo largo del tiempo.

El presente análisis está conformado por tres artículos publicados en los últimos meses por Jesús Fernández-Villaverde, catedrático en Economía de la Universidad de Pennsylvania y miembro del NBER y CEPR, en su blog 'La mano visible' de El Confidencial. Debido al interés creciente que despiertan los semiconductores, así como la incidencia que tendrán en nuestro futuro y en la esfera económica, resulta más pertinente que nunca unificar toda la serie, titulada 'La industria de los semiconductores y el futuro de la economía mundial', bajo una misma crónica. En ella, únicamente se han realizado los cambios de edición mínimos y necesarios para facilitar y adecuar su lectura. A continuación se ofrece íntegro el citado análisis.

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