Laissez faire
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¿Los robots nos están quitando el empleo?
Los robots no son nuestros enemigos, sino una de las claves para incrementar nuestra productividad y nuestro bienestar
¿Los robots nos están quitando los empleos? La pregunta no está adecuadamente formulada, dado que cabe interpretarla de dos modos. Por un lado, ¿la incorporación de robots en la economía destruye empleos en términos brutos? Sin duda: los robots automatizan tareas que antes desempeñaban trabajadores y, en consecuencia, llevan a que esas tareas dejen de ser desempeñadas por personas. Por ejemplo, el famoso estudio de Osborne y Frey estima que el 47% de los puestos de trabajo actualmente existentes en países de la OCDE corren el riesgo de ser automatizados; asimismo, y replicando parcialmente ese análisis, el BBVA Research ha calculado que el 36% de los empleos de España corren el riesgo de desaparecer reemplazados por robots. Desde esta perspectiva, es incuestionable que los robots destruyen empleo: al igual que el telar mecánico destruyó el empleo de millones de sastres o el tractor el de millones de agricultores.
Ahora bien, que los robots destruyan algunos empleos no significa necesariamente que el número de empleos totales dentro de la economía vaya a descender. Es decir, podemos reformular nuestra pregunta inicial como: ¿la incorporación de robots en la economía destruye empleos en términos netos? Y aquí la respuesta ya resulta menos unívoca.
Primero, la incorporación de robots a una empresa puede contribuir a generar otros empleos de manera directa dentro de esa misma empresa (o de sus proveedores): si ese robot solo puede funcionar complementariamente con otros operarios, la automatización crearía nuevos empleos dentro de la misma empresa que invierte en robots (o, como decimos, entre las empresas proveedoras de esa compañía: por ejemplo, una firma de mantenimiento de los robots). Segundo, la incorporación de robots puede contribuir a generar otros empleos de manera indirecta: si la introducción de robots destruye empleos dentro de una empresa pero, al mismo tiempo, aumenta los beneficios de los capitalistas así como las rentas salariales del resto de trabajadores que permanecen en la empresa, sus mayores rentas pueden alimentar la demanda de nuevos productos que actualmente o no existen o solo se fabrican en una escala diminuta. A mayor renta, mayor demanda, y a mayor demanda, mayor oferta.
Que los robots destruyan algunos empleos no significa necesariamente que el número de empleos totales dentro de la economía vaya a descender
Quienes rechazan de plano esta última posibilidad —que ha sido el canal fundamental por el que la automatización de los procesos productivos de los últimos dos siglos ha alumbrado una creación continuada de nuevo empleo— lo hacen o porque consideran que esos trabajadores y capitalistas cuyos ingresos aumentan no van a querer consumir nuevos bienes, o porque creen que la oferta de esos bienes adicionalmente demandados también será suministrada mediante procesos productivos intensivos en robots (y poco intensivos en empleo). Y bajo determinados supuestos muy restrictivos —y poco realistas—, podrían tener razón.
Así, dado que la influencia final de los robots sobre el empleo depende de factores cuyo comportamiento puede ser diverso (la sustitutividad o complementariedad entre trabajadores y robots dentro de las distintas empresas así como la propensión marginal a consumir o a invertir de quienes vean aumentar sus ingresos tras la incorporación de robots), no cabe dar una respuesta apodíctica a la cuestión de cuál es necesariamente la influencia de los robots sobre el empleo. Solo queda examinar caso por caso las distintas economías para determinar cuál ha sido hasta la fecha el impacto de la inversión en robots. Y eso es, en gran medida, lo que acaban de hacer tres economistas (Michael Koch, Ilya Manuylov y Marcel Smolka) con respecto a la economía española.
Analizando los datos de la industria manufacturera española entre 1990 y 2016, los autores concluyen que las empresas que se robotizan experimentan fuertes ganancias en su productividad —incrementan su producción en un 25% durante los cuatro años posteriores a la adopción de los robots— y, gracias a ellas, son capaces de crear internamente más empleo del que destruyen: en concreto, durante los cuatro años posteriores a la incorporación de los robots, estas compañías incrementan en un 10% su volumen de empleo —no solo de empleo cualificado, sino también de no cualificado—. Muy distinto, por el contrario, es el destino de aquellas compañías que escogen no robotizarse: en ese caso, sí experimentan una importante pérdida de empleo dado que pierden cuota de mercado y son desplazadas del mercado por aquellas empresas que se han robotizado.
Desgraciadamente, el estudio no ofrece ninguna estimación de cuáles son los efectos netos de la implantación de los robots sobre el empleo —no ya en el conjunto de la industria manufacturera sino en el conjunto de la economía—. Ahora bien, en la medida en que las mayores rentas que han logrado los trabajadores y capitalistas en las empresas robotizadas se hayan traducido en nuevas demandas de bienes y servicios que, a su vez, hayan sido suministrados por empresas robotizadas (generadoras de puestos de trabajo), no hay razón para pensar que su efecto agregado sobre el empleo haya sido, hasta el momento, negativo.
En todo caso, la principal lección que deberíamos extraer de este análisis es que la robotización constituye una tendencia imparable que haríamos muy mal en querer frenar (ya sea mediante regulaciones luditas o mediante impuestos o cotizaciones sociales sobre las máquinas). Si, como decimos, las empresas que se robotizan arrebatan cuota de mercado a las que no lo hacen, sería simplemente suicida que España, dentro de una economía globalizada, optara por no robotizarse: solo lograríamos automarginarnos en los flujos comerciales internacionales frente a aquellas otras economías que están automatizándose a ritmos acelerados.
Lejos de luchar contra los robots, deberíamos facilitar su incorporación dentro de nuestro tejido productivo y, a su vez, fomentar el reciclaje formativo de los trabajadores afectados para que les resulte más fácil reintegrarse en la nueva economía emergente (aunque recordemos que las empresas que se robotizan no solo crean empleo cualificado, sino también no cualificado). Los robots no son nuestros enemigos, sino una de las claves para incrementar nuestra productividad y nuestro bienestar: los auténticos enemigos son, más bien, todas aquellas barreras regulatorias y fiscales que desincentivan la incorporación de robots y que, por tanto, contribuyen a condenar a la economía española a la irrelevancia.
¿Los robots nos están quitando los empleos? La pregunta no está adecuadamente formulada, dado que cabe interpretarla de dos modos. Por un lado, ¿la incorporación de robots en la economía destruye empleos en términos brutos? Sin duda: los robots automatizan tareas que antes desempeñaban trabajadores y, en consecuencia, llevan a que esas tareas dejen de ser desempeñadas por personas. Por ejemplo, el famoso estudio de Osborne y Frey estima que el 47% de los puestos de trabajo actualmente existentes en países de la OCDE corren el riesgo de ser automatizados; asimismo, y replicando parcialmente ese análisis, el BBVA Research ha calculado que el 36% de los empleos de España corren el riesgo de desaparecer reemplazados por robots. Desde esta perspectiva, es incuestionable que los robots destruyen empleo: al igual que el telar mecánico destruyó el empleo de millones de sastres o el tractor el de millones de agricultores.