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Tres argumentos a favor y tres en contra de la fusión
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Juan Ramón Rallo

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Tres argumentos a favor y tres en contra de la fusión

Si una empresa es demasiado grande para quebrar, también debería ser demasiado grande para existir

Foto: Imagen tomada este viernes de la sede social de Bankia. (EFE)
Imagen tomada este viernes de la sede social de Bankia. (EFE)
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Bankia y CaixaBank planean fusionarse. De hacerlo, darían lugar al primer banco por volumen de activos en España. Al respecto, hemos podido leer argumentos radicalmente a favor de la unión o argumentos radicalmente en contra de la misma, pero me temo que en este caso deberíamos estar moviéndonos más bien en una zona de grises. La integración de ambas entidades tiene, desde luego, ciertas ventajas pero sus riesgos también son considerables.

Empecemos por las ventajas. En primer lugar, la fusión permitirá acelerar y profundizar en la reestructuración interna de dos de las principales entidades del sector. Como es sabido, la actividad bancaria se está digitalizando crecientemente, de manera que el sector debe reconvertir un modelo de negocio basado en la cercanía y en la atención presencial a uno fundamentado en los servicios 'online'. Lo anterior implica, claro está, cerrar masivamente oficinas y poner fin a muchas relaciones laborales para que esos trabajadores puedan recolocarse en otras partes de la economía o desarrollar otras funciones valiosas dentro de la propia compañía. Y, en este sentido, Bankia y Caixabank son dos de los bancos que necesitan de un mayor ajuste de oficinas y de plantilla: la entidad fusionada contará con más de 51.000 empleados en España (frente a los 30.000 de BBVA o los 27.000 de Santander) y con 6.700 oficinas (frente a las 3.200 de Santander o las 2.700 de BBVA).

En segundo lugar, la unión de ambas entidades podría contribuir a reforzar la futurible deficiencia de capital en alguna de ellas (siempre que la otra cuente con exceso de capital): algo que resulta especialmente valioso ante la ola de impagos que se avecinan (sobre todo si la actividad no remonta porque nuestras autoridades son incapaces de controlar la pandemia) para evitar nuevas inyecciones de dinero público.

Y tercero, desde un punto de vista político, la fusión contribuye a completar una tarea pendiente desde que en el año 2012 se rescató (y no deberíamos haberlo hecho) a una parte del sistema financiero español: liquidar todas las participaciones públicas en bancos nacionales para evitar la creación de una entidad financiera politizadamente estatal. El PP se negó durante siete años a completar la desestatalización de Bankia porque no quería realizar pérdidas confirmando así ante la opinión pública que nos habían engañado al prometernos que el rescate no acarrearía ningún coste para el contribuyente. A su vez, el PSOE también ha retrasado la privatización porque su socio de gobierno se opone frontalmente a la misma. De ahí que la fusión, y consecuente dilución de la participación estatal en Bankia, conseguirá indirectamente lo que ni PP ni PSOE se han atrevido a ejecutar de frente.

Foto:  El presidente de Bankia, José Ignacio Goirigolzarri (i), la presidenta del Banco Santander, Ana Patricia Botín (c) y el presidente del BBVA, Carlos Torres (d). (EFE)

Pero, como decíamos, la fusión entre Bankia y Caixabank también entraña malas noticias y riesgos muy notables.

Primero, la concentración dentro del sector bancario español va volviéndose cada vez más acusada. Si calculamos el Índice de Herfindahl (que mide el grado de concentración de una industria) por activos en España de los diez primeros bancos operando en nuestro país, veremos que este se incrementa desde el entorno de 1.500 puntos en la actualidad hasta superar los 1.900 tras la fusión, lo cual nos aleja de la zona de concentración moderada y nos acerca a la zona de concentración alta (sobre todo, si esta fusión impulsa otras nuevas dentro del sector financiero patrio). En general, el grado de concentración de una industria no me preocupa en exceso siempre que las barreras de entrada sean baja como para que se le pueda disputar la posición a aquellas compañías que estén abusando de su poder de mercado. Pero es que, justamente, en la industria bancaria no existe de facto libertad regulatoria de entrada (no se otorgan fácilmente fichas bancarias) y, por tanto, la concentración sí es potencialmente un gran problema en semejante sector oligopolizado: menos competencia interna nos aboca al riesgo de tipos de interés más altos para los que solicitan financiación y comisiones más elevadas para la clientela.

Segundo, los procesos de macrointegración bancaria deben ser siempre cuestionados dentro de nuestro perverso marco legislativo actual. A la postre, los bancos enormes poseen una injusta ventaja competitiva frente a los bancos pequeños: una vez se los considera demasiado grandes para quebrar, sus pasivos pasan a estar implícitamente avalados por el Estado, de manera que pueden financiarse en condiciones más (artificialmente) ventajosas. ¿Tiene sentido seguir acogiendo la creación de nuevas entidades sistémicas que los Estados se empeñan en comprometerse a rescatar? Ninguna empresa debería poder medrar a costa de la perspectiva de una recapitalización estatal futura: si una empresa es demasiado grande para quebrar, también debería ser demasiado grande para existir. En el caso que nos ocupa, tanto Bankia como Caixabank ya eran entidades consideradas 'too big to fail' por separado, pero su unión ciertamente requeriría de la movilización de sumas aún más cuantiosas de capital ante un proceso de insolvencia.

Foto: El vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias (i) conversa con el presidente del BBVA, Carlos Torres (i), el pasado lunes en el arranque del curso político. (EFE)

Y tercero, los equilibrios de poder en la coalición gobernante son, cuando menos, inciertos. Si Podemos acepta tragarse el sapo de la privatización de Bankia por la puerta de atrás, probablemente sea a cambio de algún tipo de contrapartida como, por ejemplo, un mayor control sobre la provisión de crédito por parte del ICO: en tal caso, pasaríamos de una situación donde, a día de hoy, la política no está metiendo la nariz en el suministro de financiación al sector privado (el Gobierno no ha empleado su posición de control en Bankia para marcarle el rumbo) a otra donde sí habría interferencia activa como peaje por haber privatizado Bankia.

En definitiva, aunque el mercado haya recibido con alborozo el anuncio de fusión entre Caixabank y Bankia, no deberíamos caer en la trampa de pensar que esa integración es necesariamente ventajosa para el conjunto de la sociedad. Que las cotizaciones de ambos bancos hayan despuntado ante la perspectiva de unión solo indica que los inversores esperan que sus beneficios futuros serán mayores, pero esos mayores beneficios futuros pueden proceder tanto de una mayor generación de riqueza propia… como de una mayor rapiña de la riqueza ajena.

Bankia y CaixaBank planean fusionarse. De hacerlo, darían lugar al primer banco por volumen de activos en España. Al respecto, hemos podido leer argumentos radicalmente a favor de la unión o argumentos radicalmente en contra de la misma, pero me temo que en este caso deberíamos estar moviéndonos más bien en una zona de grises. La integración de ambas entidades tiene, desde luego, ciertas ventajas pero sus riesgos también son considerables.

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