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Por qué me parece un error el modelo de banca Simons que defiende Milei
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Juan Ramón Rallo

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Por qué me parece un error el modelo de banca Simons que defiende Milei

La banca Simons es una mala idea y lo es, sobre todo, para economías dolarizadas

Foto: El candidato a las elecciones argentinas Javier Milei. (Reuters/Mariana Nedelcu)
El candidato a las elecciones argentinas Javier Milei. (Reuters/Mariana Nedelcu)
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Javier Milei no sólo defiende dolarizar a corto plazo la economía argentina sino también implantar a medio plazo un modelo de banca Simons. Desde mi punto de vista, la dolarización es una buena idea que, si se consigue ejecutar adecuadamente facilitará la estabilidad monetaria a largo plazo del país; por el contrario, la banca Simons es una mala idea y lo es, sobre todo, para economías dolarizadas.

¿Qué es exactamente la banca Simons? Se trata de la propuesta de reforma financiera de Henry Simons, economista de la Escuela de Chicago que influyó poderosamente en Milton Friedman. Simons defendía la necesidad de separar el negocio bancario en dos departamentos (siguiendo, por cierto, las ideas de la Escuela Monetaria inglesa del siglo XIX y su malograda Ley de Peel de 1844): por un lado, los bancos de emisión y, por otro, los bancos de inversión. Los primeros se dedicarían a emitir moneda (deuda a muy corto plazo convertible en dinero) y los segundos a invertir en el mercado de capitales. El requisito operativo de los primeros sería operar con un coeficiente de caja del 100% (es decir, que no puedan crear más depósitos a la vista que unidades de dinero posean en reservas), mientras que el requisito operativo de los segundos sería que emitieran obligaciones a largo plazo.

Foto: El economista ultraliberal Javier Milei. (EFE/Gala Abramovich)

¿Por qué este modelo me parece peligroso? Por dos razones: una de implementación y otra de funcionamiento.

Primero, es imposible implementar un modelo de banca Simons sin que el Estado se entrometa exageradamente en las libertades de los ciudadanos. A la postre, es relativamente sencillo prohibir que un banco emita deuda a corto plazo salvo que cuente con suficiente encaje de reservas, pero la reforma de banca Simons no puede terminar ahí… como el propio Henry Simons sabía perfectamente. Si hay agentes económicos que desean poseer deuda a corto plazo no respaldada por reservas de dinero (pues un título contra reservas almacenadas resulta mucho más caro que uno no respaldado) y los bancos no tienen permitido emitirla, entonces esos agentes económicos meramente se dedicarán a adquirírsela a otros que no estén sometidos a esa misma regulación bancaria: grandes empresas, administraciones públicas, fondos monetarios o cualquiera dispuesto a participar en un repo. Por ejemplo, si una empresa compra cualquier mercancía pagándola a plazo (contra un crédito en libros o emitiendo una letra de cambio), ya se estaría emitiendo una deuda a corto plazo que, si fuera endosada por la economía, desempeñaría funciones similares a las de un depósito bancario a corto plazo. Por consiguiente, bajo la banca Simons, el Estado debería prohibir a todos los ciudadanos la emisión de cualquier pasivo a corto plazo (incluyendo los aplazamientos de pagos). Esta conclusión, como digo, no es una rocambolesca interpretación mía de lo que implica la banca Simons, sino del propio Henry Simons:

[La imposición de un coeficiente de caja del 100% a los bancos] es sólo el primer paso para reconstruir totalmente nuestra organización financiera. Por sí solo, como medida aislada, únicamente incentivaría el fraude de ley… y por tanto sólo sería otro esquema monetario disparatado.

(…)

[Además del coeficiente de caja del 100% para los bancos], es necesario limitar estrictamente la capacidad de endeudamiento de otras empresas (…), incluyendo la capacidad de financiarse mediante créditos en libros y compras a plazo”

Foto: El economista ultraliberal Javier Milei. (EFE/Gala Abramovich)

Nótese como Simons califica de “disparatado” un sistema monetario que meramente se limite a separar la banca de emisión de la banca de inversión. Hay que ir mucho más allá y poner totalmente coto a la emisión de cualquier pasivo a corto plazo. Pero, ¿qué tipo de Estado policial necesitaríamos para garantizar que ningún agente dentro de la economía aplace temporalmente sus pagos en dinero?

Segundo, la banca Simons no sólo es muy complicada (¿imposible?) de implementar fuera de un Estado totalitario (en realidad, ni siquiera el stalinismo consiguió controlar los pagos a crédito entre empresas públicas), sino que además es indeseable, sobre todo en una economía dolarizada. Uno de los problemas al que ha de enfrentarse cualquier sistema monetario es el del desequilibrio monetario: si la demanda y la oferta de dinero (incluyendo sustitutos monetarios) no coinciden, ¿cómo restablecemos ese equilibrio? Al respecto, existen dos posibilidades: o mediante un ajuste de precios (del valor del dinero) o mediante ajuste de cantidades (de dinero). La banca Simons impone el ajuste vía precios: si la demanda de dinero supera la oferta, el valor del dinero aumentará (hasta que demanda y oferta sean iguales) y, por tanto, los precios del resto de bienes caerán. Pero si no todos los precios pueden ajustarse a la baja instantáneamente y en la misma proporción (algo que evidentemente ocurre aunque sólo sea por divergencia de expectativas sobre la magnitud de ese ajuste), entonces el incremento del valor del dinero y su imperfecta traslación a menores precios engendrará cambios en los precios relativos y, por tanto, distorsiones en la economía. Por ejemplo, si un empresario baja el precio de sus mercancías pero no puede reducir nominalmente (en la misma medida) sus costes (incluyendo sus salarios), su margen de beneficios se estrechará y aumentará el desempleo.

Por eso es preferible que el desequilibrio monetario se solvente con ajustes de cantidades de dinero: aumentar la oferta de dinero cuando aumenta la demanda y reducir la oferta de dinero cuando disminuye la demanda. Ésa es la función que desempeñan (o deberían desempeñar) los bancos: modificar la oferta de depósitos según la demanda (solvente y líquida) de esos depósitos (como sustitutos del dinero). Pero la reforma de Henry Simons impide que los bancos desempeñen esa función, de modo que fuerza a que el desequilibrio monetario se salde vía ajuste de precios. Todavía peor: en una economía con banco central propio y banca Simons, teóricamente el banco central podría suplantar a la banca privada a la hora de ajustar la oferta de dinero a su demanda (remarco lo de teóricamente, porque en la práctica tampoco funcionaría bien dada la insuficiente información del banco central). Pero si la economía está dolarizada, ni siquiera existiría esa válvula de escape, exponiendo totalmente la actividad económica argentina a las fluctuaciones (que podrían llegar a ser autoalimentadas) de la demanda de dinero.

Foto: Milei después de conocer el resultado de las primarias. (EFE/Gala Abramovich)

Acaso por todo ello, el propio Milton Friedman que en su juventud defendió un esquema monetario muy similar al de Simons, escribió en 1967 lo siguiente:

Al releer el trabajo de Henry Simons para preparar esta conferencia, me impactó el contraste de mi reacción respecto a, por un lado, su teoría monetaria y, por otro, su reforma monetaria. Su teoría monetaria me impresionó como sofisticada y correcta; sus propuestas de reforma como mayoritariamente irrelevantes y erróneas.

Si a este respecto pudiera darle un consejo a Milei, sería el siguiente: vale la pena intentar la dolarización pero desde luego no la banca Simons.

Javier Milei no sólo defiende dolarizar a corto plazo la economía argentina sino también implantar a medio plazo un modelo de banca Simons. Desde mi punto de vista, la dolarización es una buena idea que, si se consigue ejecutar adecuadamente facilitará la estabilidad monetaria a largo plazo del país; por el contrario, la banca Simons es una mala idea y lo es, sobre todo, para economías dolarizadas.

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