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Desigualdad, pobreza y desvergüenza intelectual
Juan Ramón Rallo ha publicado artículos en los que discute los efectos de la desigualad sobre el bienestar, y no todo vale a la hora de acudir a la literatura científica para defender un argumento
En los últimos días, Juan Ramón Rallo ha publicado un par de artículos en los que discute los efectos de la desigualdad sobre el crecimiento y el bienestar. Conclusión: la desigualdad no sólo no está reñida con el crecimiento y el bienestar, sino que los potencia. Y existe además, dice Rallo, abundante evidencia empírica que apoya esas conclusiones.
Ante tal alud de afirmaciones, la primera reacción de quienes les escriben fue de relativa incredulidad. ¿Cómo pueden esos trabajos haber encontrado una relación positiva entre desigualdad y crecimiento pese a la amplia literatura que apunta en el sentido opuesto? La sorpresa resultó ser aún mayor cuando comprobamos que los artículos que se referían no llegaban a conclusiones tan rotundas como las expresadas por Rallo. No todo vale a la hora de acudir a la literatura científica para defender un argumento. Cualquier artículo de opinión que pretenda convencer de la estructura de cierta realidad debe servirse tanto de las evidencias existentes como de la mayor honestidad posible. El discurso debe estar al servicio de la evidencia, no la evidencia al arbitrio del discurso. Lo contrario, ya se sabe, es osadía intelectual. Empezamos por la evidencia que “muestra” que la desigualdad promueve el crecimiento.
El primer ejemplo de este empleo deshonesto de la evidencia lo encontramos cuando Rallo se apoya (supuestamente) en un trabajo de Neves y otros (2016) para concluir que “el impacto medio de la desigualdad en el crecimiento es negativo y estadísticamente significativo, pero no relevante desde un punto de vista económico”. ¿Seguro? No hace falta interpretar el sentido del artículo para darse cuenta de que no es así, porque los autores dicen literalmente que la “desigualdad debida a la riqueza” tiene un impacto significativo y negativo sobre el crecimiento económico, mientras que la “desigualdad de ingresos” no sólo tiene el mismo efecto negativo sino que incluso es mayor en los países en vías de desarrollo.
Cualquier artículo de opinión que busque convencer de la estructura de cierta realidad debe servirse de las evidencias existentes y de la mayor honestidad
El segundo hito en la carrera hacia la insolencia de Rallo lo encontramos cuando, basándose (supuestamente) en Voitchovsky (2015), sostiene que “la correlación negativa entre desigualdad y crecimiento se obtiene metiendo muchas variables muy distintas dentro de un mismo saco: países desarrollados y países subdesarrollados; o desigualdades derivadas del aumento de la pobreza y desigualdades derivadas del incremento de la riqueza”. El problema es que nada avala la conclusión de Rallo.
Primero, porque el trabajo de Voitchovsky está realizado con una muestra únicamente de países avanzados: no mezcla “países desarrollados y países subdesarrollados” para lograr ese efecto negativo entre las dos variables.Segundo, porque tiene importantes deficiencias que la propia autora no tiene reparos en reconocer cuando afirma que “la desigualdad medida ya sea por el coeficiente de Gini, el ratio 90/75, o el ratio 50/10 no parece estar significativamente relacionada con el crecimiento económico cuando solo una de estas medidas es incluida”.
Manipular los datos no es una práctica científica muy recomendable, seleccionar artículos que presentan tantas deficiencias, tampoco
El problema con el tercer trabajo que menciona para afirmar que la desigualdad promueve el crecimiento (Kolev y Neuhes 2016) no reside tanto en que Rallo tergiverse descaradamente sus conclusiones como en la propia selección de un artículo que presenta tantas deficiencias. Sin entrar en detalles técnicos, ocurre que (1) el tamaño de la muestra es más bien pequeño, (2) no controlan por redistribución (algo más que aconsejable cuando empleas Gini como indicador de desigualdad), (3) los resultados econométricos no están sometidos a un correcto análisis de robustez y (4) la muestra solo toma datos desde la década de 1990, por lo que están muy condicionados por lo ocurrido en los países del Este de Europa. Estirar la interpretación de los datos no es una práctica científica muy recomendable, seleccionar artículos que presentan tantas deficiencias, tampoco.
El cuarto trabajo que cita Rallo es el de Castells-Quinta y Royuela (2017), donde se aborda la distinción entre desigualdad de oportunidades y de resultados. Existe un relativo consenso en que la primera es negativa para el crecimiento al no explotar adecuadamente las potencialidades de sus ciudadanos, generando una brecha entre resultados y esfuerzo. La segunda que se argumenta podría ser positiva al reflejar distintos niveles de esfuerzo y productividades. Esto generaría los incentivos, dentro de un marco de igualdad de oportunidades, para explotar las potencialidades individuales y recibir la recompensa adecuada. Basándose (supuestamente) en Castells-Quintana y Royuela, Rallo sostiene que este tipo de desigualdad "no daña en absoluto el crecimiento económico: al contrario, lo impulsa".
El problema es que las conclusiones del trabajo no se corresponden con las afirmaciones del autor. No hace falta interpretar nada, porque los autores dicen literalmente que "nuestros resultados señalan, en línea con la literatura, que la alta desigualdad posee un efecto negativo en el crecimiento a largo plazo". Encuentran que los efectos positivos que menciona Rallo solo explican al 20% de la desigualdad, por lo que el impacto neto de la desigualdad sobre el crecimiento es negativo.
Por último, Rallo ha afirmado en otro artículo que la desigualdad tiene efectos positivos sobre el bienestar de los individuos. Y (supuestamente) basa esta conclusión en trabajos científicos como el de Kelley y Evans (2017). La pega aquí es que, una vez más, Rallo somete a su discurso descaradamente las conclusiones de ese trabajo. Lo que dicen Kelley y Evans es que la desigualdad tiene un efecto positivo sobre el bienestar de los individuos en los países en vías de desarrollo que no parece observarse en los países desarrollados. No es que la desigualdad aumente el bienestar, sino que los aumentos de renta o los cambios en las condiciones de partida ocasionan mejoras de la felicidad subjetiva, aunque ello genere desigualdad de la sociedad. Esto no ocurre en los países avanzados, donde mejorar sus ya de por sí elevados niveles de renta no conlleva los mismos efectos sobre el bienestar de los individuos.
Los cambios en las condiciones de partida o en la renta ocasionan mejoras de la felicidad subjetiva, aunque ello genere desigualdad de la sociedad
El elenco de temas en los que la evidencia proveniente de los avances del conocimiento debe constituir el punto de partida para un debate público informado por el estado actual de la ciencia y la tecnología es muy extenso, e incluye obviamente las relaciones entre crecimiento económico y desigualdad. En ese sentido, es de agradecer que Rallo trate de enriquecer el debate público sobre la cuestión con el conocimiento y la evidencia proveniente de la literatura económica más reciente. Lo que no es tan de agradecer, y de hecho reprobarlo constituye el objeto principal de este artículo, es retorcer los datos, sesgarlos, manipularlos o incluso directamente falsearlos hasta conseguir que corroboren las conclusiones que nos dicta la ideología y que, por ello, teníamos redactadas antes de consultar esa evidencia. Incorporar el conocimiento científico a la discusión pública está bien. Hacerlo respetando las reglas básicas de la honestidad intelectual está mejor.
*Manuel Alejandro Hidalgo es profesor de Economía en la Universidad Pablo Olavide. Kamal Romero es profesor de Macroeconomía en el Centro de Enseñanza Superior Cardenal Cisneros-UCM. Gonzalo López es economista y autor del blog Economictales.com. Jorge Díaz Lanchas es doctor y máster en Economía Internacional por la Universidad Autónoma de Madrid. Borja Barragué es profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid.
En los últimos días, Juan Ramón Rallo ha publicado un par de artículos en los que discute los efectos de la desigualdad sobre el crecimiento y el bienestar. Conclusión: la desigualdad no sólo no está reñida con el crecimiento y el bienestar, sino que los potencia. Y existe además, dice Rallo, abundante evidencia empírica que apoya esas conclusiones.