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Manuel de la Fuente

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La política está volviendo a ser una profesión para quien arriesga. Atrás quedaron los tiempos en que servían las respuestas hechas a preguntas prefabricadas

Foto: El vencedor de las primarias socialistas, Pedro Sánchez. (EFE)
El vencedor de las primarias socialistas, Pedro Sánchez. (EFE)

La victoria de Pedro Sánchez en las primarias del PSOE hace poco más de una semana supuso una nueva escalada en el panorama general de inestabilidad que caracteriza a la situación política. El regreso del secretario general a hombros de la militancia socialista tendrá efectos mucho más allá de Ferraz. El Gobierno aprobará las cuentas de 2017 en pocos días, pero el otoño se antoja complicado para gestionar un escenario parlamentario en minoría y un clima social crecientemente crítico.

Teníamos respuestas y cambiaron las preguntas

La política está volviendo a ser una profesión para quien arriesga, donde la audacia lo es casi todo. Atrás quedaron los tiempos en los que servían las respuestas hechas a preguntas prefabricadas en argumentarios matutinos, o bastaba con suplir la falta de contenido elevando el tono de voz. Hoy, para desgracia de quienes preconizan el desinterés generalizado hacia la política, ocurre justamente lo contrario: la sociedad se ha vuelto más exigente y ha demostrado una dureza desgarradora a la hora de castigar a quien se confía en exceso.

Además, entre otras muchas cosas, el choque generacional es imparable. Los dos partidos tradicionales tienen el reto de renovar forma y fondo para volver a conectar con los grupos de edad por debajo de los 55 años. Y, probablemente, no será suficiente explotar el falso mito de ofrecer soluciones basadas en exagerar la importancia de las redes sociales y la digitalización. Es evidente que en 2017 no puedes comunicarte como lo hacías hace 30 años: condición necesaria, pero no suficiente. La clave son las ideas.

No será suficiente explotar el falso mito de ofrecer soluciones basadas en exagerar la importancia de las redes sociales

Algunos cuadros socialistas, curtidos en los años de la transición y en los estertores del franquismo, vinieron acompañados de un relato épico que les dotó de autoridad por tres décadas. Pero la nueva generación de dirigentes, de la cohorte de Susana Díaz y Pedro Sánchez, tiene que conquistar y revalidar su autoridad permanentemente. Aquel día en que el actual secretario general dejó su acta de diputado, tomó su coche y se puso a hacer kilómetros para defender su relato, ante la incredulidad de unos y el desprecio de otros, comenzó a forjarla. Quién les iba a decir a Felipe González, a Alfonso Guerra y a los demás que, en ese sentido, quien más aprendió de ellos fue precisamente Sánchez.

España: entre Francia y Portugal

En la resaca de las primarias socialistas, Ciudadanos hace cábalas pensando que se podrían ampliar sus posibilidades, con un PSOE mirando a Podemos y un PP distraído en calcular cómo esquiva el próximo escándalo. Observan con interés Francia, pensando que en España podremos tener a nuestro propio Macron. Pero olvidan que los ingredientes del caldo francés son muy distintos y que el nuevo presidente fue elegido en una segunda vuelta con el voto de millones de personas decididas a acatar la opción menos mala para frenar la escalada de la extrema derecha populista. Las reglas, el sistema y la tradición cambian. Sin embargo, en estos tiempos convulsos —y con un PP demasiado lento a la hora de ejecutar su regeneración interna—, a veces las victorias, pequeñas o grandes, también llegan por incomparecencia del adversario. Que se lo pregunten al propio Rajoy.

Por su parte, Sánchez y Podemos han inferido la posibilidad de explorar la vía portuguesa, donde el experimento de Gobierno de socialistas y comunistas, presididos por el conservador Rebelo de Sousa, ha cosechado elogios hasta de la misma Alemania. Sin embargo, es evidente que esta posibilidad se antoja harto difícil con la actual aritmética parlamentaria y, a día de hoy, es más una propuesta de futuro que de presente.

Moncloa, donde (aparentemente) no pasa nada

Lo que sí puede ocurrir en el corto y medio plazo es un recrudecimiento de la oposición al Gobierno, susceptible de acelerar su desgaste. Hasta la fecha, más allá de la dureza esgrimida en temas como la corrupción, el primer partido de la oposición había construido una relación de confianza con el PP que se traducía en diversos acuerdos parlamentarios a modo de 'triple alianza' no explícita entre PP, Ciudadanos y PSOE, hoy condenada a la desaparición. Y no solo eso, sino que, independientemente de la moción de censura en ciernes, una alianza 'de facto' en el Congreso de los Diputados del nuevo PSOE y Podemos para hacer oposición podría erosionar considerablemente al Gobierno en minoría.

Por más que la aritmética parlamentaria les siga beneficiando, la aprobación de los PGE ha demostrado la dificultad (y los costes) de buscar otro tipo de aritméticas en el Congreso. Además, el clima político en el Parlamento podría tornarse irrespirable de cara al otoño, cuando debiera iniciarse de nuevo el vía crucis presupuestario cara a 2018. Solo el recrudecimiento del problema catalán podría tender algún puente entre Gobierno y PSOE pero, aun así, el órdago de Puigdemont representa hoy una incógnita cuyos efectos en el Gobierno aún son difíciles de dilucidar.

Una de las principales lecciones de las primarias socialistas es que, en el actual contexto de inestabilidad, no hay opción imposible ni enemigo pequeño. Sánchez, que —desde PP a Podemos, pasando por su propio partido— fue subestimado por todos, vuelve a estar hoy en el centro de la agenda, tras conectar con las aspiraciones de la militancia socialista a base de perseverancia. Y ofreció a su público un producto tan infalible como difícil de definir. Ese que siempre funciona en comunicación política: el cambio.

La victoria de Pedro Sánchez en las primarias del PSOE hace poco más de una semana supuso una nueva escalada en el panorama general de inestabilidad que caracteriza a la situación política. El regreso del secretario general a hombros de la militancia socialista tendrá efectos mucho más allá de Ferraz. El Gobierno aprobará las cuentas de 2017 en pocos días, pero el otoño se antoja complicado para gestionar un escenario parlamentario en minoría y un clima social crecientemente crítico.

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