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Sánchez puso en evidencia a Pablo Iglesias en el debate a cuatro
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Antonio Casado

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Sánchez puso en evidencia a Pablo Iglesias en el debate a cuatro

Hasta en una docena de ocasiones, Sánchez acusó a Iglesias de haberse aliado con Mariano Rajoy para impedir un Gobierno progresista en la fallida legislatura del 20 de diciembre

Foto: Begoña Gómez y Pedro Sánchez a su llegada al debate. (Reuters)
Begoña Gómez y Pedro Sánchez a su llegada al debate. (Reuters)

Un vector capital de estas elecciones es el presunto descenso de categoría del PSOE. Es un lugar común hablar del desplazamiento del PSOE a la tercera posición del 'ranking' parlamentario. El debate de anoche nos dio el minuto y resultado de su particular competición con el consorcio Unidos Podemos. Y en ese sentido creo que a Iglesias no le ha sentado bien el baño de realismo. Se le vio desplazado en la esgrima sobre propuestas y claramente contrariado por la insistencia de su competidor por la izquierda, Pedro Sánchez, en recordarle su valiosa aportación para la continuidad del PP en el poder.

Hasta en una docena de ocasiones, Sánchez acusó a Iglesias de haberse aliado con Mariano Rajoy para impedir un Gobierno progresista en la fallida legislatura del 20 de diciembre. Y en otras tantas ocasiones Iglesias hizo como si no lo oyera. Y cuando quiso oírlo, terminó murmurando entre dientes: “Pedro, que el adversario no soy yo”. Lo cual era una manera de recordarle que sigue con la mano tendida para gobernar en coalición después del 26-J. Por si había dudas, lo hizo explicito a lo largo del debate, sin acuse de recibo por parte de Pedro Sánchez.

Por tanto, el duelo bilateral entre ambos se saldó, a mi juicio, a favor del líder socialista. No tanto como para frenar el 'sorpasso' cantado por las encuestas, porque todavía queda mucho partido, pero sí para motivar al votante clásico del PSOE. Justamente el que en las ultimas elecciones se había refugiado en Podemos y en la abstención. Nada menos que un millón y medio de votantes perdidos en la polvareda después de las elecciones de noviembre de 2011 con Rubalcaba de candidato.

El duelo bilateral se saldó, a mi juicio, a favor del líder socialista. No tanto como para frenar el 'sorpasso', pero sí para motivar al votante clásico del PSOE

Sin embargo, los disparos verbales más contundentes contra Iglesias no fueron los de Sánchez sino los de Albert Rivera, que volvió a mortificarle con alusiones a los dineros recibidos del chavismo para operar políticamente en España y con el proverbial camaleonismo del líder de Podemos: “No vista usted al lobo con piel de cordero para engañar a la gente”, le espetó Rivera, que, por cierto, atacó con la misma contundencia a Rajoy y a la parte del Partido Popular afectada por el inmovilismo y los escándalos de corrupción. La réplica no se hizo esperar. Rajoy tachó al líder de Ciudadanos de tener “una mentalidad inquisitorial”.

No solo Rivera atacó al presidente del Gobierno en funciones. Rajoy también fue el primer destinatario de los reproches lanzados por los otros dos contendientes. Era lo previsto en Moncloa y así fue. Pero no solamente no lograron acobardar el candidato del PP, sino que el triple acoso le salió muy rentable, con la simple reiteración de su discurso respecto a la tarea llevada a cabo durante su mandato: evitar el rescate de la economía sin dañar el Estado del bienestar, amén de volver una y otra vez a mencionar la creación de empleo como la única y verdadera palanca de retorno a la España feliz.

Un vector capital de estas elecciones es el presunto descenso de categoría del PSOE. Es un lugar común hablar del desplazamiento del PSOE a la tercera posición del 'ranking' parlamentario. El debate de anoche nos dio el minuto y resultado de su particular competición con el consorcio Unidos Podemos. Y en ese sentido creo que a Iglesias no le ha sentado bien el baño de realismo. Se le vio desplazado en la esgrima sobre propuestas y claramente contrariado por la insistencia de su competidor por la izquierda, Pedro Sánchez, en recordarle su valiosa aportación para la continuidad del PP en el poder.

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