Al Grano
Por
Iglesias, el buenismo inesperado
Ninguno de los cuatro hizo méritos para figurar en un libro de 'Vidas ejemplares'. Si acaso, Iglesias. Quién nos iba a decir que acabaría siendo el chico bueno de la clase
Iglesias, didáctico. Sánchez, indolente. Casado, a remolque de Rivera. Y Rivera, excesivo. Ninguno de los cuatro hizo méritos para figurar en un libro de 'Vidas ejemplares'. Si acaso, Iglesias, que ayer se dejó el misal en casa (la Constitución). Quién nos iba a decir que acabaría siendo el chico bueno de la clase. Para él, la medalla de anoche. La de anteanoche, para Rivera, que ayer estuvo faltón y sobreactuado.
Después del segundo debate entre los aspirantes a la Moncloa, más ágil, más flexible que el otro, procede elevar a definitivas las conclusiones que eran provisionales después del primero.
Dos partidos consecutivos de dobles, con cambio de escenario, donde se competía con el compañero por ver quién era más eficaz frente a la pareja adversaria. Empate en ambos partidos porque, con parecida desgana, el público siguió aplaudiendo a los suyos. A la pareja de la derecha o la pareja de la izquierda.
Quede claro, pues, que los votos y los aplausos no cambiaron de bando. Pero sí de jugador preferido. En uno de los bandos ganó claramente Albert Rivera. Con un juego mucho más agresivo, más celebrado y más desestabilizador del enemigo común: Pedro Sánchez. En el otro bando, la indolencia gestual y el juego cansino pero resultón del presidente del Gobierno fue suficiente para imponerse el lunes en TVE al juego preciosista pero poco creíble de Iglesias (¿de repente, la Constitución?).
Los votos y los aplausos no cambiaron de bando. Pero sí de jugador preferido. Ayer fue un irreconocible Iglesias el que desbordó a Sánchez
Ayer, sin embargo, fue un irreconocible Iglesias el que desbordó a Sánchez en propuestas, en talante, en capacidad comunicadora, en moderación. “Menos sobreactuación y más empatía, señores”, se permitió aconsejar a los otros candidatos. Y el propio presidente del Gobierno lo secundó: “Subscribo lo que ha dicho Pablo Iglesias”.
Todavía no me he recuperado de la sorpresa. Cuando el debate se parecía más a una pista de coches de choque que a un civilizado debate entre personas presuntamente educadas, el líder de Unidas Podemos se abría paso entre los golpes para ejercer de casco azul, apelando al orden y los buenos modales. Un buenismo activo que puede haber debilitado la primacía demoscópica del PSOE en el campo de la izquierda. No tanto por seducción de votantes socialistas sino por reactivación de exvotantes desganados de Podemos.
Apenas cuatro minutos dedicados al conflicto catalán y a los pactos, pero volvió a planear la sombra negra del bloqueo a la gobernabilidad del país. Esa sombra, maliciosamente invocada por Casado y Rivera (“Es usted el candidato favorito de los enemigos de España”), que proyecta el miedo a que una hipotética igualdad de fuerzas entre los bloques se deshaga por apareamiento del PSOE con los separatistas.
Esa amenaza se cuela en todos los análisis sobre el futuro inmediato de la política nacional. Es el miedo al bloqueo político como resultado del rechazo a un socio cuyo objetivo político es la ruptura de la soberanía nacional. Sánchez volvió a ser contundente en el rechazo a esos objetivos (“ni independencia, ni referéndum ni ruptura de la soberanía nacional”), pero no lo fue en el rechazo a esa posible alianza.
La otra combinación de aritmética propicia a un Gobierno de mayoría absoluta sería una alianza PSOE-Ciudadanos. Aquí la malicia la puso Iglesias, sabedor de las presiones de los poderes fácticos para llegar a ese pacto.
¿Puede haber marcha atrás? El líder de Ciudadanos insistió ayer en mirar hacia el PP como socio del, según él, “único Gobierno constitucional posible". Y Sánchez dijo que no entraba en sus planes.
Iglesias, didáctico. Sánchez, indolente. Casado, a remolque de Rivera. Y Rivera, excesivo. Ninguno de los cuatro hizo méritos para figurar en un libro de 'Vidas ejemplares'. Si acaso, Iglesias, que ayer se dejó el misal en casa (la Constitución). Quién nos iba a decir que acabaría siendo el chico bueno de la clase. Para él, la medalla de anoche. La de anteanoche, para Rivera, que ayer estuvo faltón y sobreactuado.