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Cádiz como metáfora de la España olvidada
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Antonio Casado

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Cádiz como metáfora de la España olvidada

El megáfono de Kichi no emitió salmos de comunista trasnochado. Su grito denunció el agravio a una tierra: "Hemos tenido que meter fuego a Cádiz para que Madrid se fije"

Foto: Uno de los manifestantes de la movilización de Cádiz. (EFE/Román Ríos)
Uno de los manifestantes de la movilización de Cádiz. (EFE/Román Ríos)

La alcaldesa de Puerto Real, Elena Amaya, apoyó las reivindicaciones salariales de los trabajadores de Cádiz con un significativo grito movilizador: "¡Somos el culo de este país!". La soflama salió de su alma gaditana, donde se aloja un sentimiento de agravio a una tierra herida por el paro, un 30% de su población en riesgo de exclusión y el narcotráfico como alternativa a sus insoportables tasas de paro juvenil.

Muy parecido fue el grito del alcalde de la capital, José María González, más conocido por el sobrenombre de Kichi. No fueron vivas a la clase obrera o salmos de comunista trasnochado. Usó el megáfono para que su grito se oyera más allá de la plaza de San Juan de Dios: "Hemos tenido que meter fuego a Cádiz para que Madrid se fije".

Foto: Un manifestante del sector del metal en Puerto Real (Cádiz). (EFE/Román Ríos)

Esas apelaciones las firmaría cualquier alcalde de provincias olvidadas. Nacen del sentimiento de pertenencia a una tierra empobrecida. Las demandas sectoriales de los asalariados se integran así en una petición de ayuda al territorio marcado por el desempleo, la desigualdad y la indolencia de los poderes públicos. Los aldabonazos son cada vez más frecuentes en la España amenazada por la desatención.

El orgullo de ser y querer a una tierra tiende a politizarse. Tira más que la sigla de un partido político de toda la vida. Y se ha potenciado con la extendida impresión de que los nacionalismos periféricos —amor a la tierra convertido en objetivo sedicioso—, utilizan su representación electoral para recibir un trato preferente por parte de las instituciones.

"El orgullo de ser y querer a una tierra tiende a politizarse. Tira más que la sigla de un partido político de toda la vida"

En una de mis columnas recientes, traté de explicar el incipiente movimiento de asociaciones y grupos ciudadanos de la España olvidada dispuestos a utilizar la ley D’Hondt para imitar a los nacionalistas que influyen en la gobernación del Estado muy por encima de sus cuotas de voluntad popular. Son más en sus respectivas circunscripciones, y no siempre, pero representan a menos en un sistema de soberanía nacional única como el nuestro.

Esa tendencia a politizar el agravio comparativo siguiendo el ejemplo pionero de Teruel Existe, si se confirma con hechos, no llegará a tiempo de hacer la vida imposible a un Gobierno que empatiza con el nacionalismo periférico. Pero puede estar anunciado un severo castigo al bipartidismo. No olvidemos que, en gran medida, la aparición de ese tipo de grupos políticos o agrupaciones electorales vinculados a una o varias provincias, sobre todo en las dos Castillas, supondría emanciparse del PP y el PSOE al grito de "no nos representan", ya propuesto por Podemos (año 2015) y ya desvanecido en el tablero político porque tampoco supo o tampoco quiso responder a las preocupaciones reales de la gente.

Foto: Protestas del sector del metal en Cádiz. (EFE/Román Ríos) Opinión
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La tendencia a la politización del agravio en la España vaciada también se detecta en la prisa de dirigentes cuya sed de visibilidad se calma con su interesada respuesta al clásico llamamiento: "No nos mires, únete". Son dirigentes que seguramente han olvidado que de un político se esperan soluciones a los problemas de la gente, no compañía en una manifestación o en una marcha de protesta contra esto o aquello.

En la gran manifestación de la España vaciada (abril de 2019) la plataforma organizadora negó un lugar preferente a los políticos que decidieron sumarse. Justamente el fondo de la queja es el reproche a los partidos convencionales que nunca se tomaron en serio el drama de las zonas que padecen despoblación, falta de servicios adecuados, huida de jóvenes por falta de oportunidades y olvido de los poderes públicos, con pérdida de habitantes en muchas capitales de provincia y pequeñas ciudades, mientras que las grandes ciudades tienden a ganarlos.

El acercamiento al fenómeno del arraigo territorial con tendencia a politizarse me ha hecho recordar que Stalin, un cuarto de siglo después de la revolución soviética, motivó a los soldados que iban a la guerra tras la invasión de la Alemania nazi (Operación Barbarroja) con patrióticas apelaciones a la madre Rusia. No al "hombre nuevo" ni al proletariado del mundo.

La alcaldesa de Puerto Real, Elena Amaya, apoyó las reivindicaciones salariales de los trabajadores de Cádiz con un significativo grito movilizador: "¡Somos el culo de este país!". La soflama salió de su alma gaditana, donde se aloja un sentimiento de agravio a una tierra herida por el paro, un 30% de su población en riesgo de exclusión y el narcotráfico como alternativa a sus insoportables tasas de paro juvenil.

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