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¿Quién es José Antonio Primo de Rivera?

El fundador de Falange fue condenado a muerte y ejecutado por rebelión militar, pero esta se produjo cuando llevaba cuatro meses entre rejas

Foto: José Antonio Primo de Rivera.
José Antonio Primo de Rivera.
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Si todo va según lo previsto, a estas horas ya se habrá producido el traslado de los restos de José Antonio Primo de Rivera del antes llamado Valle de los Caídos al cementerio madrileño de San Isidro, donde a partir de ahora será honrado por su familia. Nada que objetar. Responde a la aplicación de la letra y el espíritu de la Ley de Memoria Democrática.

Es lógico que un Gobierno democrático quiera terminar con los lugares de culto al franquismo. La exaltación de la dictadura construida sobre las ruinas de una guerra civil ofende la memoria de sus víctimas. Lo que no se entiende es que se haya tardado tanto en retirar a Franco (octubre de 2019) y ahora al fundador de la Falange del espacio preeminente que sus tumbas ocupaban junto al altar mayor de la basílica de Cuelgamuros.

Foto: Valle de Los Caídos. (EFE/Inés Verdejo)

Esta tardía reacción oficial en decretar las dos exhumaciones convierte en pólvora mojada la supuesta intención electoralista del Gobierno de Pedro Sánchez, denunciada recientemente por Esteban González Pons, vicesecretario general del PP para Asuntos Institucionales. Ya metidos en harina, los ejercicios de memoria histórica dan la ocasión de responder a la pregunta que hoy se harán millones de españoles ante la noticia del traslado: pero ¿quién fue José Antonio Primo de Rivera?

Aquel apuesto joven (1903-1936), culto, brillante, aristócrata, de sólida formación universitaria, furibundo antiliberal y declarado seguidor de las ideas fascistas (había sido recibido ya por Hitler y por Mussolini), fue un represaliado de la Segunda República. Tras la Guerra Civil, se convirtió en la aparatosa coartada ideológica del franquismo y del propio general Franco que, en términos de lucha por el poder tras el golpe del 18 de julio, fue el gran beneficiado por la desaparición de quien le hubiera disputado el mando. O sea, una víctima por partida doble.

Me explico. Desde el punto de vista legal y político, fue una víctima del régimen republicano, porque sufrió las consecuencias de que las garantías constitucionales (incluidas las que no tuvo frente al tribunal que lo condenó a muerte en plena Guerra Civil) estuvieran suspendidas de hecho desde julio de 1936. Y, por otra parte, tanto su legado ideológico como la minoritaria organización política que había fundado tres años antes (octubre de 1933) fueron utilizados como elementos vertebradores del formidable aparato de poder levantado por el generalísimo. En vida de ambos, nunca se llevaron bien. A Primo de Rivera jamás se le hubiera pasado por la cabeza que acabaría convertido en objeto de culto por decisión de aquel militar africanista del que le separaba un abismo espiritual y político y con el que se negó a compartir candidatura electoral por Cuenca.

Foto: Cartel republicano denunciando a la 5.ª Columna.

Para rastrear el historial del personaje, pretendo huir de plantillas presentistas. Prefiero acogerme al beneficio de la analgésica distancia de los 87 años transcurridos desde que un pelotón de fusilamiento acabó con aquel preso político en la cárcel de Alicante. Un tribunal especial lo condenó a muerte por rebelión militar, aunque la rebelión (golpe de Estado del 18 de julio de 1936, urdido por el general Emilio Mola, el director) se produjo cuando Primo de Rivera llevaba más de cuatro meses entre rejas porque el presidente, Manuel Azaña, había ordenado actuar "sin contemplaciones" contra la violencia callejera de la ultraderecha. Equiparable, eso sí, a la practicada entonces por grupos armados socialistas y anarquistas.

Alguien tan poco sospechoso como el gran Julián Zugazagoitia, socialista, ministro de la Gobernación del Gobierno Negrín, huido a Francia antes de ser entregado por la Gestapo y fusilado por los franquistas en las tapias del Cementerio del Este de Madrid, llegó a declarar en su día que la ejecución de José Antonio había sido "algo peor que una injusticia: un error".

Y, ya por decirlo todo, es verdad que más de un falangista de la primera época pagaría con su vida, ya terminada la Guerra Civil, solo por oponerse al famoso "decreto de unificación" de la Falange con los requetés decidido por Franco por el artículo 33, el de su real gana. Aquel decreto acabaría dando lugar al aparatoso Movimiento Nacional que acabó vistiendo la indigencia política e ideológica del general Franco. Pero también sirvió para que algunos intelectuales falangistas, como Eugenio Montes, dijeran luego que la Falange se había equivocado de bando en la Guerra Civil.

Si todo va según lo previsto, a estas horas ya se habrá producido el traslado de los restos de José Antonio Primo de Rivera del antes llamado Valle de los Caídos al cementerio madrileño de San Isidro, donde a partir de ahora será honrado por su familia. Nada que objetar. Responde a la aplicación de la letra y el espíritu de la Ley de Memoria Democrática.

José Antonio Primo de Rivera
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