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Ecuación Frankenstein, minada por las broncas internas
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Antonio Casado

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Ecuación Frankenstein, minada por las broncas internas

Las señales que llegan de los tratos para la investidura de Sánchez no calman la sed de estabilidad de ciudadanos, empresarios e instituciones

Foto: Imagen de la primera votación del Congreso a la investidura de Feijóo. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
Imagen de la primera votación del Congreso a la investidura de Feijóo. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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El conflicto interminable de Oriente Próximo retrata la división interna del Gobierno en funciones. Mientras el presidente Sánchez se esconde tras el recurso enlatado del respeto al derecho internacional, los ministros de Unidas Podemos (hoy desunidos bajo la marca Sumar) cargan contra Israel. Poco amigos de los matices, la ministra Belarra apuesta por pedir a la Fiscalía de la Corte Penal Internacional que investigue los "crímenes de guerra de Netanyahu", y el ministro Garzón, coordinador federal de Izquierda Unida, se dirige al titular de Exteriores, José Manuel Albares, exigiendo una "condena de España a los ataques israelíes" sobre la Franja de Gaza.

No pretendo sumarme a la avalancha mediática de glosas, análisis, interpretaciones o versiones diversas sobre lo que está ocurriendo y lo que puede ocurrir tras el ataque terrorista de Hamás sobre la desprevenida población civil de Israel. Me reitero en que este conflicto no es de buenos y malos, pues las razones morales y políticas están repartidas, si bien la fuerza reside desproporcionadamente en uno de los bandos.

Foto: Pedro Sánchez saluda al senador de Bildu Gorka Elejabarrieta en presencia de Santos Cerdán y Mertxe Aizpurua. (Europa Press/Eduardo Parra)

No va de eso ahora. Solo pretendo señalar los riesgos que acechan a la formación de un Gobierno minado por las broncas de sus distintos componentes. Dentro de cada uno de ellos y de ellos entre sí. Por lo que sabemos de sus interactuaciones, movidas por el interés común de evitar nuevas elecciones, no llegan buenas señales que puedan calmar la sed de estabilidad entre empresarios, inversores, instituciones y los ciudadanos en general.

Zapatero explica a Carlos Alsina lo bien que le sentará al país encamarse con los enemigos del Reino para garantizar su gobernabilidad

Que un líder político pierda la coherencia es como si un filósofo pierde la razón. Dotar de estabilidad al Reino con la ayuda de los enemigos del Reino es un contradiós. Por mucho que el expresidente Rodríguez Zapatero explique esta mañana a Carlos Alsina lo bien que le va a sentar al país encamarse con quienes reniegan del Rey, dan por bien empleados los asesinatos de ETA, estigmatizan al Tribunal Supremo y cargan a todas horas contra el "Estado represor". Pero es lo que hay. Entre ellos anda el juego: enemigos declarados del régimen del 78 y nacionalistas periféricos que no quieren ser españoles.

¿Qué puede salir mal con esos mimbres?

Ahí vive el germen de la descomposición de un Gobierno que va a nacer como un mal menor (a ninguno de sus componentes le interesa volver a las urnas) movido no por las convicciones sino por la apremiante conveniencia de un secretario general del PSOE que ha aparcado los valores de una organización centenaria, comprometida con la igualdad, libertad (incluida la de sus propios seguidores) y el respeto a la ley.

La balcanización de Sumar no desmerece la lucha entre ERC y Junts, o Bildu y PNV, y su absurda carrera de sacos (español el último)

La base del poder de Sánchez es un pedestal cuarteado por los enfrentamientos latentes entre las fuerzas políticas que conforman la llamada ecuación Frankenstein. Insisto: de ellas entre sí y dentro de cada una. La balcanización de Sumar no desmerece la lucha fratricida entre ERC y Junts, como entre Bildu y PNV, en absurda carrera de sacos (español el último) por ver quién es más independentista.

No me extraña que los medios más afines a la causa del Sánchez for president again anden preocupados por la falta de avances en "la negociación más difícil de la democracia". Se refieren a las dificultades surgidas en los furtivos tratos para la investidura del todavía presidente en funciones. Sobre todo, después del empeño de este en arrancar de sus potenciales socios y aliados parlamentarios un compromiso de legislatura que, al menos, le garantice la fumata blanca de las próximas cuentas del Estado (PGE 2024). "Hay que alinear a muchos actores, y siendo respetuoso, porque entre algunos de ellos no hay buena relación", declara a un innominado ministro socialista en El País.

Foto: Pedro Sánchez, en el desfile del Día de la Fiesta Nacional. (EFE) Opinión

Ni media palabra de ese ministro sobre las señales de división interna que también afectan tanto a la militancia como a los votantes del propio PSOE por cuenta de esa ley orgánica de "amnistía por la convivencia institucional" que encabeza el texto de uno de los borradores que maneja la Moncloa para cumplir la exigencia de "desjudicialización" planteada, entre otras, como compromiso canjeable por el sí de los 14 diputados independentistas catalanes en la investidura de Sánchez.

Aunque traten de disimularlo, el malestar es palpable en amplios sectores de la familia socialista. No por negar al líder su derecho a recabar apoyos "debajo de las piedras", sino por el precio que parece dispuesto a pagar: asumir el engaño a los votantes, generar división de la ciudadanía y poner el Poder Judicial a los pies de los caballos.

El conflicto interminable de Oriente Próximo retrata la división interna del Gobierno en funciones. Mientras el presidente Sánchez se esconde tras el recurso enlatado del respeto al derecho internacional, los ministros de Unidas Podemos (hoy desunidos bajo la marca Sumar) cargan contra Israel. Poco amigos de los matices, la ministra Belarra apuesta por pedir a la Fiscalía de la Corte Penal Internacional que investigue los "crímenes de guerra de Netanyahu", y el ministro Garzón, coordinador federal de Izquierda Unida, se dirige al titular de Exteriores, José Manuel Albares, exigiendo una "condena de España a los ataques israelíes" sobre la Franja de Gaza.

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