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El PSOE y su dramática pérdida de identidad
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Antonio Casado

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El PSOE y su dramática pérdida de identidad

Su resultado en las elecciones gallegas nos vuelve a recordar que los socialistas no se reconocen a sí mismos porque han vendido su alma al diablo del nacionalismo que siempre detestaron

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con el candidato socialista a la Xunta, José Ramón Gómez Besteiro. (EFE/Lavandeira jr)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con el candidato socialista a la Xunta, José Ramón Gómez Besteiro. (EFE/Lavandeira jr)
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La realidad derrotó los artificiales estados de opinión creados a escala nacional para que nos fuéramos haciendo a la idea de un vuelco en la política gallega después de un larguísimo reinado del PP. Pero algunos dijimos desde el primer momento que no había razones objetivas serias que apuntasen a una alteración sustancial en la vigente relación de fuerzas. El único fenómeno relevante podía ser el engorde de la izquierda nacionalista (BNG) a costa de la fracturada izquierda no nacionalista.

Las elecciones gallegas clavetean la pérdida de identidad del PSOE. Su resultado de anoche nos vuelve a recordar que no se reconoce a sí mismo porque ha vendido su alma al diablo del nacionalismo que siempre detestó. Su poder a escala nacional no es de cosecha propia, porque gobierna gracias a los independentistas. Y en Galicia esperaba entrar como partido subalterno del BNG.

Es urgente que se lo haga mirar, porque todo eso está en las causas de su hundimiento en las urnas gallegas.

Ayer mismo, el diario más adicto al argumentario de la Moncloa reducía el interés de estas elecciones al examen del PP de Feijóo. De modo que, de haber sumado con el BNG para gobernar, los socialistas lo hubieran celebrado sin reparar en su lamentable papel de muleta. Ni así han dado la talla, a la vista de su paupérrima y declinante aportación a la cosecha de votos que necesitaba Ana Pontón para dar la campanada.

Foto: Alfonso Rueda, el ganador de las elecciones, celebrando el triunfo del PP. (EP/Álvaro Ballesteros)
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En el dilema propuesto (quinta mayoría absoluta o Frankenstein a la gallega), los votantes lo han tenido claro. Y si asumimos el marco nacional como método de análisis, tomen nota en la Moncloa de que las elecciones gallegas le han sacado los colores a Pedro Sánchez. Fueron el PSOE y sus terminales mediáticas los que plantearon esta campaña como un duelo entre quien gobierna y quien aspira a gobernar en España. Planteado así, está claro que Sánchez ha perdido por goleada.

Véase con qué alborozo celebró estos últimos días el coro mediático del Gobierno el consabido desliz expresivo de Feijóo respecto a sus presuntos intentos de encamarse con los independentistas a cambio de la Moncloa. Nunca compartí la generalizada opinión de que el PP se había dado un tiro en el pie.

Su poder nacional no es de cosecha propia, sino gracias a los independentistas. Y en Galicia aspiraba a ser la muleta del BNG

Salvo que de repente Feijóo se hubiera pasado al bando de los secesionistas, su torpeza expresiva acabaría provocando una torpeza mayor de los socialistas: nombrar la soga en casa del ahorcado. La sola mención de la amnistía juega en contra del Gobierno y del partido que la patrocina desde el poder para colmar las ambiciones políticas de Sánchez a costa de la partitura histórica, moral e ideológica del PSOE.

Las elecciones gallegas eran la primera ocasión que se ofrecía a gallegos y gallegas de valorar un PSOE distinto al que muchos de esos gallegos votaron en las elecciones generales del 23 de julio. Eran de carácter autonómico, pero el PSOE gallego no deja de ser el PSOE que los votantes tenían más a mano para decirle que se han sentido engañados por una nunca declarada intención de amnistiar a los golpistas de 2017 en Cataluña. Y se lo han dicho.

La realidad derrotó los artificiales estados de opinión creados a escala nacional para que nos fuéramos haciendo a la idea de un vuelco en la política gallega después de un larguísimo reinado del PP. Pero algunos dijimos desde el primer momento que no había razones objetivas serias que apuntasen a una alteración sustancial en la vigente relación de fuerzas. El único fenómeno relevante podía ser el engorde de la izquierda nacionalista (BNG) a costa de la fracturada izquierda no nacionalista.

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