Al Grano
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Sánchez ante el juez: delación o solidaridad
Si Peinado entendiera que el presidente supo de irregularidades por su cargo, no como esposo, ya habría redactado una exposición razonada ante el Tribunal Supremo
Doctores tendrá la Iglesia para explicarlo, pero creo que el presidente del Gobierno sale ganando al insistir la providencia del juez en tomarle declaración de viva voz (como esposo) y no por escrito (como presidente). Si el juez Peinado entendiera que aquel conoció irregularidades en razón de su cargo, y no de su condición de esposo enamorado, a estas horas ya habría redactado una exposición razonada para empapelarle ante el Tribunal Supremo.
Así que estamos en la mejor de las hipótesis para Sánchez, a expensas de algún giro inesperado tras la deposición del renombrado testigo, prevista para el martes que viene en su domicilio habitual. O sea, el Palacio de la Moncloa, donde se dispondrá la logística que hace al caso para que el testigo, obligado a decir la verdad, explique, por ejemplo, el milagro de la irresistible ascensión profesional de su esposa coincidente con la no menos irresistible ascensión de su esposo a la presidencia del Gobierno del Estado.
Insisto: que lo explique de viva voz y no por escrito juega a su favor. En principio le aleja del banquillo en tanto que persona particular llamada como testigo en el procedimiento por el que su esposa es investigada.
Eso le coloca en el trance de sentirse moralmente obligado a ser solidario con la mujer de su vida. O bien a delatarla en relación con las cosas que, como esposo, ella le fue contando sobre sus aportaciones al desarrollo en el continente africano, primero, y a instruir a las pymes españolas para ser más competitivas, después.
Delación o solidaridad. Lo uno o lo otro, porque contarle al juez todo lo que supo de los negocios de su esposa es ser fiel a su compromiso público de "colaborar con la Justicia, como no puede ser de otro modo", pero eso la podría delatar como presunta delincuente.
He ahí el dilema al que se enfrentará el presidente del Gobierno cuando el juez quiera saber si por casualidad, mientras compartía domicilio, mesa y almohada con la investigada por presuntos delitos de corrupción en los negocios y tráfico de influencias, llegó a saber por qué aquella recomendaba ante la Administración a tal o cual empresa, por qué solicitaba fondos de empresas públicas para su cátedra de la Complutense, por qué registró a su nombre una plataforma digital creada para pymes, etc., etc., etc.
No se me pasa por la cabeza que Sánchez pueda decirle al juez Peinado que no supo "nada de nada" sobre eso "por lo que me pregunta su señoría". Y en caso contrario —que sí supo—, tampoco imagino que lo hiciera en su condición de presidente del Gobierno, porque entonces, como en el caso de Barrabés y el rector Goyache, pasaría de testigo a investigado. Y entonces, lo dicho, entraría en juego el Tribunal Supremo.
Estamos en la mejor de las hipótesis para Sánchez, a expensas de algún giro inesperado tras la deposición del renombrado testigo
De nuevo el fondo de la cuestión: presidente o esposo. Difícil distinguirlo, por no decir imposible. Sobre todo, a partir de la "primera carta", que diría Feijóo, en la que incluso supeditó su condición de presidente a la de esposo enamorado, hasta el punto de preguntarse públicamente si valía la pena lo uno si se resentía lo otro.
En otras palabras: ofreció su condición presidencial como prenda pública para ventilar una cuestión privada. Es el bucle en el que ha caído el culebrón Begoña.
Doctores tendrá la Iglesia para explicarlo, pero creo que el presidente del Gobierno sale ganando al insistir la providencia del juez en tomarle declaración de viva voz (como esposo) y no por escrito (como presidente). Si el juez Peinado entendiera que aquel conoció irregularidades en razón de su cargo, y no de su condición de esposo enamorado, a estas horas ya habría redactado una exposición razonada para empapelarle ante el Tribunal Supremo.
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