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Begoña quiere ser presidenta, Pedro no quiere ser ciudadano
El matrimonio monclovense lleva al extremo el plan victimista como escapatoria de la responsabilidad y con la aquiescencia de toda la propaganda fervorosa, aunque sea al precio de laminar la credibilidad del Estado de derecho
Decía Berlusconi que la justicia era igual para todos… aunque que para unos más que para otros. Aludía a los privilegios de los que pretendía revestirse como blindaje de su propia situación judicial, hasta el extremo de terminar concibiendo una legislación a medida de su historial delictivo.
Y no es que tenga sentido comparar al Cavaliere con Sánchez, ni incurrir en otras analogías disparatadas, pero sí viene a cuento destacar el histerismo y el fanatismo con que el matrimonio Sánchez-Gómez observa la conspiración de los togados y el complot de la jauría ultraderechista.
Se diría que Pedro Sánchez, por muy presidente que sea, no acepta su condición de ciudadano “igual”. Y se diría que Begoña Gómez pretende esconderse en la figura fantasmal de la presidenta consorte, expuesta ella misma a un proceso de victimismo con que aspira a exonerarse del conflicto de intereses y de la ventaja institucional adquirida en la Moncloa.
Les cuesta a Pedro y a Begoña aceptar su condición de ciudadanos rasos y someterse al imperio de la ley. No sabemos dónde terminarán las pesquisas del juez Peinado ni conocemos el recorrido penal de la causa, pero el triángulo de conveniencia que han tejido Sánchez, Barrabés y Gómez justifica la oportunidad de una investigación, le guste o no le guste al presidente del Gobierno humillarse como un simple testigo.
Y no podrá quejarse de las prebendas. No ya porque el magistrado le visita a domicilio como si fuera un repartidor, sino porque el ciudadano Sánchez ha conmovido la sensibilidad de Fiscalía para recurrir la citación de Peinado y sustraerse al embarazo antropológico que le supone decir la verdad.
¿Está exagerando el magistrado? ¿Se le está organizando a Sánchez un proceso inquisitorial? Las garantías del nuestro Estado de derecho tanto protegen la situación del testigo (Sánchez) y de los investigados (Gómez y Barrabés) como somete a escrutinio la instrucción del juez Peinado.
El problema es la sobreactuación de la propaganda sanchista. Y el cinismo con que Sánchez aprovecha la gravedad de un episodio doméstico para generalizar y somatizar las sospechas en la justicia y en la prensa.
Vuelve a demostrarse que el presidente del Gobierno se desempeña en función de su estricto interés. Lo hace para sobrevivir políticamente en la Moncloa. Y lo demuestra cuando pretende encubrir la responsabilidad de su esposa con la puesta en órbita del “plan de acción por la democracia”.
No lo consideraba oportuno ni perentorio hasta que sobrevinieron las informaciones inquietantes del “caso Begoña”. Sánchez amenazó con marcharse para enfatizar aún más el victimismo de la trama, aunque los cinco días de silencio funcionaron como el trampolín de su plan de acoso a los jueces y a los periodistas. No soporta los contrapoderes ni tolera que una democracia fomente la igualdad de los ciudadanos.
De hecho, la aberración de la amnistía trasladaba a la opinión pública la explícita discriminación de unos españoles sobre los otros. Los hay que pueden delinquir, prevaricar, cometer vandalismo, malversar y cometer actos terroristas, cuando les protege una bandera o cuando Sánchez necesita hipotecar la dignidad de una nación.
Lo demuestra cuando pretende encubrir la responsabilidad de su esposa con la puesta en órbita del "plan de acción por la democracia"
Nadie como Sánchez ha degradado el hábitat institucional, profanado la separación de poderes, intimidado la prensa ni convertido la política en un instrumento de arbitrariedad y ventaja particulares. Su megalomanía y narcisismo le impiden contrastarse en la piel de un ciudadano. Y le resulta preferible cuestionar la credibilidad de un Estado de derecho antes que responsabilizarse de la atmósfera sospechosa en que operaban Barrabés y su esposa cada vez que se reunían en las dependencias monclovenses.
Begoña es una ciudadana cualquiera, por mucho que los rapsodas del socialismo la veneren con el magnetismo de una presidenta, mientras que Sánchez confunde los entorchados del cargo con la expectativa de la impunidad, haciendo suyo el adagio berlusconiano de acuerdo con el cual la justicia es más igual para unos que para otros.
Decía Berlusconi que la justicia era igual para todos… aunque que para unos más que para otros. Aludía a los privilegios de los que pretendía revestirse como blindaje de su propia situación judicial, hasta el extremo de terminar concibiendo una legislación a medida de su historial delictivo.
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