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El sobrino de cinco años
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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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El sobrino de cinco años

Hoy quiero llevarles de paseo por el universo de Picasso. En realidad, una vueltecita corta porque, como universo que es, se extiende más allá de los límites conocidos

Foto: Varias personas observan 'Las señoritas de Avignon'. (EFE/Horacio Villalobos)
Varias personas observan 'Las señoritas de Avignon'. (EFE/Horacio Villalobos)

Todos tenemos un sobrino, un hijo o la niña de unos amigos que, con poco más de cinco años, hace dibujos más meritorios que las composiciones de Mondrian, los retratos fauvistas de Matisse o las metamorfosis picassianas.

Qué tentador soltar tal aseveración cuando nos enfrentamos a algo que desconocemos o nos desconcierta, generalmente ligado al arte contemporáneo.

placeholder 'El hombre con la camiseta a rayas', autorretrato de Picasso. (EFE)
'El hombre con la camiseta a rayas', autorretrato de Picasso. (EFE)

Bueno, quizá tal afirmación encierre algo de verdad, ya que el mismo Picasso decía “me llevó cuatro años pintar como Rafael, pero pintar como un niño me costó la vida entera”. Lo que no saben estos titos, padres o amigos metidos a críticos de arte (incluyan a todos los géneros, que soy poco amiga del lenguaje inclusivo que dificulta la lectura) es que detrás de esa pintura “al alcance de un niño de cinco años” hay un viaje existencial, un retorno a la esencia del ser humano.

“He nacido de un padre blanco y de un pequeño vaso de agua de vida andaluza, yo he nacido de una madre hija de una hija de quince años nacida en la Málaga de los Percheles, el hermoso toro que me engendra la frente coronada de jazmines”. Hoy quiero llevarles de paseo por el universo de Picasso. En realidad, una vueltecita corta porque, como universo que es, se extiende más allá de los límites conocidos.

Celebramos en 2023 los cincuenta años de la muerte en Notre-Dame-de-Vie, en la Costa Azul francesa, del genio malagueño. Hay un completísimo y espectacular programa de exposiciones en distintos museos europeos y norteamericanos, pero yo les voy a recomendar una visita al Museo Picasso Málaga, que atraviesen las puertas del hermoso Palacio de Buenavista del siglo XVI, levantado sobre los restos de un palacio nazarí, y disfruten de su colección permanente y de todo lo que tengan preparado para celebrar la efeméride.

placeholder Exposición de Picasso en el Kunstmuseum de Basel. (EFE/Georgios Kefalas)
Exposición de Picasso en el Kunstmuseum de Basel. (EFE/Georgios Kefalas)

No sé cuántas regiones pueden presumir de tener a dos artistas absolutamente trascendentales en la historia del arte. Diego y Pablo, un sevillano y un malagueño dando gloria y lustre al currículum artístico andaluz.

Picasso, que siendo adolescente quedó impresionado hasta la obsesión por Las Meninas, había llegado a París muy jovencito, en un momento en el que la ciudad ya había desbancado a Roma como centro neurálgico del arte. Y allí se desató para siempre una fuerza creativa sin parangón en la historia del arte, la del genio que pasó su vida ampliando los límites, las posibilidades creativas de cualquier objeto convertido en arte.

Mucho hay de instintos primarios en la obra de Picasso.

placeholder 'Cabeza de mujer con moño', de Picasso. (EFE/Daniel Pérez)
'Cabeza de mujer con moño', de Picasso. (EFE/Daniel Pérez)

Un día de visita en la casa de Gertrude Stein, coincidió con Matisse. Ambos pintores se disputaban el título de mejor artista vivo, que había quedado vacante tras la muerte de Cézanne, el primero que empezó a aporrear la puerta de la concepción tradicional de la pintura. Llevaba Matisse medio escondida una máscara africana que había encontrado en un anticuario. Picasso consiguió que se la enseñara y el impacto visual fue de tal magnitud que desencadenó uno de los cambios más profundos de toda la historia del arte. Se fue a visitar el Museo Etnográfico de Trocadero para contemplar la colección de máscaras africanas. Polvo, mal olor, dejadez, no fueron suficiente para evitar que el artista sintiera el poder de aquellos objetos. Aquella experiencia tocó algo muy adentro, encontró la razón por la que ser pintor y le inspiró para realizar Las señoritas de Avignon (1907), no por las propias formas, sino como una especie de exorcismo, según el propio Picasso. Este cuadro, inacabado tras recibir opiniones desfavorables de otros colegas y que tuvo durante años abandonado en la parte trasera de su estudio, conduciría al Cubismo, que a su vez llevaría al Futurismo y al arte abstracto.

Cualquier cosa, oiga.

Le fascinaba a Picasso lo antiguo y lo oculto, algo de paranormal debían tener aquellos ojos que Fernande Olivier, amante y musa, describía como “sombríos, profundos y penetrantes”. Buscaba algo, un medio que le llevara a un lugar primitivo, puro.

placeholder 'Mosquetero con pipa'. (EFE)
'Mosquetero con pipa'. (EFE)

Un día organizó en su estudio de Montmartre una cena en homenaje a un pintor al que admiraba, un artista infravalorado y ridiculizado: Henri Rousseau. Un recaudador en la oficina de aduanas sin formación artística. El hazmerreír en los círculos artísticos de la época con su pintura falta de destreza técnica que, sin embargo, convirtió en su mejor baza. Una combinación de ilustraciones para niños y lo bidimensional de las xilografías japonesas. Todo ello envuelto del aura de ingenuidad y candidez que desprendía el propio Rousseau y que Picasso pensaba que le llevaba a la esencia de lo que los humanos tenemos en lo más profundo de nosotros, un lugar puro, virgen, que la educación amputaba y lo convertía en inaccesible para la mayoría de los artistas. A Picasso le costó toda la vida pintar como un niño y Rousseau fue su maestro en este sentido.

El arte africano, Rousseau, Velázquez, Cézanne, el Greco, “los malos artistas copian, los buenos roban”. Hay que ser grande para proclamar algo así, pero es que él podía hacerlo.

Con Georges Braque formó la pareja artística más influyente de la historia del arte. Fundadores del Cubismo siguiendo el camino iniciado por Cézanne para romper la perspectiva tradicional. Fue fundamental para ello el apoyo económico de un corredor de bolsa reconvertido en crítico de arte, coleccionista y marchante, el alemán David-Henry Kahnweiler.

placeholder Plato de cerámica de Picasso. Reuters)
Plato de cerámica de Picasso. Reuters)

En apenas diez años, derribaron completamente la puerta del mundo artístico conocido. El cubismo analítico, el cubismo sintético, el collage, son hitos que cambiaron la forma de ver la realidad a través del arte. Se empaparon de los progresos científicos y tecnológicos de la época, la teoría de la relatividad de Einstein, las perspectivas aéreas de los hermanos Wrigth, el psicoanálisis de Freud y el inconsciente. Una amalgama de conocimiento que está detrás de la ruptura, de la expansión de unos límites que llegarían a la abstracción total en décadas posteriores.

Podríamos seguir con otras etapas en la producción de Picasso: su angustiosa etapa azul, la melancólica etapa rosa, el neoclasicismo, el surrealismo, etc. Su aportación a la escultura, a la cerámica o a las artes aplicadas, porque la pintura se le quedaba corta para infundir tanta vida.

La vida de un genio que terminó hace cincuenta años y que descansa en el castillo de Vauvenargues, en la falda norte de la Sainte-Victoire, la montaña que pintó Cézanne, el maestro del genio que quiso aprender a pintar como un niño de cinco años.

Todos tenemos un sobrino, un hijo o la niña de unos amigos que, con poco más de cinco años, hace dibujos más meritorios que las composiciones de Mondrian, los retratos fauvistas de Matisse o las metamorfosis picassianas.

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