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De maestros, alumnos y aeropuertos
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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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De maestros, alumnos y aeropuertos

No se forjó el genio solo. Un nombre es pilar fundamental en la formación de Velázquez: Francisco Pacheco. Sentó las bases, preparó el terreno y suministró las herramientas básicas. Las huellas para la eternidad

Foto: Retrato de Francisco Pacheco pintado por Diego Velázquez. (Museo del Prado)
Retrato de Francisco Pacheco pintado por Diego Velázquez. (Museo del Prado)

Si en breves fechas tienen previsto tomar un vuelo con destino a Sevilla, muy posiblemente serán recibidos en el remozado y rebautizado Aeropuerto Diego Velázquez, un cambio de denominación que asocio de forma muy subjetiva a una necesaria reconciliación con el hijo artista que salió de casa, que se fue a Madrid sin remordimientos buscando la fama y el prestigio necesarios para obtener una declaración de nobleza y superar los prejuicios de unos orígenes humildes.

Diego Velázquez, andaluz, sevillano del barrio de la Morería, se fue a hacer los madriles hecho ya un hombre por derecho, casado y padre de dos niñas. Y marchó habiendo dejado en su ciudad natal muestras tangibles del genio universal que se destaparía en la Corte de Felipe IV al contacto con las colecciones reales y con un Rubens que, posiblemente, le pasaría el brazo por el hombro y le diría “chico, tienes que ir a Italia”. Siendo así que con apenas 18 o 19 años ya asombraba en la capital hispalense su calidad como pintor con obras como ‘La vieja friendo huevos’ de la National Gallery of Scotland, ‘El aguador de Sevilla’ de la colección Wellington o ‘El almuerzo’ del Hermitage.

placeholder 'El aguador de Sevilla'.
'El aguador de Sevilla'.

Pero no se forjó el genio solo. Un nombre es pilar fundamental en la formación de Velázquez: Francisco Pacheco, su maestro.

Venía a decir el historiador norteamericano Henry Adams que “el maestro deja una huella para la eternidad, nunca puedes decir cuándo se detiene su influencia”.

Fue Pacheco quien sentó las bases, preparó el terreno y suministró las herramientas básicas. Las huellas para la eternidad.

En el número 31 de la calle Trajano de Sevilla, ocupado actualmente por el Hotel Venecia, una placa nos recuerda el lugar donde Pacheco tenía su prestigioso taller, “cárcel dorada del arte, academia y escuela de los mayores ingenios de Sevilla”, según recoge Palomino en su biografía de Velázquez en 1724. Allí llegó el pequeño Diego de la mano de su padre, tras una nefasta experiencia anterior con Francisco Herrera el Viejo que debía gastar tan mal carácter que incluso su hijo Herrera el Mozo puso tierra de por medio y se marchó a Italia.

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Además de casa, comida, ropa y calzado, adquirió Velázquez con Pacheco una formación práctica en la que aprendió el naturalismo tenebrista derivado del realismo de Caravaggio y, muy importante esto, una formación erudita de primer nivel.

Una excelente biblioteca, pinturas, bocetos, “papeles de pensamiento” y retratos. Lo mejor para formar a los mejores. El maestro otorgaba gran importancia a la formación teórica, consiguiendo así abrir las mentes de sus aprendices y despertar en ellos el pensamiento crítico. Qué necesario y qué actual suena, ¿verdad?

La formación de Velázquez es un claro ejemplo de este trabajo de estimulación intelectual proyectado en obras como ‘La fábula de Aracne’, ‘Marte’ o ‘Esopo y Menipo’ que, además de ser prodigios de técnica, están cargadas de simbolismos y envueltas en ese halo de erudición.

placeholder 'La fábula de Aracne'.
'La fábula de Aracne'.

Viendo Pacheco que el joven Diego apuntaba maneras prometedoras en el mundo artístico, empezó a mirarlo también como el yerno perfecto y se encargó de que los caminos del aprendiz y su hija Juana confluyeran felizmente. Noviazgo, boda con banquete de postín y descendencia rápida. El aprendiz ya es un experto pintor y, de la mano de su maestro y suegro (y la influencia en la Corte del Conde-Duque de Olivares), llega a Madrid, es nombrado pintor de Cámara y el resto ya es historia para una segunda entrega.

Si de la labor bien hecha de un maestro hablan los logros de sus alumnos, el tándem Pacheco-Velázquez es un buen ejemplo.

Otro nombre a añadir como alumno aventajadísimo del maestro será el de Alonso Cano, a quien me atrevo a llamar el Buonarroti granadino, puro derroche de talento en las tres grandes ramas artísticas.

Alonso Cano, impulsivo, indómito, maniático, complejo e inteligente, forjaría en las aulas del taller una sincera amistad con Velázquez que perduraría hasta la muerte de éste en 1660.

placeholder Una persona observa 'La Diosa Juno', del pintor Alonso Cano, el Museo del Prado de Madrid. (EFE/David Fernández)
Una persona observa 'La Diosa Juno', del pintor Alonso Cano, el Museo del Prado de Madrid. (EFE/David Fernández)

En apenas unos meses de formación con Pacheco, aprendería Cano las técnicas de la pintura tenebrista, la composición de temas iconográficos propios del maestro, etc., y, además, tendría acceso al conocimiento del mundo clásico y a las creaciones de los maestros italianos, flamencos, españoles... Pero no se quedó ahí la influencia de Pacheco en la formación del granadino, además supo sembrar en el espíritu creativo de su aprendiz la búsqueda incesante de nuevos aprendizajes, una actitud que no abandonaría en ningún momento de su carrera artística.

Siempre aprendiendo siempre. Coaching del siglo XVII.

Si ha seguido leyendo hasta aquí, habrá entendido la importancia de Pacheco como maestro de dos figuras fundamentales de las artes plásticas del Siglo de Oro español. Pues bien, un magnífico entrenador no tiene por qué haber ganado un Balón de Oro como futbolista. Es más, ni siquiera tiene que haber jugado al fútbol profesional.

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A pesar de haber sido maestro de dos figurones, Pacheco no supo incorporar a su propia obra pictórica el naturalismo italianizante que llegaba a Sevilla con Roelas, Carducho, Sánchez-Coello, etc. De ciertas carencias en su técnica hablaba la rima que le dedicaban con mucha guasa por las calles de Sevilla: “¿Quién te puso así Señor, tan desabrido y tan seco? Vos me diréis que el amor, más yo os digo que Pacheco”. Y no me cuesta imaginar al buen hombre aguantando la coplilla guasona con un estoicismo admirable.

Pacheco.

Tratadista (‘Arte de la pintura’), humanista, discreto pintor, destacado teórico, policromador, mentor, suegrísimo, coach de mentes barrocas y maestro de maestros.

Semejante currículum bien merece un brindis en el bautizo del aeropuerto con el nombre del alumno aventajado.

¡Salud, maestro!

Si en breves fechas tienen previsto tomar un vuelo con destino a Sevilla, muy posiblemente serán recibidos en el remozado y rebautizado Aeropuerto Diego Velázquez, un cambio de denominación que asocio de forma muy subjetiva a una necesaria reconciliación con el hijo artista que salió de casa, que se fue a Madrid sin remordimientos buscando la fama y el prestigio necesarios para obtener una declaración de nobleza y superar los prejuicios de unos orígenes humildes.

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