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El inescrutable futuro de Pablo Casado
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Vicente Vallés

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El inescrutable futuro de Pablo Casado

A finales de los ochenta, durante el breve receso de una cumbre europea, el todopoderoso canciller alemán Helmut Kohl compartía café con el mandatario de otro

Foto: El líder del Partido Popular, Pablo Casado. (EFE)
El líder del Partido Popular, Pablo Casado. (EFE)

A finales de los ochenta, durante el breve receso de una cumbre europea, el todopoderoso canciller alemán Helmut Kohl compartía café con el mandatario de otro país que se acercó para contarle sus penas y solicitar consejo. Aquel primer ministro en horas bajas explicó a su voluminoso interlocutor las dificultades políticas por las que atravesaba. Después de escuchar con atención un largo y triste relato de tensiones partidistas y traiciones personales, Kohl preguntó a su colega cuánto de su tiempo dedicaba a las tareas de gobierno y cuánto a ocuparse de su partido. El desventurado primer ministro le explicó que tenía tantas responsabilidades como jefe del ejecutivo que había delegado los quehaceres propios de líder de su partido en un estrecho y fiel colaborador. "Error —respondió Kohl—; yo tengo mucho trabajo para liderar Alemania y para liderar Europa, pero dedico a esas tareas el 40% de mi tiempo; el 60% restante se lo dedico a mi partido". Helmut Kohl gobernó su país y dirigió Europa durante dieciséis años.

Cuando se está en la oposición y, como consecuencia, se puede concentrar toda la atención en el partido, lo complicado es conseguir que dirigentes y militantes confíen en que el líder les conducirá con la exigida celeridad hacia el ansiado poder. Porque la tentación es poner en duda las capacidades de liderazgo al primer tropiezo.

Foto: El presidente del Partido Popular, Pablo Casado. (Reuters) Opinión
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Esta semana, Pablo Casado cumple tres años al frente del Partido Popular. En su registro de actividades aparecen algunos resbalones que han colocado sobre sí la sospecha de que podría ser un líder de transición; alguien que apenas dejara una fugaz nota a pie de página en la historia del PP, y ni siquiera eso en la historia del país. Tres años ya no son un simple suspiro y, sin embargo, aún sobrevuela sobre Casado la incómoda y desequilibrante sensación de que alguien podría estar a la espera de un desliz que convierta al presidente del partido en acompañante de Antonio Hernández Mancha en la lista de intentos fallidos del PP. Pablo Casado tiene el empeño de que tal cosa no ocurra y, a la espera de saber si algún día alcanza el gobierno, de momento sigue la estrategia de Helmut Kohl dedicando todo su tiempo a cosechar lealtades en el partido que dirige, porque todavía las necesita.

Esa angustia por recolectar apoyos tiene en permanente tensión a sus colaboradores más cercanos, que trabajan con denuedo para crear escenas de culto al líder llevadas a extremos que se podrían considerar innecesarias y hasta inconvenientes por desmedidas. Así ha ocurrido este fin de semana en el congreso del PP gallego, donde el aplauso continuo al presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, apenas ha podido competir con la disciplina militar de cada orador para recordar a asistentes y espectadores externos que el presidente del PP nacional se llama Pablo Casado y será Pablo Casado el candidato que lleve al Partido Popular a recuperar la púrpura perdida de la Moncloa.

Rajoy se hizo presente para asegurar que "hay una alternativa que es Pablo Casado"

El camino a seguir por los demás lo marcó el secretario general Teodoro García Egea, que abrió el Congreso con una frase que bien podría haber pronunciado el mismísimo Kohl: "sin partido no hay gobierno, y quien lo piense se quedará sin partido y sin gobierno". Si hubiera dicho, en modo advertencia, que nadie debe ni puede ir por libre, el significado habría sido el mismo, porque esa era la intención. Y remató su intervención asegurando, a cinco metros de Feijóo, que "solo Casado puede vencer a Sánchez en las urnas". Después, lo repitió por si alguien hubiera estado respondiendo un WhatsApp y no pudo atender a la primera admonición.

También hablaron varios presidentes autonómicos para ratificar su fidelidad al líder nacional y, en paralelo, para galleguizar a Feijóo aún más. Isabel Díaz Ayuso, de quien hay dudas sobre si la Puerta de Sol tiene la dimensión suficiente para acoger sus ambiciones políticas, alabó al líder gallego recordando sus propias palabras: "Dijiste que te debías al pueblo de Galicia, y tu lema fue Galicia, Galicia, Galicia". Una especie de "no se te ocurra moverte de aquí, querido Alberto", mientras el andaluz Juan Manuel Moreno daba por sentado que "el futuro presidente de España va a ser Pablo Casado". Mariano Rajoy se hizo presente para asegurar que "hay una alternativa que es Pablo Casado, al que todos vamos a ayudar". Y Feijóo dijo sentirse "más cómodo siendo fondo de armario" —signifique esto lo que signifique—, porque "creo profundamente que el mejor presidente de España es Pablo Casado; lo digo después de hacer la reflexión correspondiente". Quiso que todos supiéramos que lo había reflexionado.

Feijóo, Rajoy y Casado entraron y salieron juntos de la sala mientras por los altavoces sonaba 'Glory days', de Bruce Springsteen. Días de gloria en presente para Feijóo y en pasado, para Rajoy. El futuro es inescrutable.

A finales de los ochenta, durante el breve receso de una cumbre europea, el todopoderoso canciller alemán Helmut Kohl compartía café con el mandatario de otro país que se acercó para contarle sus penas y solicitar consejo. Aquel primer ministro en horas bajas explicó a su voluminoso interlocutor las dificultades políticas por las que atravesaba. Después de escuchar con atención un largo y triste relato de tensiones partidistas y traiciones personales, Kohl preguntó a su colega cuánto de su tiempo dedicaba a las tareas de gobierno y cuánto a ocuparse de su partido. El desventurado primer ministro le explicó que tenía tantas responsabilidades como jefe del ejecutivo que había delegado los quehaceres propios de líder de su partido en un estrecho y fiel colaborador. "Error —respondió Kohl—; yo tengo mucho trabajo para liderar Alemania y para liderar Europa, pero dedico a esas tareas el 40% de mi tiempo; el 60% restante se lo dedico a mi partido". Helmut Kohl gobernó su país y dirigió Europa durante dieciséis años.

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