Atando cabos
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Navegar juntos en la coalición progresista
Abandonar el barco de mala manera puede suponer graves riesgos personales para quien lo intenta, pero normalmente frustrará también el viaje colectivo
Un gobierno de coalición tiene muchos elementos en común con un viaje en velero: hay que asignar y coordinar bien las tareas de cuantos comparten el reducido espacio de la embarcación; es importante moverse con cuidado en ese espacio limitado y compartido procurando no darse golpes ni hacerse daño; hay muchas posibilidades de que un conflicto inicialmente menor escale rápidamente y se convierta en una crisis que implique a varios o todos los navegantes, llegando a hacer insoportable la travesía; abandonar el barco de mala manera puede suponer graves riesgos personales para quien lo intenta, pero normalmente frustrará también el viaje colectivo. Esos y otros muchos riesgos son superables si se conocen de antemano y se admiten sin tabúes antes de salir de puerto; si todos los navegantes acuerdan un plan de viaje común y se comprometen a respetarse; y si existe un único capitán capaz de dirimir conflictos rápidamente, combinando toda la empatía con un ejercicio claro de la autoridad.
Estos días se han publicado en España muchas listas que presentan la normalidad de las abundantes coaliciones en Europa. Pero en nuestro país nos disponemos a viajar en esta materia, en eso que los anglosajones llaman 'uncharted territory': un territorio que no ha sido bien cartografiado por nuestros geógrafos políticos. Obviamente se puede aprender mucho de algunas experiencias positivas y otras terriblemente negativas a nivel autonómico, y de lo que otros muchos países de nuestro entorno ya han conocido.
En nuestro país nos disponemos a viajar en esta materia, en eso que los anglosajones llaman 'uncharted territory'
En realidad se podría escribir un libro completo de autoayuda política con historias que provocaron la crisis de una coalición de gobierno, o que permitieron salvarla con el esfuerzo de todos sus componentes. Ejemplos no faltan.
En diciembre de 2018 se convocó en Marrakech, una cumbre de la ONU de la que debía salir el primer Pacto Global en materia de Migraciones. En Bruselas, el Gobierno de coalición de Louis Michel pasó semanas discutiendo internamente su posición sobre ese nuevo acuerdo internacional. Los socios minoritarios de la coalición, los nacionalistas flamencos de la N-VA, básicamente xenófobos, rechazaban de plano muchos aspectos de ese texto que de alguna manera normalizaba los flujos migratorios a los que reconocía como positivos. La N-VA exigió que Michel no viajara a Marruecos, y que, si lo hacía, tomara la palabra para dejar claro que su Gobierno no tenía un acuerdo interno en esta materia. Pero Michel desoyó esa petición, sumándose a la mayoría de sus colegas europeos en apoyo del pacto. Como consecuencia, los ministros de la N-VA dimitieron en bloque, detonando la crisis política belga que dura todavía hasta nuestros días.
Unos meses antes, en septiembre de ese año, el responsable alemán de los servicios de inteligencia, Hans-Georg Maassen, hizo unas declaraciones explosivas que a ojos de casi todos le identificaban como complaciente con la extrema derecha, o algo peor. Los socios socialdemócratas de la coalición de gobierno exigieron a Merkel una respuesta inmediata, altamente presionados por los medios y por sus bases. Pero al jefe de los espías no se le puede mandar a la calle tan fácilmente, y los socios de la coalición debieron pasar días de discusiones —incluido un primer intento fallido de solución al asunto— entre constantes amenazas de ruptura hasta que resolvieron los términos del relevo de Maassen y su nuevo destino.
Nadie sabe dónde ni cuándo estallará el primer asunto serio que pueda poner a prueba la solidez del "Gobierno de coalición progresista". Ahí los medios de uno u otro signo pueden jugar un papel muy relevante: será su decisión editorial el soplar sobre la brasa de un conflicto con la esperanza de convertirlo en llama viva, o presentarlo en su justa dimensión. El pequeño incidente preliminar con motivo de la inesperada Vicepresidenta Ribera y el sentimiento de agravio de Podemos ha sido buen ejemplo, resuelto de forma inteligente por Pablo Iglesias con un tuit contra la cizaña.
Será un honor y un privilegio compartir rango con tres mujeres brillantes de las que tengo mucho que aprender. Y frente a los que busquen sembrar la cizaña: compañerismo, trabajo en equipo, buen humor y marxismo de este 👇🏼😉 pic.twitter.com/g1wRdrOgr5
— Pablo Iglesias (@PabloIglesias) January 10, 2020
Por el momento lo que sí sabemos es que este Gobierno va a integrar a personas de altísima calificación profesional y con un amplio recorrido personal de negociación y de trabajo en equipo, a las que se puede suponer muy pocas ganas de perder tiempo y energías en rencillas absurdas o conflictos estériles. Pero las habrá. Lo importante es qué se hará cuando se produzcan.
Muchos analistas destacan los sorpresivos nombramientos de González Laya o de Escrivá como garantía de una imagen y una realidad de ortodoxia europea y económica, en la que Nadia Calviño estará mucho menos sola de lo que parecía. Y es verdad. Pero también lo es que, si quedaran vacías las principales aspiraciones sociales de Unidas Podemos en los términos acordados, la parálisis afectaría a todos los frentes y dañaría las bases mismas de la fragilísima colaboración en que se apoya toda la legislatura.
Lamentablemente, parece que este Gobierno arranca con una diferencia importante respecto de otras democracias de nuestro entorno. Porque en casi todas ellas es compatible estar en la oposición con desear que el gobierno de turno tenga éxitos en aquello que pueda ser beneficioso para el país. Sin embargo, parece que en España no haya oposición, sino enemigos declarados dispuestos a todo para hacer al Gobierno imposible su labor en medio de gravísimas acusaciones de catástrofe y apocalipsis. El perfil de muchos de los nuevos ministros y ministras puede llevar pronto al ridículo tanta gestualización desde la oposición. Pero a su vez, por parte del Gobierno, de todo el Gobierno, será bueno esforzarse en tejer complicidades más allá de la mayoría de la investidura allí donde se pueda. En políticas básicas de Estado, pero también en el plano legislativo. Termino con un ejemplo claro: existen numerosas Directivas europeas plenamente aceptadas por el PP que llevan grave retraso en su necesaria transformación en leyes nacionales (y pueden provocar pronto denuncias contra España). Quizá por ahí pueden empezar modestamente los primeros puentes que devuelvan a este país y a su Parlamento un poquito de serenidad.
Un gobierno de coalición tiene muchos elementos en común con un viaje en velero: hay que asignar y coordinar bien las tareas de cuantos comparten el reducido espacio de la embarcación; es importante moverse con cuidado en ese espacio limitado y compartido procurando no darse golpes ni hacerse daño; hay muchas posibilidades de que un conflicto inicialmente menor escale rápidamente y se convierta en una crisis que implique a varios o todos los navegantes, llegando a hacer insoportable la travesía; abandonar el barco de mala manera puede suponer graves riesgos personales para quien lo intenta, pero normalmente frustrará también el viaje colectivo. Esos y otros muchos riesgos son superables si se conocen de antemano y se admiten sin tabúes antes de salir de puerto; si todos los navegantes acuerdan un plan de viaje común y se comprometen a respetarse; y si existe un único capitán capaz de dirimir conflictos rápidamente, combinando toda la empatía con un ejercicio claro de la autoridad.