Atando cabos
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El Mobile no era solo una feria, cada cual puede sacar sus conclusiones
La edición de este año iba a ser la de la explosión del 5G, un foro para que China mostrara su supremacía digital al mundo y que supondría la debilidad y soledad de EEUU en este ámbito
Entre los muchos recuerdos de la Barcelona de mi infancia está la asistencia anual, en primavera, a un acontecimiento que me fascinaba. Le llamaban la 'Feria de Muestras', uno de esos nombres que nunca entendí de verdad entonces. Lo de feria sí estaba claro. Pero las "muestras" que se exhibían a un lado y otro de interminables pasillos, sin gracia ninguna, incluían toda clase de aparatos y artilugios, símbolos de modernidad y diseño. Con los años, esta feria fue sustituida por salones monográficos y la que se autoproclamaba "ciudad de ferias y congresos" asumió un papel de primer nivel en el calendario internacional de esos eventos.
En 2004 Barcelona arrebató a Cannes (así lo tituló la prensa) la celebración del mayor encuentro de profesionales de la telefonía móvil. Para los medios y la mayoría de ciudadanos ajenos al sector, era otro "salón" cuya importancia se valoraba en cifras como el gasto estimado, las camas contratadas o los empleos relacionados. Todo muy cierto entonces, y muy cierto ahora, cuando toca echar cuentas de lo que se pierde con su repentina cancelación. Pero ninguno de esos datos y cifras permiten calibrar de verdad lo que el Mobile World Congress (MWC) representa, ni son suficientes para poner en contexto su cancelación.
En un viaje paralelo a la evolución del propio sector que lo convocó, lo que nació como un encuentro de empresas de “teléfonos móviles” se ha convertido con los años en el gran foro mundial de exhibición de quién es quién en el entorno digital. Sí, sigue incluyendo elementos propios de toda feria. Pero lo que más importa no es enseñar nuevos aparatos (aunque eso fuera lo más atractivo para los medios) sino presentar servicios, y exhibir el poder de cada empresa para ofrecerlos en el nuevo ecosistema que se construye ante nuestros ojos. Un ecosistema que va a alterar a corto plazo profundamente nuestras formas de trabajar, de vivir en las ciudades, de consumir ocio, de atención sanitaria, de educación, de transporte y de comercio. Y por ello, el MWC ha dejado de ser una feria sectorial más, pasando a adquirir una dimensión geopolítica global de primerísimo orden. La edición del MWC del año 20 era la edición de la explosión del 5G. En el año en el que ha estallado una auténtica 'guerra fría' sobre los términos de su desarrollo
Las cifras de la quinta generación en la comunicación móvil o 5G, son para impresionar. Hablamos de pasar a conexiones 100 veces más rápidas que las actuales; o de una estimación de 75.500 millones de dispositivos conectados para el año 2025. Y sí, hablamos de descargas de películas enteras en segundos, pero más importante es el impacto que debe revolucionar tantos sectores industriales y de servicios. Y el salto que supone pasar de la comunicación digital masiva entre personas a la comunicación directa entre millones de máquinas y objetos "digitalizados". Hay unanimidad global en que —junto a enormes ventajas sociales y de bienestar— tal proliferación de conexiones y su mayor relevancia social y económica abre también nuevos riesgos y amenazas.
El MWC de este año era la edición de la explosión del 5G. Un año en el que ha estallado una auténtica 'guerra fría' sobre los términos de su desarrollo
En octubre de 2019 todos los Estados de la Unión Europea publicaron el primer análisis conjunto de los riesgos de la tecnología 5G. Y en enero de este año, la Agencia europea responsable de este tema, ENISA, publicó un complejo y extenso informe detallando todos y cada uno de esas posibles amenazas, con un mandato a administraciones y empresas de telecomunicaciones para llevar a cabo su propia evaluación y establecer sus mecanismos de protección.
Ambos documentos oficiales incluyen entre los riesgos graves a considerar el "perfil de riesgo de los suministradores" y “la posibilidad de que un suministrador pueda estar sujeto a la interferencia de un Estado ajeno a la UE”. Y de forma similar a esas referencias que leemos a veces a un importante centro comercial o a una bebida azucarada que cualquier lector sabe perfectamente descodificar, aquí todos sabemos de qué estamos hablando. De China, y de Huawei. Porque hoy por hoy, sin este fabricante no hay 5G posible en Europa. Ni tampoco Estados Unidos. Esa es la cruda realidad a la que empresas y gobiernos han debido rendirse.
Pero aunque el dato está fuera de discusión —sin la participación de Huawei perderíamos años—, la reacción está siendo muy distinta a ambos lados del Atlántico. Estados Unidos, tras un intento fallido de crear una empresa pública para fabricar esos equipos, está poniendo todos los medios de presión para impedir que Huawei se incorporen a las infraestructuras digitales de sus aliados.
Pero en Europa, aunque la UE admita ese riesgo, se está lejos de imponer la prohibición absoluta. Esta misma semana el Bundestag ha aceptado la propuesta de Angela Merkel que fija límites cuantitativos a la presencia de Huawei en la nueva arquitectura del 5G, aunque rechazando de plano la exclusión absoluta. Y algo similar decidió hace unas semanas en Londres el presunto mejor aliado de Donald Trump. Mientras, el secretario de Estado americano anuncia que estudian tomar una posición de control en Ericsson, acompañada de una importante inyección de capital, para intentar recuperar el equilibrio.
Y en eso estamos en este momento: espadas en alto entre aliados ante decisiones estratégicas comparables a las primeras redes ferroviarias o a cómo se implantó la electricidad. Oiga, y todo eso ¿qué tiene que ver con el Mobile World Congress y con su cancelación? Quizá nada… o no. Lo único cierto es que el MWC 2020 estaba llamado a ser un foro de exhibición de esa supremacía digital china en el mundo; iba a suponer la visualización ante el mundo de la debilidad y soledad de EEUU en este ámbito. Dicho de otro modo, lo que se ha cancelado con el argumento del Covid-19 no era un salón temático comparable a un salón del automóvil o de la navegación. No era solo una feria de aparatitos electrónicos. No. Lo que se ha cancelado era un escaparate televisado al mayor conflicto geopolítico en varias décadas, uno donde los “bandos” no se definen como hemos conocido hasta ahora. ¿Y se ha cancelado por eso? ¿O es todo una pura coincidencia? A falta de pruebas, la respuesta es libre.
Entre los muchos recuerdos de la Barcelona de mi infancia está la asistencia anual, en primavera, a un acontecimiento que me fascinaba. Le llamaban la 'Feria de Muestras', uno de esos nombres que nunca entendí de verdad entonces. Lo de feria sí estaba claro. Pero las "muestras" que se exhibían a un lado y otro de interminables pasillos, sin gracia ninguna, incluían toda clase de aparatos y artilugios, símbolos de modernidad y diseño. Con los años, esta feria fue sustituida por salones monográficos y la que se autoproclamaba "ciudad de ferias y congresos" asumió un papel de primer nivel en el calendario internacional de esos eventos.