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Las trampas de la obediencia
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Las trampas de la obediencia

Todo Estado tiende al autoritarismo y con un pretexto de una pandemia puede llegar a iniciar la desescalada por la peligrosa pendiente del totalitarismo

Foto: Imagen de Robert Anasch en Unsplash.
Imagen de Robert Anasch en Unsplash.

"Mais les braves gens n'aiment pas que l'on suive une autre route qu'eux…". Georges Brassens, 'La mauvaise rèputation'

Escribí hace unos días en las 'Reflexiones de la sociedad civil' que impulsa la Fundación FIDE que algunos de los que ya no cumplimos los 50 elegimos 'La mauvaise rèputation', de Georges Brassens, como una de las bandas sonoras de nuestros años de juventud y rebeldía.

En estos días, he vuelto a escucharla en su versión original y en la versión española de Paco Ibáñez —'La mala reputación— mientras repasaba 'Los peligros de la obediencia', de Harold Laski (London School of Economics). Prefiero, como Georges Brassens, terminar en el bando de los heterodoxos, de los que tienen mala reputación, de los que remolonean cuando suena la música militar, de los que andan poniendo zancadillas a los perseguidores, de los que salen del camino, de los que tratan de evitar el mayor pecado de no seguir al abanderado que en el de los que señalan desde los balcones a quienes se apartan del camino.

Foto: Policías nacionales montan guardia mientras trabajadores del servicio funerario realizan sus labores en el Palacio de Hielo de Madrid. (EFE) Opinión

Quienes están al frente de la 'cosa pública' conocen que "el hábito adquirido de la aquiescencia no solo transforma al ciudadano en inerte y aletargado receptáculo de órdenes, sino que contribuye a que el Gobierno se persuada de que bastará con mantenerse firme para que sus imposiciones, por raras que puedan ser, sean aceptadas" (Harold Laski 'dixit').

Esa modulación de las conductas por medio de la obediencia irrestricta es otro peldaño en el ascenso hacia la meta del control social. Ni siquiera hace falta invocar el espíritu de los Beatles para pedir un poco de ayuda a los amigos: todo Estado tiende al autoritarismo y con un pretexto de una pandemia puede llegar a iniciar la desescalada por la peligrosa pendiente del totalitarismo. La heterodoxia —la disidencia— se representa entonces como la tabla de salvación frente a quienes fían a la acción del Estado la solución de todos los problemas.

En ese camino no faltan entusiastas cooperadores necesarios que escudriñan las vidas ajenas y plagan de denuncias anónimas las centralitas de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Las multas indiscriminadas y su publicidad en los telediarios contribuyen a la percepción de que las actividades ordinarias que no tengan el visto bueno del de arriba son merecedoras no solo de reproche social sino del despliegue del aparato represivo del Estado. Nunca fue popular la disidencia.

Foto: Policías a caballo en la calle Preciados. (EFE)

El 'interés común', el 'bien público', la 'salud pública', el 'orden público' son mantras que los modernos aprendices de brujo invocan para conjurar cualquier atisbo de rebeldía. El que se mueva no sale en la foto. La vida convertida en una concesión administrativa. El Estado en su función de extender certificados de buena ciudadanía y de inscribir el resultado del esfuerzo de los ciudadanos en su particular Registro de la Propiedad. Los 'buenos ciudadanos' son quienes obedecen cuanto se les dice. Quienes salen a aplaudir a los balcones. Los 'malos ciudadanos' —a quienes se amenaza incluso con la pérdida de tal condición de ciudadanos— son los que prefieren seguir dedicados a otros menesteres o deslizarse por derroteros menos sentimentales. Quienes escogen estar a la contra o ponerse de perfil.

En la esfera del Derecho, muchas de las medidas que el estado de alarma pretexta han llegado para quedarse. La sombra alargada del estado de alarma (y sus inevitables ventajas para quien está al frente de la cosa) proyectada más allá de la circunstancia extraordinaria —"afrontar la situación de emergencia sanitaria provocada por el coronavirus covid-19"— que lo justificó.

Lo malo es que la misma coacción institucional que está implícita en la acción del 'aparato del Estado' provoca por sistema que sus destinatarios presten su adhesión voluntaria y mayoritaria a normas que condicionan y limitan vidas y haciendas sin que terminen de ser conscientes de lo que pierden ni de lo que dejan de ganar. Y sin que hagan nada, por tanto, para que el Leviatán y sus manifestaciones restrictivas de libertades y derechos individuales —que llegaron para quedarse— retrocedan.

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*Hermenegildo Altozano. Socio responsable de la práctica de energía y recursos naturales de la oficina de Madrid de Bird & Bird. Miembro del Consejo Académico de FIDE.

"Mais les braves gens n'aiment pas que l'on suive une autre route qu'eux…". Georges Brassens, 'La mauvaise rèputation'

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