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Castro y las 'meninas' de Palma: tres razones por las que el caso de la Infanta hace agua
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Nacho Cardero

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Castro y las 'meninas' de Palma: tres razones por las que el caso de la Infanta hace agua

La 'Blue Jasmine' de la familia Borbón se va a ir de rositas por la mala praxis de la acusación popular y el tufillo político que exudan algunas decisiones judiciales

Foto: (Imagen: Enrique Villarino)
(Imagen: Enrique Villarino)

Se las prometían muy felices cuando se pusieron a bailar el minué con el juez Castro y, tras varios tropezones y unos cuantos titulares de prensa, se han dado de bruces con la terca realidad. Ahora no saben cómo salir de esta. A las magistradas de Palma que juzgan el caso Nóos y han sentado a la infanta Cristina en el banquillo les empieza a recorrer un cosquilleo por la nuca, una sensación un tanto desagradable que les hace barruntar que tal vez se hayan equivocado, que tal vez se hayan pasado de frenada al llevar al extremo esa ‘ejemplaridad pública’ que tanto gusta sacar a Podemos en sus mítines, a sabiendas de que da votos y puntos de ‘share’ en la televisión.

El hecho cierto es que se va a lograr el objetivo opuesto al pretendido. Lejos de censurar los modos incorrectos o delictivos de la infanta Cristina, la ‘Blue Jasmine’ de la familia Borbón, lo más probable es que la hermana del Rey se vaya de rositas por la mala praxis de la acusación popular y el tufillo político que exudan algunas decisiones judiciales.

Las tres magistradas que conforman el tribunal son Samantha Romero, Eleonor Moyà y Rocío Martín. Se las nombra poco y sus fotografías escasean, como si hubieran hecho un pacto tácito con la prensa para que las mantuviera alejadas de los focos y el ruido mediático.

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Quien sí tiene presente, y mucho, a las jueces de Palma es el Tribunal Supremo, después de que la resolución del pasado mes de enero le dejara a la altura del betún. Los magistrados que componen el alto tribunal, apellidos de reconocido prestigio como Lesmes o Marchena, entre otros, todavía andan mesándose los cabellos luego de leer los argumentos con los que la Audiencia de Palma hacía oídos sordos al Supremo y desestimaba la aplicación de la doctrina Botín en el caso de la Infanta. La resolución no solo suponía un desafío a la cúpula del poder judicial sino que ninguneaba sin ningún reparo al TS, haciendo una bola de papel con su jurisprudencia y anotando de tres en la papelera.

Quien tiene presente, y mucho, al tribunal de Palma son los miembros del Supremo, después de que la resolución de enero les dejara a la altura del betún

Las juezas reconocían en su escrito, página 34, el carácter jurisprudencial de la conocida como doctrina Botín, emanada de la STS 1045/2007, pero ignoraban por completo la misma porque, a su entender, dicha sentencia “desnaturaliza la institución del acusador popular amparándose en una interpretación asistemática de la norma penal y en argumentaciones valorativas de la voluntad del legislador que no se ajustan a las realmente queridas”. Las magistradas se apartan así del criterio del Supremo y lo hacen, en opinión de fuentes de la judicatura, sin esconderse y tratando de razonarlo.

Dicha resolución solo podrá recurrirse ante el Supremo una vez que haya recaído sentencia en Palma. Algunos miembros del TS están deseando como agua de mayo que llegue ese momento. Mientras tanto, las juezas empiezan a tener la sensación de que tal vez se hayan excedido en sus atribuciones con la censura al Supremo. Primer traspié.

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El segundo error de las magistradas fue coger como pareja de baile a José Castro, titular del juzgado de instrucción número de tres de Palma. Resulta difícil creer que la mano de Castro y el juez Yllanes estén detrás de la resolución de la Audiencia para que la Infanta siga en el banquillo, tal y como la defensa ha querido hacer ver, pero sí es cierto que tararean la misma música, esto es, que unos y otros escuchan el mismo disco y se lo intercambian como viejos rockeros, lo que está despertando inevitables suspicacias en Baleares.

La incontinencia verbal de su principal valedor, Castro, es una chinita que tachona el ya de por sí complicado camino de las magistradas. El hecho de que el juez haya dejado caer que existe una conspiración, “una estrategia diseñada” por los distintos poderes para acabar con Manos Limpias y ‘absolver’ a la hermana del Rey, como si Miguel Bernad (Manos Limpias) fuera James Stewart en ‘Caballero sin espada’ y Luis Pineda (Ausbanc), Errol Flynn en ‘Robín de los Bosques’, alimenta la idea de que muchas actuaciones se guían más por lo político que por lo judicial. Castro se asemeja a un Quijote que ve gigantes donde solo hay molinos, siendo precisamente estas alucinaciones las que restan valor a argumentos en ocasiones lúcidos.

“A Roca no le interesa que Manos Limpias abandone. Roca quiere una sentencia porque es la única forma de que la Infanta se sacuda el estigma de encima”

La cercanía del podemita Juan Pedro Yllanes a las juezas enmaraña el ya de por sí enredado vodevil. Yllanes, presidente del tribunal balear encargado de juzgar a la Infanta, renunció al cargo tras fichar por Podemos para las elecciones del 20 de diciembre. Dicen que se ha ido, pero no se ha ido, que su sombra sigue siendo alargada en los juzgados. En una entrevista en ‘Diario de Mallorca’, aseguraba que “un buen juez ha de tener convicciones políticas y sociales, no puede separarse la función jurisdiccional de la ideología” (sic).

[Relato íntimo sobre una Infanta imputada. Por J.A. Zarzalejos]

Hay un tercer elemento que enturbia aún más el proceso, que es el escándalo de Ausbanc y Manos Limpias, única acusación que mantiene viva la causa contra la Infanta. No por la bomba de relojería que supone para el caso Nóos, en tanto en cuanto el líder del falso sindicato, Miguel Bernad, formaba parte de una hipotética organización criminal, sino porque, una vez puesto negro sobre blanco el quilombo extorsionador, la representación legal de la hermana del Rey decidió no solicitar la expulsión de la acusación popular. A diferencia de la defensa de Diego Torres y Ana María Tejeiro, con la adhesión de Iñaki Urdangarin, que sí demandaron la expulsión de Manos Limpias, el abogado de la Infanta, Miquel Roca, prefirió no sumarse a la petición.

“A Roca no le interesa que Manos Limpias abandone”, explican fuentes judiciales. “Quiere una sentencia porque es la única forma de sacudirse el estigma que arrastraría de por vida la Infanta y porque entiende que esta será favorable a sus intereses”.

El espectáculo interminable que acontece estos días en los tribunales de Palma no es sino epítome de esa España que acaba de salir de la mayor crisis institucional, política, económica y de valores que nadie pueda recordar. Una España poliédrica que, como señala el portugués Gabriel Magalhaes en su libro ‘Los españoles’, cuenta con dos autores que reflejan mejor que nadie “el problema de la complejidad del país”, Cervantes y Velázquez, el uno con su pluma, el otro con sus pinceles cortesanos. Tal vez por eso el juez Castro guarde ciertas similitudes con Alonso Quijano y las magistradas del caso Nóos, con ‘Las meninas’, magnífico óleo sobre lienzo patrio.

Se las prometían muy felices cuando se pusieron a bailar el minué con el juez Castro y, tras varios tropezones y unos cuantos titulares de prensa, se han dado de bruces con la terca realidad. Ahora no saben cómo salir de esta. A las magistradas de Palma que juzgan el caso Nóos y han sentado a la infanta Cristina en el banquillo les empieza a recorrer un cosquilleo por la nuca, una sensación un tanto desagradable que les hace barruntar que tal vez se hayan equivocado, que tal vez se hayan pasado de frenada al llevar al extremo esa ‘ejemplaridad pública’ que tanto gusta sacar a Podemos en sus mítines, a sabiendas de que da votos y puntos de ‘share’ en la televisión.

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